Me pide un lector y amigo que comente el caso Catafal. No tengo mucho que decir, Pau Brunet ya lo explica muy bien. Un episodio más dentro de un contexto: por ejemplo, recordar el capítulo primero de las memorias de Alfredo Landa: “¿cómo llegas a recaudar en dos semanas esos trescientos mil euros de taquilla para recuperar el 33 por ciento del presupuesto? Pues es muy fácil, aunque haya gente que no se lo crea: comprando las entradas. Que sí, hombre, que sí, que la mitad de los productores las compran. La tira de entradas compran.” Después dice que se lo han contado, pero aquí nadie ha ido al juez. González Macho advierte de que lo que puede ocurrir es “que se hagan promociones con patrocinadores, para que compren entradas y las den a sus clientes” para después especificar que, eso, es legal. En el artículo 24 de la Ley de Cine se dice esto: “Para optar a estas ayudas, las empresas productoras deberán acreditar documentalmente el cumplimiento de cuantas obligaciones hayan contraído con el personal creativo, artístico y técnico, así como con las industrias técnicas“. En román paladino, que hay que acreditar – y hubo que escribirlo – que has pagado las facturas que presentas. Enrique Cornejo decía hace poco: “El negocio del cine español ha venido a ser el de no estrenar’ una vez que se han obtenido ‘docenas de esponsor’ para el rodaje”. El caso es que llueve sobre mojado y todo el mundo sabe que hay cosas que no se hacen como tienen que hacerse. Guardans, al marchar, aludió que en todas las industrias con subvenciones hay gente que no cumple y que el sector no puede ser condenado. En momentos de alta sensibilidad por el uso del dinero público este es un frente que, si se abre el melón, se puede volver difícil para el sistema vigente. Y siempre hay justos que pagan por pecadores.