Un viejo jefe y compañero de trabajo del mundo de la consultoría y que hizo su bautismo de fuego en el negocio de la estrategia y el márketing de cervezas me enseñó que para los bares (al menos, en aquel tiempo) la caña y el precio de la caña era la excusa para vender la tapa. Y en la tapa se ganaba el dinero. Dicho de otra forma: entras a beber una cerveza y sales con unas bravas. Hace unas fechas Juan Herbera publicó un análisis detallado de lo que supone el negocio de las palomitas para la exhibición de cine. A pesar de que se suele simplificar con que es un negocio de venta de maíz inflado, Juan precisa muchísimo lo que supone la facturación y los márgenes reales. Sin película, no se venden palomitas, pero sin palomitas no se es rentable. Para el atribulado mundo de la cinematografía, tan preocupado por ser la conciencia intelectual de occidente, estas reflexiones deberían ser más importantes de lo que aparentemente inquietan: si una concepción del arte se basa en salas oscuras, que todo termine en un negocio de hostelería me da que conduce a una debilidad estructural de las ambiciones cinematográficas autoriles poco prometedora: quien te va a dar el prestigio de estrenar y de mantenerte vivo tiene que vender bebida y comida y, el público que lleva, debe ser propenso a consumirlo. Simultáneamente, la reflexión ante ese mundo oscuro de lo aparentemente gratis que es la red, debería llevar a que la construcción de modelos de negocio no es una obviedad basada en la venta de una entrada. Para la televisión, el negocio es dar gratis una serie de productos de entretenimiento para vender datos y espacio a gente que quiere asociarse a esos espacios. Luego viene el GRP y lo jode todo, pero la televisión es lo mismo que Google o Facebook: venga por aquí, déjeme su conducta y yo la vendo a quien quiera seducirle. ¿Y todo esto por qué? Porque parece improbable que en los clics y en la venta de entradas esté la salvación de tanta gente que quiere hacer algo con imágenes en  movimiento. Mientras tanto, Red Bull, que vende agua con azúcar, cafeína y burbujas, está considerada como una de las compañías de medios más innovadoras según Fast Company. ¿Hago programas de deportes extremos para vender latas de líquidos dulces? Seguramente, sí, pero lo más interesante es que una cosa lleva a la otra porque la unidad de media de la marca se ha convertido en un negocio más.