A Elena Sánchez de nuevo: comentarios sobre aportaciones diversas
Mi recomendación o petición para que la forma en la que la defensora del espectador desarrollara su labor comunicativa se hiciera a través de un videoblog y no de un programa en la parrilla convencional de televisión española ha generado observaciones interesantes.
Hombre Lobo me decía a través del grupo de videobloggers de Google que centrarse únicamente en la red no era una opción del todo apropiada para la función. El argumento es consistente: mientras que el cien por cien de la población accede a las emisiones de TVE, no puede decirse lo mismo del acceso a internet. Si la misión de la defensora es proteger algunos principios que tienen que ver con el servicio público, no es del todo aceptable o recomendable que haya beneficiarios – todos los ciudadanos – que no puedan acceder a los comentarios, críticas e intervenciones del defensor del espectador. Especialmente, por supuesto, si ha de atender la demanda de un espectador sin acceso a internet. En la versión más conocida de la prensa, el defensor del lector del diario El País, el acceso es tanto por correo electrónico, convencional o por teléfono.
Alejandro Ángel se centra en una línea parecida: «Creo descabellado que los canales tradicionales acepten pasar programas en exclusivo por estos nuevos métodos. Que los usen como replicantes de sus contenidos eso ya es otra cosa». Sin embargo, mi osadía era directamente que se renunciara a la emisión convencional y no a tomar un contenido que ya está en la parrilla de toda la vida y se trasladara a la red. Es nacer en la red y para la red, entendiendo la comunicación sin importar los canales a emplear.
Para mí una barrera esencial es que, para tener notoriedad, un programa dedicado a la defensora tendría que tener un horario que sería conflictivo con la programación de más consumo y que es donde se juega la recaudación publicitaria de la cadena (que tiene doble financiación) y el rating, una medida esencial en las reglas del juego de la televisión convencional. Ser competitivo con este contenido, mantener la independencia y un nivel de audiencia que no rompa las perspectivas de la cadena es muy difícil. Llevarlo a horas tirando a intempestivas, crearía la crítica de que se margina su labor conduciéndola a zonas de menor repercusión dañando su credibilidad.
Así creo que la mejor solución es que la defensora combinara un videoblog en la red, con la capacidad de poder intervenir cuando lo precise en cualquiera de los telediarios: mantendría un flujo de comunicación con la comunidad de espectadores y tendría la notoriedad precisa cuando la precise sin tener que estar sometida a una continuidad que el sistema de audiencias penaliza y, seguramente, castigaría la legitimidad de su labor. Además, por supuesto, de dar respuesta personalizada a las demandas de los espectadores.
La cuestión que arroja Héctor Milla es si, después de todo y a estas alturas, una figura como ésta, la del defensor/a del espector/a tiene sentido ya. Puesta en contexto con el sentido de la televisión pública tal y como la conocemos y que comentábamos hoy, es un punto de vista especialmente consistente para su discusión.