Una mirada rara a la causa de Pablo Herreros
6 noviembre, 2011 – 17:18 | 18 Comentarios

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El glamour que fue: el cine como ruina, sus salas como escaparates y la televisión como acontecimiento

Escrito por el 6 agosto, 2008 – 15:032 Comentarios


Branko Lustig decía la otra mañana en El País algo hermosísimo y revelador del carácter profundo del verdadero ser de la industria que se ocupa de la producción audiovisual: «La industria cinematográfica se parece a la búsqueda de oro». Nunca he leído algo tan perfectamente descriptivo del por qué y la razón de ser que expliqué por qué el cine existe y de por qué tenemos el empeño psicológico de que exista.

Como el oro, crea una atracción feroz, una fiebre que prescinde de toda razón para remover toneladas de tierra en busca de unas pocas pepitas que justifiquen el esfuerzo. Algún elegido reúne lo suficiente para resolver su vida y, mientras, montones de buscadores malviven removiendo el fondo de ríos en espera de respuesta. ¿Quién gana dinero en las fiebres del oro? Los que venden los picos y las palas. ¿Quienes ganaron dinero en la fiebre de internet? Los vendedores de equipos, de alojamiento, los bancos de inversión que cobraban pequeños porcentajes por mover todo el dinero de inversores en busca de oro. Los abogados que resuelven la complejidad contractual. ¿Quién gana dinero en el cine? Los mismos intermediarios, las estrellas, los directores con caché. ¿Los inversores? En realidad, los que ganan dinero de verdad son los que pueden cargar fees y porcentajes por sacar la producción adelante. Malos síntomas cuando en el mismo Hollywood los bancos son reticentes a seguir corriendo riesgos con una industria que depende del azar de dar con la pepita escondida.

El cine suele ser un negocio que consiste en gastarse el dinero de otros (inversores y/o gobiernos) para cobrar un sueldo (alto, a ser posible) o una factura particular. Si hay suerte y hay beneficios, se gana más, pero lo normal es que se pierda. Que me perdonen la simplificación la gente del sector. Sin embargo, el poder hipnótico de las historias pensadas para pantallas grandes sigue profundamente arraigado en nuestra psique: es lo que le concede valor. Los estrenos en salas no dan dinero, pero condicionan la explotación. Los dueños de los cines van cerrando las salas de los barrios elegantes y céntricos porque el suelo tiene un uso mucho mejor. De Hollywood Boulevard a la Gran Vía de Madrid, los centros míticos que dan prestigio a los estrenos luchan denodadamente por seguir siendo el centro del glamour de sus entornos con resultados, en realidad, poco prometedores.

Pero el poder simbólico sigue vigente. Se anuncia un nuevo estreno de serie de televisión en una sala de prestigio. Van algunos. La moda pasará pero el concepto que subyace no: la necesidad de crear acontecimientos en torno a personajes e historias impregna toda la televisión y a toda la industria del espectáculo. Las cadenas se han enganchado a la telerrealidad por su poder de extensión por toda su programación creando noticias y acontecimientos sociales, generando personajes que el público sigue de múltiples formas (desde móviles a galas en discotecas). Consumos alrededor de comunidades que se propagan de formas incontrolables donde se interactúa transformando la idea original de los creadores. Series, películas, juegos, licencias para juguetes, camisetas y tazas todo gira – como negocio – alrededor del potencial de conseguir que redes de usuarios de gran tamaño se vuelvan locos por todas las derivadas de las historias que portan. Todo es la búsqueda de la notoriedad: ciudades y territorios pagan las películas para convertirlas en anuncios de estilos de vida para atraer turismo, residentes cultos y con dinero e inversión de calidad.

El oro ha cambiado de sitio. Es mucho más difícil que antes encontrarlo. Ya no está en los cines. Hay que saber cómo se venden picos y palas en las nuevas minas. Uno de los socios de Lustig me decía en un desayuno la otra mañana, con cierta sorna, si seguía creyendo en el valor de las entradas de cine como algo a considerar. Mientras, los juegos ocupan cada vez más tiempo de nuestras vidas. El ocio se desplaza al hogar y se comparte. Invierten en rehacer Papillón: una historia conocida, un personaje conocido, varias generaciones que puede que no la hayan visto ni siquiera en vídeo. De leer novelas ni hablamos.

Créditos: fotografía de SP8254, bajo licencia CC

2 Comentarios »

  • Anonymous dice:

    Tiene razon Lustig.Tiene toda la razón. Por tanto es una quimera. Por tanto entronca con los sueños-la materia inalcanzable-y el viento de estos años quiere tenerlo todo.TODO. Los sueños y el pìco y la pala.La pregunta: Alguien sabe en que nuevo rio, en que nueva mina, hay una veta de la que extraerlas pepitas que hagan rentable la nueva industria?
    Por favor…No perdamos-como tu escribes-el empeño psicologico de que exista el cine.

  • Andy Ramos dice:

    Qué buena analogía y qué gran reflexión, Gonzalo.