
Este es el titular que el diario El Mundo incluye hoy en su sección Cultura($). Uno suele juzgar duramente la calidad del periodismo convencional que lee todos los días porque cree sinceramente que le dan motivos para ello. Seguramente porque este pequeño rincón no está sometido al ojo crítico de santones periodísticos ni audiencias masivas, uno se puede permitir juzgar y no ser juzgado, por lo que me evito la venganza de otros más sabios. Así que con esa imprudencia, diré que a mí me parece que éste es un titular sesgado que no considera la realidad industrial del cine y el entretenimiento, tan mal analizado por culpa de la preponderancia del axioma cine como sinónimo de cultura. Quizá debiera escribir Cultura.
Si el redactor de un diario serio llama «publicidad encubierta» (¿malvada?) a lo que en el oficio – y así lo explica – se llama product placement (de branded entertainment no parece decirnos nada) y lo presenta y redacta así, como un lamento («No es que el nuevo Bond cines vaya a llevar pausas publicitarias. Más bien será lo contrario: el continuo de publicidad encubierta se verá interrumpido por cortes cinematográficos»), entonces todos tenemos un problema.
Y digo todos, porque este tipo de redacciones sirven de indicador de un estado de ánimo social. Una visión del mundo que hace más difícil lo de que por sí es difícil. A saber: si nadie quiere que le interrumpan viendo una película (odiamos los cortes repletos de spots), si nadie quiere pagar por ver una película (todos queremos barra libre y descarga gratis, que me parece muy bien) pero si, al mismo tiempo, negamos la posibilidad de que el productor conciba el producto para poder financiarlo por otras vías, entonces sí que la hemos liado y todo se convierte en un imposible.
Ese estado de ánimo es algo más que periodístico. Las propias leyes que rigen el audiovisual penalizan este tipo de publicidad, haciendo que uno se pregunte quiénes son los que reglamenten para decidir lo que es bueno y lo que es malo, quienes son para dejarnos sin criterio para decidir por nosotros mismos. Estas reglamentaciones se centran en la televisión y no hace mucho hemos contado aquí
la oposición furibunda del ministro de cultura británico a que tales cosas ocurran, sea la casa promotora pública o privada. Hombre, en el caso de la pública de las Islas Británicas me parece muy bien, pues ya la pagan entre todos, ¿y el sector privado es de su incumbencia?.
El artículo del periódico de bandera de Unidad Editorial hace un relato muy prolijo de la cantidad y enormidad de grandes marcas que quieren estar con James Bond. Yo daría la enhorabuena a los propietarios de los derechos por tener un producto tan bueno y espera que lo cuiden suficientemente bien como para no quemarlo por un exceso de comercialización, si tal cosa se está verdaderamente priduciendo, y si no alcanzan cotas de integración en la historia lo suficientemente buenas como para que la audiencia se sienta bien con ellas. De momento, ésta que relata el diario de la entrega anterior de la serie me parece brillantísima:
Muere otro día, la película en la que Eva Green, magnetizada por el reloj de Bond, le preguntó al agente: «¿Rolex?» El respondió: «No, Omega».