Escudriñando la prensa, me encuentro con el conflicto que al parecer (con la prensa, como con los blogs, vete a saber) mantienen el bailarín Nacho Duato y el Ministerio de Cultura. El primero es director de la Compañía Nacional de Danza y parece molesto con la política de nombramientos del susodicho ministerio. Lo interesante se dice aquí:
Duato, que se ha mantenido en el cargo con ocho ministros diferentes después de que le designara Jorge Semprún, puso el grito en el cielo. Pidió explicaciones, exigió reuniones. Amenazó con retirar sus coreografías -sobre las que tiene los derechos y la propiedad intelectual- montadas con dinero público.
Estas cuestiones, y más tratadas sin el conocimiento debido de la situación, se prestan a demagogias fáciles. No me voy a pronunciar sobre la actitud de nadie, pero creo que merece la pena preguntarse sobre el tipo de paradoja que presenta la información.
Los gobiernos, que por definición emplean dinero público, compran coreografías, producen vídeo, fotografía, gráficos, mantienen orquestas; con dinero público financian producciones de cine y televisión cuyos productos se mantienen en estanterías una vez explotados por los cauces normales. Nada de eso es accesible a los ciudadanos para su consumo vamos a llamar libre, y se da la paradoja de que es posible que después se reproduzcan en dispositivos que pagan el respectivo cánon. Podría decirse que el ciudadano paga dos veces. Reflexión que se puede ampliar si añadimos que el cine, por ejemplo, tiene cuotas de inversión obligatorias por parte de operadores de televisión públicos y privados. Y que se dice que el sistema de subvenciones e inversiones, yo se lo he oído en público a una ministra, entre otras cosas se hace por nuestra cultura y nuestra dignidad. La nuestra. O la de todos, que dice el lema de RTVE.