¿Tienen que tener los titulares de derechos la última palabra sobre la distribución de sus obras en internet?
La fatídica pregunta no es nueva, pero como siempre encierra una pequeña trampa: el debate de fondo no es ese, sino si se puede controlar un contenido en la era digital, al menos de la manera en que se ha hecho hasta ahora. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, por lo que si la tesis que defiende el mundo de la tecnología y la red y que no es otra que, se pongan como se pongan, cualquier protección, cualquier intento de detener la libre circulación de bits es, simplemente, una guerra perdida, no hay control posible de la difusión de un archivo. Luego la pregunta no sería pertinente.
Anímicamente me resulta cansino ya continuar con esto. Los síntomas de que, salvo terminar con algunos derechos fundamentales propios de las sociedades occidentales, es imposible impedir que los espectadores tomen el control de los contenidos, son algo parecido a lo de «no hay vuelta atrás». Pero viene a colación porque recibo de un amigo el enlace de una encuesta que promueve la respuesta a ésta y otras dos preguntas que, si no te retratas, no podrás contestar.
La encuesta la pone en marcha el European Producer’s Club un lobby de productores europeos destinado muy legítimamente a desarrollar la producción independiente europea: anunciadores del apocalipsis por la banda ancha y los contenidos gratuitos, defensores del cánon con argumentaciones bien elaboradas (pero ignorando, como siempre, que no es el daño a la industria del hardware, que no parece evidente, sino la injusticia de pagar algo por lo que no haces uso de forma indiscriminada y con un sistema posterior de reparto más que discutible), cuentan con importantes productores en sus filas. En la encuesta, claro, encontramos a Fapae de soporte. Debe decirse, que este club de productores europeos parece contar con financiación del programa Media o lo que es lo mismo, que se encuentra dentro de todo el entramado de subvención pública al audiovisual. Que no es nada raro, en todas partes lo hay, pero es inestimable saber dónde todo el mundo obtiene sus dineros.
Por supuesto, la cuestión de fondo es la misma: ¿cómo se va a financiar la producción si no se puede recuperar el dinero porque el espectador no paga? Partiendo de la base de que en muchos casos ya no pagaba, la indefensión proviene además de que, aunque el productor no haya decidido poner su producto en internet (y, por tanto, haber evitado perder el control) alguien lo hace por ellos. Se olvidan de que en una sociedad convergente todo son bits desde el momento en que algo se libera: hasta la emisión de televisión lo es y los cacharritos con los que la gente graba en sus casas también lo son. Y que ya ocurría con las cintas analógicas de las que ya se cobraba un canon. Queramos o no, la sociedad es enteramente digital, aunque todavía lo sea torpemente: un hecho, no una cuestión moral. También los motores son de explosión y no se va a caballo por las calles.
En mi encuentro con cineastas de proyectos (im)posibles hace unos días en Almendralejo, mis conversaciones tras las charlas que dí sobre el mundo digital se centraban en la pequeña o grande sorpresa de que era tremendamente difícil levantar dinero para crear esa clase de proyectos en el mundo digital e, incluso, más amenazante al perderse el control. Mi posición, dentro del desconocimiento con el que vamos a este mundo, reside en que asumamos desde ya que el contenido minoritario siempre ha tenido una financiación muy difícil, que el cortometrajista siempre ha trabajado con mecenas (públicos o privados) y a base de favores y que cualquier necesaria y fascinante historia de contenido social, reivindicativo, de pura esencia artística se ha construido al márgen de los grandes mercados.
Los promotores de la encuesta están, cómo no, preocupados por el futuro de la cultura. Hasta ahora, producir arte, cultura o ensayo en imágenes dependía en general de acudir a una televisión de cable o pagada con fondos públicos que adelantaba el dinero de la producción. Pocas veces se generan ventas internacionales tan grandes como para que, más allá de la retribución puramente laboral e industrial de los creadores, se produzcan beneficios llamativos. Pero eso tenía y tiene un inconveniente: acceder a producir dependía de que al responsable de esa televisión le gustara o encajara el proyecto; reducido al absurdo, que le encajaras tú como productor o realizador. La red, por el contrario, no tiene porteros que guarden su puerta… salvo que se empeñen en cerrarla terminando con unas comunicaciones libres.
Puesto que sigue siendo igual de complicado, y una vez superado el posible complejo de que no es la sala ni las cadenas de televisión, que ahora parecen tan prestigiosas, el sitio donde se consumen los productos audiovisuales, la creación minorataria tiene que ver en la red una oportunidad gigante y no una amenaza. Tienen la posibilidad de difundir su trabajo con mucho menos riesgo de censura, mucho más potencial de llegar a más espectadores y, sobre todo, mucho más potencial de, haciendo un buen producto, crearse una reputación que les traiga muchas y buenas oportunidades de seguir creando siendo más independienes que antes.
¿Cómo? Les decía en Almendralejo que la distribución digital es como el descubrimiento de América: se llegó, pero se pensaban que iban a Extremo Oriente. Se iba a por oro y, aunque apareció, antes se encontró tabaco y chocolate, banalidades aparentes. O patatas: estamos mirando ahora mismo esta nueva patata y no sabemos que hacer aún con ella, hasta que alguien la fría y… ya no podremos vivir sin ella. La gran industria empieza a tener mecanismos de desarrollo y comercialización que adquieren impulso y madurez por momentos. Con nuevas formas de integración publicitaria, empezaran a controlar su descomposición de forma más o menos controlada y con muchas otras batallas legales y de opinión pública por el camino como la que intentan los productores europeos. Pero, al final, los bits llegarán a casa y la gente tomará sus decisiones. Veremos algunas desgracias y gente que no se adapta, pero no estoy nada preocupado por Disney.
¿Qué hacen esas otras producciones, esas que antes de empezarlas y sin saber el resultado ya llamamos cultura, esas cuya finalidad esencial es la expresión de autores y artistas? En primer lugar, aceptar que seguirán siendo el producto del esfuerzo heroico de sus creadores. Nada nuevo bajo el sol. Pero asumir que son los mecanismos de crowdsourcing de la web y la capacidad para construir comunidades alrededor de contenidos los que van a permitir financiar producciones diferentes. Probablemente más fácilmente que los grandes riesgos industriales.
Forma uno: Malviviendo está siendo un producto de éxito en la red española. Es decididamente algo que no encajaría en una tele y que viene de la iniciativa de los creadores. Se han dado a conocer: las oportunidades llegarán. Son los más votados por el momento en Open Talent aunque yo no le encuentre sentido ni vea con buenos ojos ese concurso. También piden donaciones. Pase lo que les pase, han demostrado que saben hacer algo y que tienen una comunidad de fans que les apoyan. Desarrollar esos mecanismos, todavía incipientes, es el reto de todos. Como mínimo, ya tienen una consideración profesional y a su talento.
Forma dos: tengo un prestigio, acudo a mi comunidad para hacer posible lo que a mi y a mi comunidad nos gusta y les pido el dinero. No tenemos aún seguros para que personas que deseen inviertir pequeñas cantidades sin ánimo de lucro o, simplemente, colaboradores en especie, tengan tranquilidad sobre el buen uso del dinero por unos desconocidos que aparecen en la red. Creo que aquí hay una idea incipiente para una empresa: avalar la seriedad de las peticiones de donaciones o particpaciones para producción en internet de de forma más completa y compleja de lo que ya hacen Indiegogo e Indiemaverick. Pero el modelo está ahí, vean si no esta iniciativa alrededor de Emir Kusturica. Veremos cada vez más casos.
Forma tres: fundaciones, asociaciones, cajas de ahorro, mecenas de todo tipo seguirán colaborando con la cultura como lo han hecho siempre. Pero antes no había vídeo online. El día en que se considere serio, y lo será en cuento se vea que se pueden ver películas de Coppola que llegan por internet en un cacharro que se pega a mi televisor, la potencia de imagen, las posibilidades de captación de afiliados (Cruz Roja, Adena, Amnistía…) desarrollará el doble mecanismo de aportar fondos o la de poner su prestigio para obtener las donaciones.
Forma cuatro: mezcle las anteriores.
Milagros nunca ha habido y nunca habrá. El creador irá con su portátil en vez de maleta a seducir a todos estos elementos para hacer posible su creación y nadie le impedirá difundirla. Esa es la fuerza. Tendrá que aprender a gestionar comunidades como aprendió a negociar un contrato con la tele. Pero que se olviden del control. Ni falta que hará: cuantos más lo vean más oportunidades surgirán. Así que, y ésta es la predicción, la necesidad de preguntarse si se tiene derecho a tener el control de que tu obra esté o no en internet quedará simplemente como una anécdota del pasado. Esa es la razón por la que no he contestado ni sí ni no a la encuesta, porque la pregunta empieza a no ser pertinente.
Muchos pequeños productores tienen guardados sus documentales en estanterías cogiendo polvo a la espera de que algún día una tele le compre un pase. No será grandioso el dinero recibido, como tampoco lo es el de colocarlo hoy en la red. Pero se trata de modificar completamente el concepto de producción. Alive in Bagdad ha sido siempre el mejor ejemplo de como un contenido minoritario se financia por su comunidad. No se harán ricos, pero ¿estamos hablando de ser libres creando o de hacernos millonarios?
(sí, sí, lo sé, la transición es dolorosa)
Actualizo: releo el texto y creo que le faltan dos argumentos por añadir. El primero es sobre el control. Pierde interés porque en el momento en que se termina la obra con sus costes cubiertos y con los formatos de retorno establecidos (sea como en los casos de muchas donaciones, si los hay, o sea con esquemas de publicidad que crezcan con la difusión) lo trascendental será que se difunda, y la difusión es viral e «incontrolada» de la red será lo crítico a conseguir: que se propague pase lo que pase, llegar a lo alto de la cola larga. El segundo tiene que ver con las alternativas: sólo podrás controlar el contenido si trabajas en un formato en el que pueda existir escasez. Y esos formatos son los eventos en vivo (teatro, actuaciones, etc.) y avances tecnológicos que alargan determinados modelos de negocio, por ejemplo las tres dimensiones.
Genial post y completamente deacurdo con todo el razonamiento, sólo un apunte, lo que expones con los cortometrajes es exactamente igual con la música, con la fotografía y con todo tipo de expresión cultural y artistica, en la red no necesitas de un programador que le cuadre tu producto… la red es totalmente democrática por ahora y única y exclusivamente el público quien decide… el resto de medios de comunicación programan con respecto a otra serie de oscuros intereses como cuanta pasta pone la productora etc etc etc