Regular e inspeccionar el pasado: la UE persigue a Estonia (mejor dejen libertad para reinventar la publicidad)
Una persona cercana al entorno negociador de la que se supone que algún día será nueva Ley General Audiovisual se tomaba una cocacola conmigo una tarde dispersa mientras me comentaba las discusiones acerca de los minutos de publicidad que debiera cumplir todo el mundo, especialmente las públicas. «Qué discusión tan tonta», le dije. «Regular para el futuro supone perder el tiempo discutiendo los minutos de publicidad».
Y yo lo argumentaba: si en España y el resto de Europa el crecimiento de PVR’s es el mismo que está teniendo lugar en Gran Bretaña o ha tenido y seguirá teniendo en EE.UU., simplemente los anuncios no se verán y el problema no serán los minutos, pongan los que pongan. Venía una amiga muy asombrada de un viaje a Miami diciendo cómo sus amigos de esa soleada y divertida ciudad ponían su TiVo en marcha cuando empezaba el programa y empezaban a verlo… diez minutos más tarde sin un puñetero corte publicitario. Inmediatamente le señalé dónde podía comprar un dispositivo similar en España para gozar del proceso de personalización de la televisión que ya amanece y no es poco.
El segundo argumento tiene que ver con esa concepción paternalista y salvavidas que tienen los gobiernos de la televisión: a ver, almas de cántaro, con treinta o cuarenta canales en abierto, más los de cable, más las futuras e inservibles teles locales que se avecinan, ¿alguien cree que las cadenas se pueden permitir el lujo de expulsar a sus espectadores de la antena? Habría que decirle al ministro de la cuestión (ministros, que aquí juegan varios) que mire de vez en cuando las series de prime-time y que vean como los primeros cortes no sólo tardan sino que avisan de lo poco que duran para que la gente no se vaya. Será que los políticos están trabajando y no ven la tele. Los directivos de las privadas saben estas cosas, que tontos no son, pero reducir minutos de las públicas se supone que es dinero liberado para sus artefactos.
El origen de todo esto era en el pasado una supuesta protección del consumidor, que evidentemente era muy defendible ante la falta de competencia creada por los propios gobiernos (ahora se llama pluralidad, aunque con cachondeo: la reducción de seis a tres empresas que permite la nueva regulación española ¡también se hace en nombre de la pluralidad!). Pero es obvio que lo que se avecina por tierra, mar y aire es un verdadero derroche de opciones por lo que uno se pregunta qué sentido tiene todo esto. Si quieren televisión con publicidad más digna, aceleren el cambio tecnológico y déjenles libertad para inventar formatos porque a ver cómo se comen las restricciones a patrocinio y placement (como si el público fuera tonto y no viera que le quieren vender algo).
Ahora, la Unión Europea se lanza contra Estonia porque, al parecer, hace de su capa un sayo con esa pieza del museo de los horrores que es la directiva de la televisión sin fronteras (que, precisamente, lo que pone es fronteras: un invento para que no se colaran televisiones a la conciencia bienpensante europea por los satélites). La pregunta es por qué es materia europea semejante cosa, pero en fin. La Comisión Europea está agobiadísima porque los estonios usan el concepto patrocinio como les viene en gana (dénse cuenta lo pequeño que es Estonia y las economías de escala que precisa la tele: hay que arañar dinero de donde sea).Todos los reguladores y todas las mentes agobiadas por la omnipresencia de la televisión deberían empezar a tomar nota de que sus intentos por mantener el estado de las cosas no servirá para nada: a los periódicos les ha llegado su San Martín, qué decir de la radio. En realidad, se ha terminado toda comunicación que no sea personalizada y controlada por el usuario.
Yo sé que los damnificados lanzan toda clase de proclamas acerca del fin del mundo si sus papeles, su cruzada por el buen gusto, su presunta defensa de la democracia, las identidades nacionales y todas esas triquiñuelas que sirven para justificar el control de los contenidos y de la financiación de su producción (también sus sueldos), no se mantienen. Pero nada se puede hacer frente a usuarios que buscarán todas las fórmulas del mundo para ver las cosas como quieren, donde quieren y cuando quieren y productores de contenidos que buscarán todas las fórmulas para ser retribuidos por ello. Mientras se entretienen en perseguir a la población que no paga cánones (Reino Unido, Francia, Italia), mientras se pegan de bofetadas con sus sectores privados por el reparto de la publicidad (Alemania, España) o mientras persiguen a los estados infractores (Estonia y España, mismamente), el mundo continúa.
Es obvio pensar que la cruzada contra el P2P tiene que ver con la raíz del mismo problema: no hay forma de monetizar contenidos si el usuario tiene el control de su visionado y divulgación. Yo sigo escuchando gente que sigue pensando que se puede controlar, todo menos modificar el entorno para encontrar los marcos legales que permitan explorar los formatos publicitarios y de negocio que deben permitir financiar esas producciones que tanto aman nuestros legisladores. Debe recordarse que todo esto empezó porque en Francia se dijo que sus bien amados cineastas no podían ser interrumpidos por un anuncio de detergente por el bien de la cultura. Al tiempo, no hay productor que no quiera una tele en su menú de financiación, eso sí, sin emplear conceptos que ellos puedan usar para obtener dinero. Todos a descargar Mad Men, que es mejor que el cine.
La cuestión es no seguir pensando en términos separados como cine, televisión y otros falsos conceptos importados de otra era. Lo que habrá es consumo de productos audiovisuales por canales generalmente interactivos y con experiencias de uso que ni siquiera hemos terminado de inventar. Pero claro, es humano tirar flotadores al mar cuando ves gente que se ahoga. Pero lo cierto es que no se ahogan, simplemente les pasan corriendo las lanchas a motor.
EL FRACASO DEL CINE ESPAÑOL
Como contar esto…
El cine español está lleno de talento, y maltratado por algunos votantes que han asumido que el cine Español, está subvencionado por el estado, concretamente por un partido político, y han olvidado que hasta “misiones imposibles” como cultivar lino, han obtenido ventajas gubernamentales en su momento.
Algunos miembros de la comunidad audiovisual Española se han beneficiado de las hipotéticas ventajas de pertenecer públicamente al grupo político actualmente en el poder, y han generado un malestar considerable en el espectador que rechaza legítimamente ser utilizado. Pero, qué sucede con el resto de cineastas, que solo pretenden contar historias, poner España en el mapa a base de hablar de tortillas, jamón de jabugo, o pimientos de padrón, y hago un hincapié gastronómico, por lo que tiene de objetivo… Pero, nuestro país no tiene fe, en nuestros proyectos y nuestras televisiones tampoco.
Sin financiación, sin mecenazgo, y con una sociedad que ha vendido su idioma (Julia Roberts habla en sus películas como una señorita de Valladolid) renunciando a los legítimos aranceles a cambio, es una sociedad que descarta la posibilidad de tener un medio de expresión y una herramienta de marketing propios.
¡EL MARKETING DE UN PAÍS SE VENDE A TRAVÉS DE SUS IMÁGENES!
Es patético y doloroso, ver a qué punto hemos perdido como gremio, el favor de nuestro público por asimilación con posturas políticas de algún actor premiado fuera de nuestras fronteras.
Nuestro cine no merece estar politizado.
Nuestra capacidad de creación menos aún.
Hemos consentido que nuestra televisión generalista privada esté mayoritariamente en manos extranjeras que no tienen el más mínimo interés en defender, ni aprovechar, la diversidad ni la excelencia de la creación Española. Obligados por una legislación comunitaria probablemente beneficiosa en otros aspectos, pero que obliga desde este texto a reconocer ante los lectores que NUNCA podremos competir con las producciones norte-americanas, que llegan a nuestras pantallas amortizadas en casa. Nuestro cine, no es malo, solo está ninguneado y muy, muuuuuuyyyyy politizado.
Antes dependíamos del capricho de ciertos comités, ahora, además, dependemos del capricho del libre-mercado, que está fagocitado por una industria americana, que se ha encargado de hacernos saber que nuestras ideas no tienen el más mínimo interés. Solo nos quedan las miniseries!
Esto son solo reflexiones escritas… No creo que enternezcan a ninguno de los agentes involucrados.
A este ritmo, el público Español, acabará echando de menos nuestro cine como echaría de menos un zumo natural exprimido con naranjas de la huerta Valenciana, en un momento de estreñimiento!