Una mirada rara a la causa de Pablo Herreros
6 noviembre, 2011 – 17:18 | 18 Comentarios

Ver que un puñado de anunciantes ponen los pies en polvorosa porque un blogger la lía… eso no se había visto por estos lares. De la madre de El Cuco, El Cuco y sus crímenes …

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A los pioneros se los comen los cocodrilos… o no

Escrito por el 12 octubre, 2009 – 12:005 Comentarios
A los pioneros se los comen los cocodrilos… o no
Al Lieberman es uno de los académicos de la investigación del marketing de entretenimiento más respetados. De él extraigo esta afirmación que realiza al comentar la transformación de la industria a que dio lugar la aprobación de la ley de propiedad intelectual norteamericana de 1976 :

La creatividad puede ser el alma del entretenimiento, pero el copyright es la clave del dinero.

La irrupción de internet ha creado dos problemas al fundamento de la industria del entertainment tal y como la conocíamos, una industria que antes de los medios de comunicación de masas era algo que se solía reducirse a una tienda de tela sujetada por palos y con leones dentro. El primero, es que el control de la copia parece prácticamente haberse desvanecido y, el segundo, es que se ha generalizado el consumo de contenidos al modo de la televisión: se ve gratis y alguien pone anuncios.

La potencia de la red, esa que permite enlazar y enlazar, crear contextos de consumo intelectual hiperenriquecidos eliminando la distancia y los costes de acceso, hace el resto. Poner barreras a la difusión, simplemente, termina empobreciendo esa experiencia de lectura, visionado, debate y desarrollo intelectual personal y colectivo. Aunque lo que se vea sea un famoso adoptado por la clase media aspirando a su momento de fama.

La financiación de los contenidos se ha convertido, pues, en el verdadero campo de batalla del negocio del entretenimiento, pues los nuevos medios no son capaces de concitar un consumo basado, no ya en pago, sino en precios que se parezcan a los antiguos. Tampoco el modelo de publicidad a cambio de atención, el que ha hecho de la televisión en abierto el más grande de todos los canales de comunicación, funciona bien en los nuevos entornos: más competencia, menores tamaños de audiencia, menos dinero de la publicidad y una consideración marginal de internet como plataforma para hacer marca.

De todos es conocido el resurgimiento de posturas para el cobro de contenidos en la red en un debate interminable en el que se mezcla la estrategia con el derecho, las demandas sociales, la demagogia y una cierta tendencia a convertir en ley universal lo que a cada uno nos place más. Al final, el verdadero debate es el de modelos de negocio que funcionan y modelos que no funcionan, si hay demanda o no hay demanda. En definitiva, si usted tiene clientes. A Luis Sánchez Galán le gustará todo esto por su insistencia en centrar su reflexión en la búsqueda de medios que sean sostenibles (no necesariamente verdes, sino que pagan sus facturas) precisamente porque el cambio de estructura económica y la ruptura tecnológica de la digitalización obliga a reinventarlo todo.

El debate sobre qué propiedad intelectual es la que es legítimamente aceptable se añade para aderezar un cóctel complejísimo y que va al nudo gordiano de elementos como el propio modelo de sociedad, de la toma de decisiones y de la política. Como comentamos en su día, mucha gente (en realidad, la mayoría) confunde el debate de las descargas con el consumo gratis, hasta el punto que lo que parece defender es que nadie tenga derecho a cobrar por nada. Este crítico insistente en un modelo de propiedad intelectual (sus definiciones y su gestión) que no sirve para dar el beneficio que debe al conjunto de la sociedad, no comparte esa simplificación que ha hecho la sociedad y gran parte del ruido del debate (a veces, griterío) que el mundo internet crea al respecto del pago y el gratis. Cobrar es legítimo. Y es lo mejor que puedes hacer si puedes hacerlo y hay un mercado que lo acepta. Y me refiero al consumidor final, porque está claro que a alguien se le cobra por algo para que las cosas estén hechas si es que se quiere que sigan haciéndose, pasión personal, como este blog, aparte.

Albert García Pujadas publicaba el sábado
uno de sus artículos más melancólicos al tiempo que honestos y, si me permite él que lo diga, más tiernos que podría haber escrito. Han decidido en Nikodemo cobrar por descargar viejos clásicos de Cálico y, sin impedir que el que quiera lo vea gratis (es decir, con publicidad), el público – o parte del público – comienza a hacer acusaciones de descrédito. Esto, y que me perdonen, pues muchos de los aspectos del asunto tuvieron una gestión nefasta, recuerda a parte de las críticas – las infundadas – del funesto caso Mobuzz: en realidad, hay una tendencia a considerar la compensación económica como sucia e inmoral y a negar al empresario las opciones que crea mejor para recuperar su dinero.

La defensa, fe, apoyo o superstición alrededor de una especie de obligatoriedad de la gratuidad creo que tiene características sociológicas propias del homo ibericus que van más allá de los razonamientos, enteramente compatibles, de la cultura libre y la posible – necesaria, diría yo – reforma de los fundamentos de la propiedad intelectual. Curiosamente, es como si los que se han sumergido en las cuestiones del mundo abierto no recordaran o supieran que Richard Stallman tenía que recordar que free software se refiere a freedom, libertad, y no a free as in free beer. En castellano, que diferenciamos mejor entre libre y sin cargo, resulta que no hemos entendido nada. Y los que no tengan el bagaje de la Free Software Foundation parecería que encuentran más que legítimo la pervivencia no de Robin Hood, sino la de José María El Tempranillo.

¿Pudor, rechazo al capitalismo? ¿Al mero comercio? ¿Al mérito ajeno? Quizá es más acusado en España que en ningún otro sitio y de ahí la decepción que seguramente llevan con toda buena intención los que protestan ante la adulteración que supone cobrar por un contenido, mucho más cuando no te obligan y, encima, tiene forma alternativa de verse. La melancolía implícita en las palabras de Albert (…tenemos la mala costumbre de comer cada día. No vivimos del aire. Tenemos facturas que pagar. Incluso familias que mantener…) recuerda inevitablemente a un ramalazo sociológico que creo que forma parte del poso psicológico y cultural de la población española. Un sesgo que parece que todos quisiéramos superar y que, personalmente, detesto buscarle excusas en pasados no demasiado memorables pues prefiero que los vivos actuemos. En palabras de Gerald Brenan en su clásico El Laberinto Español:

…el español no sabe distinguir fácilmente entre las transacciones de dinero practicadas por todo hombre de negocios europeo y el robo puro y simple. Obedece en estas materias a una conciencia medieval más delicada que la nuestra, que le dicta que toda ganancia súbita o inmotivada, a menos, claro es, que sea por voluntad de Dios en forma de un premio de lotería, es un crimen.

Ya va siendo hora de perdonar la vida a los que piden dinero por su contenido en internet. La reflexión es únicamente si es un modelo de negocio viable o no, si la oferta aporta valor o no. Las gentes de Nikodemo pueden ser pioneros y verse devorados por los cocodrilos pero seguro que tienen derecho a encontrar la manera de sortear las procelosas aguas que pueblan los nuevos territorios.

5 Comentarios »

  • Small Blue Thing dice:

    Pero parte del problema son los que atacan a los "tempranillos" con la acusación humorística de que matan el cine, o la música, o los libros, al estilo Javier Marías ayer.

    ¿Falta cultura de empresa? A mí no me cabe duda.

  • @jlvazquez dice:

    Fantástico post, en la línea a la que nos tiene acostumbrados Gonzalo.
    Un punto interesante éste de la asociación entre el dinero y el pecado, tan arraigada en nuestra cultura. Nos permite tanto justificar nuestra tendencia a la reclamación de la gratuidad (bien enfocada en el artículo) como nos aleja de las consideraciones básicas del pensamiento emprendedor: las económicas, le pese a quien le pese.

  • Gonzalo Martín dice:

    Y yo añadiría al implícito riesgo a que salga mal y al no nacer enseñado: se espera que el emprendedor sepa al cien por cien lo que va a salir bien desde el primer día y, si no sale, es poco menos que un estafador.

    Gracias por tus palabras.

  • Luis dice:

    MMuy interesante la lectura de tu post. Aunque no coincidimos siempre, es inspirador leer tus reflexiones.

    Los que vendemos, al final, lo tenemos relativamente sencillo, ahora vendemos patatas, ahora vendemos tomates. Si no se venden contenidos, en el fondo, podríamos decir egoístamente que nos da igual.
    El empeño en que la creación audiovisual, en texto, en audio… o, en definitiva, intelectual, logre una forma de hacerlo con más ingresos que costes, se debe más a la creencia en que es bueno y necesario para el progreso cultural.
    Y, ahí, cada cual con su visión, estamos en el mismo barco de cómo conseguir recursos para la creación.

    Un saludo

  • mercedes dice:

    La reacción ante lo de Cálico no vendrá más porque se ofrece "descarga a la mejor calidad" y luego por lo que me han dicho (no lo he descargado no me consta eh?) es una pantalla de 360px. Por lo general en los tiempos que corren estamos acostumbrados a que la "mejor calidad" es HD. Por otro lado me pregunto que pasaría si se ofrecen extras en vez de la sola descarga de temporada?. Tiki Bar, por ejemplo, ofrece 3 modos de suscripción y hd dolby 5.1 para el modelo de pago.

    Acostumbramos a lo gratis, creo que hay que ofrecer otras cosas más que el producto para el modelo de pago. Y sobretodo mayor calidad pero de verdad, ya sea hd, por ahora, o dolby, etc… Me niego a creer que no haya en el mercado hispano gente que pague si la oferta es novedosa. Hay mucha gente pidiendo donaciones sin resultados, el Internauta ha recaudado más de 300mil euros. Esto es una carrera de innovación constante. Cuesta saber donde está la fórmula. Lo que si creo es que la gente debe saber lo que cuesta aún aquello que ven gratis. Que otro de nuestros grandes problemas es que además de malvivir practicamos el malvendernos.