Una de costes: pasando por los Emmy
Pero mientras escribía y pensaba se puso delante de mi el diferido de la entrega de los Emmy. Tiempo justo para ver a Tina Fey tomar el micrófono (siempre poniendo el dedito en la llaguita de los debates de la industria cada vez que se lleva un Emmy) y dar las gracias a NBC porque en vez de poner un mucho más barato talk show en su franja horaria ella sigue partiéndonos el pecho con Thirty Rock. Y Alec Baldwin sumando más premios. Una cadena en abierto no es un negocio para hermanas de la caridad: si puedo mantener los ratings con un show que cuesta la mitad, es un no brainer que dicen los gringos.
Si hubiera sido la única. Cuando sube a recoger su premio Mathew Weiner, el productor ejecutivo de Mad Men – madre mía, qué pedazo de serie, ¿quién en el cine está alcanzando cotas como las de las series? – no sabemos bien si el gesto doblado frente al micrófono y los ojos semirojizos se debían al doloroso peso de la estatuilla, la felicidad que le embarga o a uno de los elementos de agradecimiento del discurso a sus empleadores: buf, hay gente que todavía puede gastarse el dinero en hacer series de calidad. El contexto era que, con la que está cayendo, pues no sabemos si esto que hacemos (lo que gastamos) tiene sentido o va a dejar de tenerlo para quien nos paga, así que sois unos benditos.
Cuando las dudas sobre la rentabilidad de productos sofisticados realizados por grandes artistas empiezan a ser un tema de discusión filosófica (es como si tuviéramos un deber moral en mantener un tipo de productos cuando las cuentas ya no salen), cabe la posibilidad de que estemos ya en el terreno del arte y no de los negocios. Y el arte es cosa de fundaciones. No se alarmen: resulta que se hace arte queriendo ganar dinero, pero mientras ganamos dinero no nos acordamos demasiado de que estamos contribuyendo a mejorar el mundo. En ese tiempo, tenemos fans. Cuando entramos en fase de museo, tenemos cultos, me temo.
Una de los acontecimientos menos analizados y comentados, especialmente a este lado de la era digital, el que vive de blogs, twitters y demás amenazas a la productividad personal (yo me acabo de poner a Herbie Hancock para mantener la atención mientras escribo mis extensas angustias sobre el vídeo y la vida), ha sido la localización de la producción de Mental en Colombia. Ha sido como un transplante: me llevo a los actores y resto de equipo artístico y los medios los pongo en Colombia que tiene la estupenda virtud, además de ser mucho más barato que los Estados Unidos, de tener un huso horario (sí, las dos son con hache) muy coincidente con Los Ángeles, California. Penita que en uno haga frío cuando en el otro hace calor y las fiestas no sean lo mismo. Pero money talks.
La necesidad de mantener la atención por una fracción del coste no puede tener más que tres motivos: lo que llamamos fragmentación de audiencias (es decir, más canales para la misma población y tiempo de atención), lo que podemos llamar fragmentación de consumo (ya no lo veo siempre en la tele, sino cuando puedo y donde puedo rompiendo el modelo de negocio tradicional) y la hiperabundancia de contenidos y alternativas de atención que reduce la percepción de valor de cualquier película o show. La trampa, o el miedo, consiste en pensar que, siendo más baratos no será posible tener creaciones memorables. El descenso de costes de los medios técnicos tradicionales, la mayor facilidad para formar profesionales tiene que verse compensada con caídas de retribuciones en el segmento estrellas. La introducción de novedades tecnológicas que creen espectáculo en entornos donde es posible mantener escasez (3D y lo que venga) puede que siga manteniendo cifras que hagan sonreír a los señores a los que Tina Fey y Mathew Weiner agradecen tanta compasión con sus trabajos. Y sus sueldos.
Pues sigo deseoso porque se meta en el terreno de los costes…