¿A qué se parece Avatar?
Yo llego más lejos al ver reminiscencias de Un Hombre Llamado Caballo que creo que ya inspiraba a alguna de las mencionadas, por no hablar de haber empleado la reinvención del western con espadas de luz que era La Guerra de las Galaxias de Lucas. Con su dosis de Tabla Redonda y mística artúrica. O puede también recordar los ataques de helicópteros de Apocalypse Now contra la selva vietnamita, que también tenía su mística vaquera junto a la grandiosidad wagneriana de su obertura.
Hace años me pareció que La Historia Interminable (hablo de la novela, queridos niños) era un mix oportuno de varios clásicos, como Alicia, los Anillos y otras joyas de la literatura fantástica. En wikipedia le buscan inspiraciones nietszcheanas. Parecería, entonces, que tanto Michael Ende como Cameron tienen el don de tomar cosas que ya existen y han sido previamente un éxito y mezclarlas lo suficiente como para crear otro éxito. Fíjate tú si hubiera una fórmula segura para eso, a lo mejor es patentable. Perdón por la ironía fácil.
A la vista del debate sobre las reformas legales al control del cumplimiento de la ley o las interpretaciones que se hacen de las leyes de propiedad intelectual, este tipo de disquisiciones sobre el origen de la creación y de cómo se confirmaría que nada se crea sobre nada, parecen muy pertinentes. Rodríguez Ibarra introdujo este tipo de nociones al involucrarse en el debate y Muñoz Molina lo descartó apoyándose en el valor de la originalidad y llamándole jubilado. Es de esperar que cuando Molina se jubile y le dé por escribir una novela nadie alegue su condición de retirado para restarle valor literario.
Quizá me pretendan acusar de hacer trampas: es muy largo el debate para determinar dónde empieza el plagio (Luis Racionero, acusado de ello, llegó a decir que todo en la historia de la cultura era copia) y dónde la inspiración. Es obvio que existen diferencias y que posiblemente explicar y poner fronteras a esos matices son parecidos a discutir lo que es pornografía o simple erotismo: quizá no se pueda explicar, pero uno lo reconoce cuando lo ve. Ambiguo, pero intelectualmente efectivo. Jurídicamente, aventuro que tanta espuma intelectual resulta poco práctica.
Pero lo que no es una trampa es reconocer en este caso el hecho evidente de cómo las ideas, las propuestas creativas y las historias se alimentan unas a otras recreándose y, como decimos ahora, remezclándose. Avatar sería una remezcla de argumentos y no de imágenes (¿lo que hizo Disney con Pinocho?) o de sonidos originales como los de Girl Talk, pero remezcla al fin y al cabo. Lo que permite establecer uno de los primeros puntos que están resultando las víctimas de todo este debate y el mecanismo de consumo y represión que tiene, salvando las distancias, un extraño parecido a lo que ha sucedido con las drogas: las hay legales e ilegales, el control de las ilegales fuerza la legislación a crear nuevos organismos pagados con impuestos destinados a su persecución, sin que parezca que el tráfico deje de remitir. Como la piratería china, lejanos campos afganos de opio alimentan el circuito; como en la vida cotidiana, parece no existir nadie que no haya fumado un porro o se haya descargado algo no previsto, aunque jure por su honor que no lo haría.
En definitiva el debate real y profundo sobre lo que supone la propiedad intelectual simplemente no existe: la contraofensiva internauta, repleta de argumentos sobre la libertad de expresión y muchas veces repletas de afirmaciones contradictorias o faltas de conocimiento o rigor (como en cualquier conversación popular o doméstica de cualquiera de nosotros, internet no es peor), no está resultando especialmente mejor en plantear un debate real, incluso activista, frente a lo que creo que irrita verdaderamente a la sociedad: la sensación de que se gobierna y se legisla de modo especial para unos y que para el resto nos quedamos en la inacción. La sensación de que existen privilegios poco comprensibles. La sensación constante de contradicción entre el sentido común y los textos legales. Probablemente, sólo el síntoma.
El debate es tan superficial a la par que complejo e inefectivo, que nuestra clase política (decepcionante en sus propuestas de discusión social para todo, pero verdaderamente desnuda ante el problema «descargas») asume como verdades inmutables afirmaciones que es fácil comprobar que la vida cotidiana y la historia desmienten: como que no habría creación sin propiedad intelectual. O que es necesaria para el desarollo. Son argumentos – no los he reproducido literales – que esgrimía el primer ministro español en su intervención tranquilizante sobre las intenciones de su gobierno al respecto del control de las infracciones de la propiedad intelectual, eso a que apunta al hecho de que si yo enlazo algo soy culpable de facilitar un delito. Son argumentos que se oyen en las radios y televisiones y la base de las preguntas de nuestra clase periodística, ese otro mito sobre las capas ilustradas de la sociedad que las redes contribuyen a derrumbar.
Javier de la Cueva solicitaba hace pocas horas que se abriera un debate social en España de la misma forma que se ha abierto en Canadá y el Reino Unido: una consulta pública que permita poner examinar todo lo que ocurre, implica y supone toda una arquitectura legal construida durante tres siglos al servicio de la reproducción mecánica de copias analógicas y a la comunicación pública a través de instrumentos generalmente sometidos a licencias previas o autorizaciones. Y eso lleva a revisar, discutir y evaluar la propia idea de creación y autoría que, de modo no evidente, el divertimento social de acusar a Cameron de copiador poco original, pone encima de la mesa. De paso, hace fácil dar una nueva perspectiva al público que no se haya tomado la molestia de hacerse preguntas sobre este problema y que sólo tenga en su mente el acceso a películas gratis desde su ordenador como gran cuestión de nuestro tiempo.
¿Y si ni siquiera la propiedad intelectual tuviera sentido?
Y al revisar, discutir y pensar, no está de más introducir todas las voces que amenazan a la lógica o, puestos algo literarios, al pensamiento único. Como la de Juan Urrutia, que lleva a Expansión, nada menos, el cuestionamiento desde la teoría económica de la justificación de la propiedad intelectual, un monopolio temporal (cada día menos temporal, por cierto) que se justifica, como nos recuerdan constantemente, en la necesidad de un incentivo para poder invertir lo que hay que invertir en investigación o talento artístico para producir algo que no existe o, más propiamente, que aún no se ha transformado desde las ideas y conocimientos anteriores que se encuentran circulando libremente.
Juan Urrutia no es un mero escribiente, o un blogger al que los gurús de las corporaciones de medios de comunicación tienen tanto miedo en dejar la opinión pública. Diremos que, como poco, no es sólo eso, sino que es todo un señor catedrático y ex consejero de uno de los bancos más grandes que en España – puede que en el mundo – han sido y es. No sería la opinión de un peligroso representante de un movimiento antisistema. Es la opinión de un académico fundamentada en modelos serios y que forman parte del aparato científico con el que se analizan multitud de problemas.
¿Es por ello la verdad? Nada tiene ese privilegio, especialmente si cualquiera acepta poner unas dosis de Popper en su vida. Pero sí, como hizo Ibarra al querer debatir sobre la idea de autoría y del origen de la inspiración, introduce argumentaciones de racionalidad impecable y como para poder sostener visiones alternativas al problema que el mantenimiento del modelo de propiedad intelectual está creando. Cuando desde el Ministerio de Cultura se nos dice que se busca un equilibrio entre derechos de internautas y los derechos de los creadores (en realidad, los que pagan a Cameron para que remezcle), se nos efectúa una simplificación perniciosa: todo parece indicar que se busca la forma de mantener un concepto jurídico-legal que se da por bueno sin que dañemos – o no demasiado – el resto del derecho por culpa de los adelantos tecnológicos.
Las leyes son las leyes y están para ser cumplidas, sin perjuicio de la moralidad de la desobediencia civil en situaciones pertinentes. Negar que no existe un incumplimiento de ellas en lo que está pasando es, en algunos casos, iluso o abiertamente contrario a la evidencia. Y no hablo de enlazar, sino de que existen lucros que abiertamente contravienen lo que está previsto en la legislación y en las ideas que han fundamentado la propiedad intelectual. Pero pretender llevar el debate social sobre la cuestión únicamente a la infracción de lo que hoy está legislado, un hoy que se ha realizado generalmente a conveniencia de los intereses – legítimos a veces, menos confesables en otras – de los representantes de los actuales titulares de derechos, es un reduccionismo que se comportará como un boomerang: regresará una y otra vez porque lo que cualquiera seguramente puede advertir es lo que está en cuestión es el puro fundamento legal y económico de lo que conocemos como propiedad intelectual y patentes (monopolios de conocimiento si se atreven a leer la introducción al tema de Urrutia). No únicamente por la mera crítica filosófica, sino por la circunstancia tecnológica y su transformación social.
La cuestión de la sostenibilidad económica de la producción de entretenimiento
Decirle a cualquiera – es mi trabajo – que renuncie a sus derechos de propiedad intelectual, o que no ponga en funcionamiento todos los mecanismos técnicos que pueda para reducir al máximo la propagación de copias no autorizadas de sus obras, no es un buen consejo para gente que tiene un mercado construido con unos modelos de negocio basados en una arquitectura compleja y que no es, por el mero hecho de estar cuestionada, caprichosa. Hacerlo, además, sin que sea una regla universal donde todos los demás jueguen en el mismo campo, es puro ensayo y riesgos demasiado elevados, muy difíciles de ser financiados.
La dimensión que tiene el mercado tradicional sigue haciendo que sea el mercado esencial para trabajar. Las distribuciones alternativas, no tienen masa crítica para convertirse en la base de inversiones serias. Puede que sólo todavía. Sin perjuicio de que Hulus y otras hierbas estén sentando bases de otras formas de distribución, sin perjuicio de que los productos de arte y ensayo encuentren nuevas oportunidades por la red, el mundo convencional conserva un valor extraordinario. A la industria podemos hablarle de Spotify, pero malamente de Jamendo. Spotify no cuestiona el modelo de arquitectura legal y triunfa, Jamendo sí y fracasa, lo que no era precisamente lo previsto.
Es más fácil, como para los bloggers o los nuevos músicos, renunciar a las implicaciones de los modelos de negocio tradicionales cuando se parte de la nada y, si les llega el reconocimiento, encuentran otras vías de ingresos, otros modelos. Puesto que nacen de la pasión, la inversión de tiempo que realizan tiene, sin ingresos, un retorno altísimo: ha sido la base del crecimiento del software libre y el origen filosófico de La Ética del Hacker. La industria establecida no está preparada para eso (se ha endeudado e invertido basándose en un sistema de control que se podía forzar en los tribunales) y, qué duda cabe, si las cuentas de resultados se resienten de forma masiva los peores resortes del capitalismo de amigotes alcanzan su máximo esplendor.
Pero todo está ya inventado: sea gratis pagado por un tercero (la televisión convencional) o de pago (el DVD) las variaciones esenciales son pocas. Se cuestiona lo «gratis» por los mismos que lo fomentan (léase periódicos que regalan películas) confundiendo que lo que me falla es el modelo de negocio y mejor que me lo sostengan: la guerra de Troya, cualquiera que fuese, seguro que no fue por el rapto de Helena, que es mucho más romántico, como cuando hablamos de defender la cultura. Se habla de no poder competir con oferta gratuita cuando vemos cómo se envasa y se vende el agua del grifo (sí, del grifo, no sólo se embotella la mineral). Lo que la tecnología ha introducido es la pérdida de control de los contenidos en ambos modelos, el fundamento de la legalidad que lo rodea y ha descompuesto la cadena de valor que ordenaba el sector.
¿Sobre qué debatir realmente?
Vivimos un doble fracaso: el de la clase política incapaz de sortear la influencia de los grupos de presión abriendo un debate social amplio y con todos sus ángulos, y el de la clase internauta, poco capaz de organizar una impresión en la opinión pública de un discurso alternativo coherente. O me lo parece. Quizá es pedirle demasiado: los internautas no son una clase, ni un grupo de presión, ni nada. Imposible decir que sea un lobby. La red es deliberativa y las posturas son amplísimas. Es la misma sociedad que se conecta.
Pero ver a grandes bloggers decir que la intención de la red no es cuestionar en absoluto la propiedad intelectual – por nadie – y desarrollar vaguedades sobre adaptaciones de modelos de negocio (que por supuesto que sí) y una amenaza a la libertad de expresión (que puedo verla y que, implícitamente, existe) sin crear un diálogo sobre el fundamento, el sistema de recaudación, la posibilidad de reducir plazos del monopolio y sin capacidad de llevar al corazón de la política si en una sociedad basada en el conocimiento – y no en la fuerza de las manos para hacer argamasa – la base para que cualquier persona pueda prosperar reside en cómo se formule el acceso a las ideas y el conocimiento (algo más que una copia fusilada de Avatar), resulta para un servidor de ustedes largamente decepcionante.
Con todo, el nivel de deliberación y la suma de aportaciones individuales de juristas (apasionante mi amigo Andy ), economistas, grupos que plantean alternativas recaudatorias a la SGAE, tribunas y enlaces, ya consiguen un nivel de debate infinitamente superior al que nos ofrece el mundo convencional y nuestros parlamentos y concejalías. Pero no son agenda política. La agenda está marcada por la crisis del modelo de negocio y no por lo que se quiere ser, como cuando se inventa una Constitución, o cuando se discute un código penal al completo: parece que todo se reduce a garantíceme que cobro bajo las condiciones que exijo – las que han sido siempre, por otro lado – y garantícime que la puesta a disposición de las obras se hace como exijo – también, como ha sido siempre y, en ningún caso, preguntarse si cobro por lo que tengo que cobrar.
Simultáneamente, una red que resalta tanto las licencias Creative Commons como muestra de la evolución de lo que debe ser el derecho, fracasa en definir qué se hace con los que infringen sus condiciones: ¿alguien ve si se cita convenientemente al autor de la forma en que se pide, sobre todo en las fotografías?. Cuando se solicita la reducción de plazos de vigencia de los derechos ¿se está dispuesto a reforzar las condiciones de enforzamiento legal para que en esos años el control del contenido sea lo suficientemente férreo como para que en la breve vigencia de los contenidos de hoy los inversores expriman al máximo sus limones? Hablamos de pasar de 90 ó 75 años a cinco, por ejemplo. ¿Puede hacerse obligatorio el que, si no existe ánimo de lucro, cualquier obra pueda ser accesible por el público? En cierta forma, esto han sido las bibliotecas toda la vida. Por ejemplo. Por no hablar del rol de lo público en las investigaciones y creaciones que financia. Y, por qué no, si la industria tradicional de contenidos tiene derecho a medidas de apoyo a su reconversión como sí pueden o han disfrutado multitud de sectores.
Este ser dubitativo que consume tanto del tiempo del que ha llegado hasta aquí, cree que el verdadero debate consiste en cómo se pasa de una sociedad basada en patentes y protecciones a las ideas, las creaciones y las innovaciones a otra sin ellas, algo que no se puede hacer de golpe ni de la noche a la mañana. Pero que, al menos, sí constituye un aspecto de agenda que debiera permitir poner sobre la mesa la organización de ideas para reexaminar no el control de las descargas – el debate – sino todas las instituciones y conceptos que se han creado desde que se aceptó la validez de crear monopolios sobre conocimientos y creaciones.
Actualización 2: Esta entrada de Blawyer a la que me lleva Javier de la Cueva desde su twitter hace un repaso mucho más intenso de las fuentes de inspiración (¿remezcla?) de Avatar. Es especialmente brillante la síntesis que no puede llevar más que a la reflexión por parte de cualquier persona con cierto sentido crítico: «¿Cuál es el sentido entonces de permitir la remezcla de ideas mientras se prohíbe la de imágenes y sonidos?»
Vidión crítica abierta, aguda y uy inteligente. Felicitaciones Gonzalo.
lamentablemente el mundo no avanza en tiempo real acorde a los parámetros de evolución que genera el talento de la sociedad, sino por el contrario, lo que mide el grado de avance, es el tiempo que el poder mediocre puede contener esa presión.
Finalmente no obstante, incluso cuando haya masacre de por medio, las cosas encuentran su cauce.
Bien pensado.
Felicitaciones por el post. Me encanta y me siento identificado con la postura de tu posts: completamente dubitativa (como dices) y cuestionadora (sin el tono agresivo que le dan muchos a esa palabra).
Quisiera añadir un pequeño matiz a un pequeño detalle que comentas: lo de Jamendo. Por lo visto, su situación tiene bastantes detalles y su problema viene más de una mala gestión que de otra cosa (admito que no me informado a profundidad). Sin embargo, aunque no creo que tú lo hagas, creo que se corre el riesgo de asociar su fracaso (que está por ver) con un ansiado fracaso del modelo de negocio de la música con licencias flexibles a nivel mediático.
Creo que todavía estamos en un periodo de ensayo y error, aprendiendo por el camino, como tú dices. Lo peor de lo que le ocurra a Jamendo (pensando también en lo peor) es que sea utilizado para cercenar el debate y la búsqueda de nuevas formas de financiamiento.
Hay tantos detalles y matices que tratar en este debate… Me encanta que tú hayas señalado los principales. Ojalá los lean quienes deben leeerlos (o sea, todos los interesados: público, productores y creadores).
5. Finalmente (y porque me he olvidado de otras muchas cosas que he ido pensando mientras leia), no creo, ni de coña, en la posibilidad de hacer una consulta. Al menos no en España. Aqui la gente no quiere pagar. Este problema se vive en otras vias. Tiene culpa la pirateria de que la gente solo acepte conciertos pagados por entidades municipales? No, claro, eso tiene que ver con que la clase politica se haya pasado decadas "regalando" para quedar bien. Se han dinamitado multiples y diversas posibilidades empresariales por intereses contra los que no se podia competir. Asi las cosas, esta clara la postura de la gente si se realiza algun tipo de consulta popular. Nadie se va a molestar en plantearse las cosas con un minimo de sentido, porque a la masa le viene de perlas que se pueda seguir descargando alegremente. Mientras, por el lado contrario mantienen sus posturas con mano de hierro, no vaya a ser que se produzca el menor cambio sin posibilidad de retorno.
Epilogo: siempre digo que el Porno es la direccion. No digo que haya que dedicarse al porno, pero si que hay que mirar como evoluciona como industria para saber por donde va a ir todo lo demas. La crisis de contenidos que ahora preocupa a las majors en los sectores mainstream la tienen ellos en pleno apogeo. Se han paralizado rodajes, no se sacan tiulos a la venta y nadie se atreve a hacer apuestas de futuro. Nadie, excepto los que se anticiparon mirando al futuro, aquellos que hace 4 o 5 años se decidieron a apostar por inet como el canal, y la web en general como contenedor y comunidad. Las empresas clasicas estan rozando quiebras porque durante todo este tiempo se empeñaron en DVD's, y ahora no saben ni de donde les llueven las hostias. Tambien se produce un descenso a los abismos en terminos de calidad y trabajo de producciones, pero salen de la nada cosas como la grabacion de La vida privada de Helena Brasal. Y, eh, que puede ser todo un mierda y no interesar, pero aqui de lo que hablamos es de industria y de como rentabilizar en un marco legal.
¿Cómo rentabilizar un marco legal? Buena pregunta. Pero: ¿qué marco legal? Y: ¿qué marco legal queremos? Pues no todo es rentabilizable con el mismo grado de comodidad, economía, satisfacción social, utilidad y esfuerzo. Podríamos estar todos el globo de acuerdo en que las ropas son anatema para el ser humano, pero proponer el nudismo por decreto cuando llevamos milenios vistiendo, es algo que requiere de una estructura social varios estadios más avanzada de la que tenemos. Cuando se produce una disrupción en el tejido de las ideas culturales, con el impacto que tuvo y está teniendo el advenimiento de Internet y la informática (literalmente: "información automática" ¿Y acaso no son información las ideas?), las sociedades comienzan rechazando lo que no conocen (fase negacionista), asumiendo luego el cambio poco a poco y a regañadientes (tras una recesión intelectual) y finalmente incorporándolo a su corpus vivendi. Este proceso puede extenderse a lo largo de siglos o milenios. No esperemos una visión tab largoplacista en el contexto de un sistema político bipolar referendado cada cuatro años.
En resumen: "El muerto al hoyo, y el vivo al bollo".
A pesar de la longitud del texto, lo he leído atentamente.
Desde luego se plantean muchas preguntas en su post, todas ellas muy interesantes y que motivan a la reflexión. Lamentablemente estoy convencido de que, al final, nos quedaremos en la superficie del asunto, entre digitales y conservadores.
Se requiere una transformación de la industria del entretenimiento, a todos los niveles. Pero esa transformación de la industria no es posible si no hay previamente una transformación de la sociedad.
y eso es algo que no se hace en dos días. Sin duda.
Gracias.