Me pareció entender en un twit perdido que en una empresa la gente se estaba pasando listas de Spotify con ciertos tintes compulsivos o de irresistible costumbre. Varios enlaces de cuyo nombre no puedo acordarme asombrábanse ante el incremento de ingresos que Spotify estaba reportando no a sus creadores (misterio), pero sí a excelsos representantes de la industria musical. Y, mientras, J
amendo muriendo: en el negocio de los contenidos, los contenidos mandan. Ni militancia, ni DRM’s, ni licencias, ni las leyes ni cualquier cosa que se le parezca puede con un buen contenido, el contenido que importa.
Por un lado, mostraría cómo, al final y después de todo, como ha pasado ya tantas veces, alrededor del buen contenido la tecnología de distribución se transforma y las lágrimas de Calimero que prometen el Armagedon en el que el paro masivo y el fin de la conciencia occidental, entre otros horrores, estarían a punto de caer sobre nuestras cabezas, no se cumplen. Estaríamos en los albores, por tanto, de que el proceso de reconversión industrial que requiere el negocio de la venta de copias en su transformación a la venta de acceso se serene y adquiera impulso y normalidad. Ello frente al proceso de defensa amurallado, presuntamente negador de la realidad y que, por el contrario, permite transformarse sin modificar los fundamentos legales del anterior paradigma.
Las evoluciones técnicas y de conceptos de Spotify son fascinantes: creada una base de usuarios entusiastas que actúan con características de comunidad (recomendaciones masivas que llevan a más reproducciones y, por tanto, a más venta de publicidad), se suceden las innovaciones para que los fans del sitio (del sitio, caramba) generen más ingresos no sólo optando por no escuchar la publicidad, sino por tener acceso en todo momento: sin conexión, en el móvil.
Si yo fuera radio, querría un Spotify
El exito de Spotify se ha basado en la misma estructura de funcionamiento de una radio como Kiss: contenido bien seleccionado para targets publicitarios muy definidos con baja intensidad publicitaria, una red amplia y costes bajísimos. Spotify personaliza el contenido bajo ese estándar y tiene tanto éxito que uno se pregunta cómo las radio fórmulas no se aprestan desde ya a convertir sus marcas en nuevos servicios como Spotify añadiendo el concepto multiplataforma: si no tienes conexión, si no llevas tu gadget encima, es decir si vas en el taxi, la selección te la hacemos nosotros como ha sido toda la vida. Francamente, si yo fuera Prisa, no quisiera que me comieran los 40 unos suecos. De otra forma: si a la radio fórmula le está llegando su momento itunes mucho más de lo que ya ha ocurrido.
¿Podrá
Voddler hacer lo mismo con las películas? Una fuerza esencial de Spotify es la profundidad del catálogo asociado a los filtros que crean los usuarios y luego comparten. Resulta una técnica de larga cola como las impecablemente descritas por Anderson en el casi ya antiguo libro de marras. Del éxito al nicho y al descubrimiento de nueva música desconocida y oculta. Uno, que es un antiguo, empezó recreando los viejos CD’s que ya tenía y, de ahí, a un servidor le han pasado otras cosas. En resumen, que Spotify permite una explotación interesante (no tengo cifras, pero parece presumible) de los fondos de catálogo. Los éxitos antiguos, que ya estaban presentes en millones de CD’s, en copias Mp3 etcétera, pueden ser monetizados. Suena virguero para el cine.
Un éxito masivo de estas plataformas son una excelente noticia para la industria tradicional de los contenidos. Aunque sigan alarmados y publicando las terribles noticias de lo mucho que cae la venta de cd’s y lo poco (vete a saber) que compensa el ascenso, por otro lado sin parecer pararse, de la venta de música digital, hay un sitio y una forma de hacer donde se han reencontrado con los usuarios. Y aquí llega la segunda parte: la generalización del consumo de música en este tipo de accesos supondría reducir el caracter distribuido del consumo de música. Es decir, si un archivo es compartido en redes y se encuentra disponible en muchas máquinas desde las que acceder a él, ese archivo no puede pararse. Está para quien lo tome. Si Spotify te corta el servicio, no hay acceso.
Obviamente, resulta ingenuo pensar que se van a hacer al harakiri ellos mismos dejando de canibalizar la piratería. No es desdeñable un escenario en el que se aspire a tener un grado de control bastante razonable de sitios incómodos donde descargar cosas que haga más complicado y molesto tener acceso a películas y música, mientras el grueso de la población consumidora ya es usuaria compulsiva de Spotifys, Voddlers y los que vengan, que la marca puede tener su aquél. Y es ahora donde viene la cuestión nosotros.
Spotify, otro argumento engañoso en el engañoso debate de las descargas
¿Quienes somos nosotros? No se sabe. Se habla de la red. O ese apelativo casi zoológico de los internautas. Una enredadera donde, cómo en la vida, hay todo tipo de hierbas. Pero no se puede negar que esa red tiene un estado de opinión dominante y que entronca con ciertas capas de la población no red donde el fenómeno descargas es contemplado con la mezcla de rebelión, ignorancia y falta de debate real que hemos comentado otras veces. Si se generaliza el consumo gratuito de música a través del modelo Spotify, ya no hay problema de descargas. Si ya no hay problema de descargas, ya no hay problema social. Si no hay problema social, a quien le importa si no pueden entrar en una web. Si a nadie le importan esas webs, tampoco se harán. Si no hay webs y no hay problema social, no hay discusión del modelo de propiedad intelectual.
Gusta mucho poner como ejemplo de solución al problema de las descargas la irrupción de esta casa de música verdosa. Pero al hablar de soluciones al problema de las descargas y hablar de modelos de explotación como contraargumentación
se cae en el debate erróneo. El problema no son los modelos de explotación, que son un problema para quienes viven de ellos, y que muy seguramente podrían emplear, como la evidencia muestra en el presente, estos mismos esquemas en un entorno de propiedad intelectual diferente, puede que incluso hasta libre de derechos. El problema es que la generalización del modelo de acceso bajo condiciones en las que se puede cerrar determinadas webs conduce a un proceso de recentralización de la red reduciendo su caracter distribuido. Si recentralizas cambias las características jerárquicas y de poder que conlleva su topología. De esa forma se vuelve controlable (o más controlable) y no se produce lo que se espera de la aspiración de la cultura
libre (no gratis obligatoriamente, a pesar de
la falsedad de la cultura de lo gratuito) el fomento del procomún, la devolución progresiva al dominio público y todas esas cosas que,
a nosotros, nos importaban tanto.
Por supuesto, Spotify no es una tragedia. Es fantástico. No es una tragedia porque, afortunadamente, la tecnología va por delante de las trampas y porque, sumado a la normalización del software libre, el estado social de la cuestión que abren los gobiernos al liberalizar progresivamente sus datos o, a diferencia de nuestros gobiernos y oposiciones tan modernos y tan a la violeta, el interés con que otras administraciones públicas y fundaciones van pasando al dominio público catálagos con multitud de archivos de texto e imágenes, se crea un estado de avance permanente al cuestionamiento del statu quo legal de la era analógica. Es decir, que el riesgo de recentralización sólo sería un episodio más en esta mutación del mundo. O no, vete a saber.
En definitiva, el problema de los modelos Spotify va a ser el mismo del riesgo inherente del cloud computing: tus datos en manos de un tercero que no tiene por qué ser siempre malvado, basta con que lo sea unas pocas veces. Riesgos superables de existir competencia y marcos legales adecuados, pero no desdeñables. Con
Ángel Barbero comentaba cierta noche de cervezas que, al final, la cosas en tu servidor (propio y soberano) y que el resto son canales. Una pregunta es si eso es válido para la música y el cine. Y compartirlos, por ejemplo, en una nube personal que fuera a través de
EyeOS. Ustedes, que saben más que yo de la naturaleza de los bits en su forma de código o protocolos de red, me dirán. Y, en general, como la audiencia sabe más que uno, ruego corrijan estas provocaciones.
Eso sí: si les interesa debatir sobre propiedad intelectual y modelo de sociedad red, ni descargas ni Spotify como curalotodo para la industria, son el debate. O eso me parece.