La televisión, el medio que mejor resiste la digitalización
A la vista de lo sucedido con la música, la prensa y la amenaza seguramente irremediable que se cierne sobre los libros la televisión lo está haciendo bien. El proceso de descomposición en porciones del consumo y reducción de márgenes que ha cambiado el mundo y que está transformando nuestras relaciones sociales y políticas al convertir a la propiedad intelectual en el centro del debate de las sociedades de casi todo el mundo, está teniendo como paradoja una industria que parece no sólo soportarlo mejor sino que le está ayudando a mejorar.
Al menos así presenta sus conclusiones al respecto The Economist («El gran superviviente», se dice) en su edición de esta semana, en la que dedica editorial e informe especial. En realidad, editorial y artículo son en casi su totalidad un conjunto de adornos para la valoración cualitativa de la conclusión. Una conclusión por otro lado evidente. Juan Varela describe con palabras muy simples la cuestión: la televisión es igual en todas las pantallas, es decir, los contenidos que interesan se difunden a través de la convergencia de pantallas y los que no interesan, que son casi todos, no. Es más probable que los contenidos que interesen estén en la televisión de masas y en las estructuras de nicho de los grandes conglomerados que provengan de las fuentes comúnmente llamadas independientes. YouTube sabe sobre esto a medida que han visto como es el contenido profesional el que más visionados genera. Qué decir de las transmisiones deportivas.
Como vimos en la conversación sobre la cuestión con Alberto Artero de El Confidencial, competir contra una estructura que es capaz de llegar a toda la población en un instante y con unos costes para hacer llegar la señal tan bajos si se cuentan por espectador (el streaming es uno a uno, la televisión es multicast: uno sólo llega a todos) ya es difícil, pero si le sumamos que son las grandes televisiones con licencia y sus grupos propietarios los que tienen la capacidad financiera para seleccionar los contenidos y el talento que atraen a masas suficientes de espectadores (tanto para monetizarlas con publicidad como con subscripciones), la máxima de que el gran contenido es el rey, se cumple. Lo que, pensando en la prensa, lleva a pensar si los grandes medios no tienen un serio problema para tener un gran contenido. Parece que ese no es el problema del Wall Street Journal.
Con todo, el artículo no tiene en cuenta como los procesos de personalización dañan el negocio clásico de industrias como el cable. Una mirada a los comentarios de los lectores, interesados o no (la profundidad de la nota da que pensar) permite llamar la atención sobre una conducta del consumidor de la que surgen dudas constantemente: ¿no es tan irremediablemente vago que prefiere la linealidad al consumo personal? ¿Qué razón tiene para buscar cables, enchufes o aparatos para conectarse a internet si lo que realmente tiene conciencia de consumir ya está en la vieja caja tonta?
El cable norteamericano está trabajando en crear la oferta que mantenga a los usuarios dentro de su sistema y pagando antes de que la personalización erosionara sus ingresos. Es decir, dar acceso on demand por varios dispositivos con la misma cuenta que ya paga el servicio. Igualmente, fomentar los PVR ligados a la programación o extender las prestaciones hacia entornos escasos (los canales de deportes no sólo en HD, sino en 3D: Sky está instalando pantallas 3D en los bares) muestran una enorme comprensión de los cambios. Con su control de los grandes contenidos, la industria grande de la televisión seguirá ahí.
Pero existe una sombra y una duda por resolver: ¿la superabundancia de contenidos degradará los contenidos hasta el punto de descender la calidad? La cuestión no de la superabundancia, sino de le hiperabundancia, introduce la dificultad de monetizar contenidos como los de vídeo. A pesar del descenso de costes de los medios, el proceso es más complejo en cuanto a personas y tiempos en vídeo que en texto. Por tanto, hay mayor dificultad para adaptarse a audiencias fragmentadas al tiempo que, paradójicamente, cada fragmento ahora tiene opciones de tener «su vídeo».
Una hipótesis es que los contenidos que sigan siendo capaces de concentrar grandes masas de espectadores sigan defendiendo sus precios y grandes ingresos muchas veces a costa de sus distribuidores. Unas buenas carreras de motos llevan a la sobrepuja como RTVE sabe bien: el buen talento y los buenos derechos tienden a apropiarse de una muy grande cantidad de valor. Pero simultáneamente, la dificultad para mantener el control del visionado de los derechos adquiridos y la dificultad de mantener su atención, por no decir su durabilidad presionan a la baja. Añadamos a la ecuación el hecho palpable de que, a pesar de todo, hay más contenidos que nunca. Las razones para crear y que sigan haciéndose cosas más allá de las dificultades de los modelos de negocio, parecen ser inescrutables.
Créditos: la imagen pertenece a la galería de Loulair Hanton, distribuida con licencia CC.
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Pues diría que las razones para crear más allá de las dificultades de los modelos de negocio son las que decías ayer hablando de los escritores en tu comentario: el autor escribiría aunque no la tuviera (la protección) porque siendo el éxito tan improbable, a lo que aspira es a la difusión, a la reputación.
Por otra parte, yo me preguntaba hoy por los cambios que los nuevos modelos de negocio producen en lo consciente y en el subconsciente colectivo, en relación a para qué cosas nuevas nos propara y qué nos hace esperar. La reflexión que haces sobre la conducta del consumidor nos lleva a previsones poco optimistas: derechos adquiridos y ley del mínimo esfuerzo. El “quien da más por menos” no parece llevarnos hacia modelos rentables que permitan la comodidad a la que nos hemos acostumbrado, ni a reducir las cifras del paro, ni a reinventarnos.
La impresión global que me queda no da para muchas celebraciones.
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