Ver que un puñado de anunciantes ponen los pies en polvorosa porque un blogger la lía… eso no se había visto por estos lares. De la madre de El Cuco, El Cuco y sus crímenes uno no sabe prácticamente nada, pero servidor de ustedes sí acierta a tener una impresión, más bien repleta de grises, de lo que ha pasado y que no sabe si llamar campaña. Mis horizontes están en otros lados y, si tienen paciencia, lo mismo los comparten.
Empezaremos en un lugar lejano. Digamos que El Cosmonauta representa el poder y las potencialidades de las redes. Es decir, la capacidad no sólo de construir el contenido que quieres expresar sin esperar a que te lo sancionen los filtros clásicos de la era industrial (políticas estatales, conglomerados mediáticos soportados con una licencia gubernamental), sino de contribuir a que exista aquello que desearías ver (si quieres que esos contenidos existan, puedes poner dinero para que se hagan, de nuevo retirando al intermediario de la estética, a los gobiernos y a esos grupos que hemos mencionado).
De la misma forma, el documental lanzado desde la red sobre el movimiento de los indignados llama la atención sobre la no existencia de ninguna televisión que los apoye y deciden publicarlo por su cuenta. Todo lo que rodea al 15-M ha sido saludado como poder de redes pero, en realidad, ha buscado desesperadamente la ratificación de los medios convencionales para existir, negando precisamente el verdadero sentido que tiene el mundo en red: crear autonomía para no tener que pasar por un centro sancionador, filtrador y que se arroga el derecho de crear la agenda pública. Una vez que descubres que si aceptas el filtro de otro no vas a poder seguir adelante con tu proyecto, descubres que lo que la red hace es facilitar que lo puedas hacer: desintermediar, personalizar, eso es el poder de las redes. Eso sí, a todos nos mola estar en lo alto de la cola y que nos saluden por la calle porque nos han visto en la tele: para que luego se diga del ego de los bloggers.
Telebasura
Viceversa, la crítica a la telebasura supone la negación de esa autonomía. Las vestiduras rasgadas por el mal gusto, la estridencia, etc. suponen, por mucho que se digan en twitter, una ratificación de un mundo filtrado en el que te impusieran ver un programa o no existieran alternativas. Y es justo decir que sucede exactamente lo contrario: que existen tantas opciones alternativas de consumo banal, de ocio, cultural o como se le quiera llamar o etiquetar… que es irrelevante si existe una cosa llamada telebasura o no. Aparte de que es una crítica que implica, sobre todo en sus variantes agresivas, una censura encubierta. Supone considerar que las personas no somos adultas para discernir por nosotros mismos lo que vemos. Es un estado de opinión publicada en el que se enardece a una población considerada poco madura como para decidir por sí misma lo que quiere ver cuando tiene todo el derecho a ver y juzgar lo que quiera. Por supuesto, basado en criterios estéticos y editoriales ajenos.
Es, igualmente, un error de cálculo: si nos tomamos en serio las mediciones de rating, resulta que el número de personas que ven estas cosas no son tantas si se compara con el número de adultos que dicen que viven en este territorio. Así que es indignarse y enardecerse por algo que, por otro lado, en el fondo se dice no ver, que sólo se sigue con el rabillo del ojo porque le concedemos el derecho a fijar la agenda pública, es no aceptar o no asumir lo que supuestamente deseas: las posibilidades que da el mundo red para ser autónomo de todo eso. Es precisamente el empoderamiento de las redes – algo que a todo el mundo le gusta resaltar – y que no es otra cosa que el hecho de que todo el mundo tiene voz, lo que permite algo todavía más importante: aprovechar esa voz para crear tu propio mundo, para contribuir a la existencia de un universo de contenidos. La red sirve y nos permite crear sin barreras de entrada y crear cooperativamente.
Don’t feed the troll
Es por esta concepción que tengo de la red por lo que no comparto con muchos amigos (que son grandes activistas de la red y que se dedican a analizar el periodismo o la televisión) su mirada a las programaciones y a la telebasura. Si algo sabemos en internet, al menos los viejos, es ese don’t feed the troll. Hablar de la telebasura (concepto que, ya he dicho, no me creo) supone alimentar el troll de lo que dices que no quieres que exista y que juras no ver o no querer ver renunciando a poner toda tu energía en lo que sí quieres que exista y que, gracias a la forma en que funciona la sociedad red, puedes contribuir a crear.
Ser un entusiasta de la red supone asumir que no existe la salsa de spaghetti perfecta y que nunca puede existir ese mito de la televisión de calidad: es imposible que la televisión, toda ella, guste a todos. Sólo existen los programas que te gustan y que no te gustan. Los gustos son como los colores. O el clásico de los culos: todo el mundo tiene uno. Pero a la prensa (y a los bloggers, y a los tuiteros) le encanta recoger esas encuestas sesudas del CIS que preguntan con todo rigor metodológico si le parece que la televisión tiene calidad: no lo preguntan de la radio, ni de los libros, ni del circo. Es que no se le ocurriría a nadie porque es absurdo, lo que pasa es que lo de la tele y su poder tradicional lo tenemos atornillado en el cerebro y le atribuimos casi una exigencia unificadora que, por otro lado, no practicamos.
Estar preocupado porque se ven determinadas cosas en la televisión y alarmarse por si los niños, pobres niños, pueden verlo y correr el riesgo de que el resto de sus vidas quede atormentada y violentada por una imagen o escuchar un taco, es la misma argumentación de quienes quieren romper la neutralidad de la red en nombre del control de la pornografía infantil o el terrorismo. Es una excusa de control de las comunicaciones. Es como cuando señoras y señores bienpensantes se indignaban en la tele del posfranquismo por tetas, culos y palabrotas y el mundo avanzado de la época, ansioso de libertad, les decía ¡no lo vean señoras y señores!. O cuando filas de creyentes católicos, incluso confesando que no la habían visto, se apostaban a las puertes del cine Alphaville de Madrid para protestar porque se exhibiera Yo Te Saludo María y atentara a sus convicciones cuando ni siquiera se veía libremente y había que pagar la entrada.
También es como cuando el diario ABC organizó un escándalo monstruoso por aquéllo de Me Gusta Ser Una Zorra de las ignotas y desaparecidas intérpretes de ese grupo que no ha dejado vestigio en el acervo cultural de la humanidad y que se daba en llamar Las Vulpes. El asunto tiene dos lecciones, visto hoy: los que éramos púberes en la época y lo vimos no hemos sido condenados a vivir con un trauma irrecuperable. En segundo lugar, el escándalo sólo surgió un par de semanas más tarde de ser emitido cuando se inició la cruzada moral creando un efecto Barbra Streisand primario y pre-red: de no saber ni dios quienes eran esas Vulpes, ni haber escuchado la enorme altura literaria de la letra, de repente supieron todos quiénes eran. Estas cosas se supone que, la gente de la red, las saben.
Así que lo del asunto de la madre del criminal entrevistado y la subsiguiente indignación me importaría realmente un pito salvo por lo que supone de construcción de un cierto discurso sobre las redes y su poder por parte de quienes son actores y activistas de ella. Desencadenar una espiral de este tipo, lo saben bien todos los que de una forma u otra trabajamos y actuamos en estas cosas, no sólo no es sencillo, sino que no se sabe cómo se desencadenan. De repente caes en que has tirado un cerilla en un pajar seco y arde solo. Lo difícil es saber cuándo hay un pajar seco. Este artículo de Ivan Vilalta a partir del caso de la financiación de Diaspora e interpretando las ideas de Juan Urrutia sobre ciberturbas, le dará al lector curioso una explicación sobre el fenómeno de la congregación súbita de gente y provocar eso que dan en llamar swarming, otra forma de considerar eso que denominamos viralidad. Me parece una lectura obligatoria para activistas y teóricos de red.
Con Pablo
Decidí comentar este asunto tras hablar con el protagonista, mi buen amigo Pablo Herreros, vencedor y derrotado a la vez de este interesante paraje de la comunicación de nuestros días y porque el tono de lo que se avecinaba no presagiaba nada bueno para él. Vencedor porque ha sacado su causa adelante, derrotado porque al desbordarse por la marea humana ansiosa de vengarse del Telecinco que dicen no ver, ansiosos de impedir a los demás que juzguen por sí mismos y seguramente incapaces de coger un libro o ponerse una película cuando aparecen estas cosas que nadie les obliga a ver, se ha topado con el mainstream desmelenado, con el mismo trollismo de la telebasura pero invertido. Y todo eso ha desvirtuado su mensaje y su posición personal. Pablo es un tipo excelente para los que no le conozcan. No se le pueden atribuir conspiraciones oscuras salvo su pasión por escribir de comunicación y tener un buen don para hacerlo llamando la atención y congregando públicos. El problema de la comunicación de masas es que tiende a igualar a todo el mundo por el mínimo denominador del gusto, y eso afecta igual a Telecinco en busca de audiencias masivas… como a sus críticos lanzados a la banalización del análisis por las mismas conductas estridentes de cualquier Belén Esteban.
En definitiva, lo que me importa, es que si él y otros a quienes respeto y con quienes comparto y he compartido muchas charlas y cervezas sobre lo que nos gusta internet y el potencial que tiene para hacer otrsas cosas, contribuyen a dar relevancia a un modelo de comunicación que no es el que aspira a desarrollar la red, no nos libraremos de lo imperfecto del modelo tradicional, no se contribuirá a dar luz a las alternativas que están ahí. En realidad, se trata de poner la energía en la construcción alternativa de contenidos y en contribuir a efectuar selecciones personalizadas y no a la masificación que, de modo indirecto, significa crear más relevancia de la que realmente tiene (datos en la mano) eso que se descalifica como telebasura.
Si nos quejamos de la publicidad intrusiva, que dejen de financiar La Noria no conlleva que substituyan el formato de financiación de contenidos que lo permite y que no quiere trabajar de forma respetuosa con el espectador. Un modelo que concentra una enorme cantidad de dinero en modelos de producción que no hacen avanzar la promesa de la red, por muy utópico que se pueda considerar el criterio: volverán al spot que interrumpe, se mantendrá el miedo a construir contenidos propios. Eso sí, Pablo y cualquier otro tienen derecho a pensar de otra manera. Si la gente de la publicidad dice que el público ha tomado el control, que se preparen que todavía no han visto nada. El noventa y pico por ciento de los lectores de TV Guide que tienen PVR dicen que se saltan los anuncios. ¿Qué pasa si creamos listas de cosas que queremos ver para provocar a creadores y ponerles una masa de público dispuesto a financiarlo? Eso es un cambio de juego y eso es lo que la lógica de red nos dice. Y creo que es donde merece poner la energía si tienes algo de influencia. Algo. Es mi criterio personal, por supuesto.
Y de la causa, ¿qué?
Por terminar, ocho apuntes de lo que pienso sobre el tema. Uno: un anunciante tiene todo el derecho a elegir donde se anuncia y a retirarse si no está conforme con lo que el contenido transmite. Dos: cualquier ciudadano tiene derecho a movilizarse para defender lo que considera una causa justa. Tres: la madre de un criminal no es un criminal. Cuatro: el criterio editorial de un medio es su criterio, no el mío o el de cualquier otro, si cree que entrevistar a la madre de un criminal es lo que tiene que hacer, adelante con los faroles. Cinco: si la madre del criminal es responsable civil subsidiaria de las acciones del hijo criminal y éste debe una indemnización serán las leyes y los jueces los que digan o debieran decir qué se hace con el dinero percibido, si es que lo ha percibido. Apunto a que es deseable que la ley no permita enriquecerse con el daño sin compensar a la víctima, piénsese en la esperable venta de derechos para el cine de la heroica vida de tipos como Madoff. Seis: no se puede culpar a una madre de defender a su hijo ni de buscar todos los recursos para hacerlo. Siete: es una práctica legítima y extendida el pedir dinero por aparecer en televisión. Ocho: las protestas legítimas pueden convertirse en matonismo y censura y tienen tendencia a crear dobles raseros; es buena cuando estoy de acuerdo, es fatal cuando no lo estoy.
Créditos: la imagen pertenece a la galería de Dudua, con licencia CC.