La industria del porno se opuso con todas sus fuerzas a la aprobación – y subsiguiente posible obligación – del dominio .xxx para los contenidos pornográficos. ¿La razón? Plantean, entre otros, una amenaza a la libertad de expresión: si determinados contenidos pueden ser filtrados por la definición del dominio, será fácil discriminar qué se puede ver y qué no se puede ver amenazando, además, con terribles represalias a quienes no incluyan esos contenidos en sus entornos. Filtrar los contenidos desde el origen ya es una forma de eliminar la neutralidad de la red pues basta una decisión política para discriminar el acceso. De hecho, ya se  está intentando en la India: ya saben, empiezas por el porno y sigues por… Todo esto sucede cuando los operadores canadienses están rebajando la velocidad de acceso cuando ves Netflix o juegas a World of Warcraft: el anuncio insípido de Netflix con botones para que puedas mantener un visionado en condiciones a pesar de la reducción de la velocidad, no presagia nada bueno. La cuestión es que, como se puede ver, una red no neutral hace difícil que terceros construyan empresas y negocios asumiendo que quien controla la infraestructura no va a querer sacar ventaja: cuando se dice que no hay capacidad para soportar determinados tráficos lo que se viene a decir es que quiero sacar tajada de ellos. También del porno (o contenido para adultos, que es más fino). Conviene ahora recordar las palabras de Jesús Encinar explicando por qué sin neutralidad de la red Idealista.com, su empresa, no hubiera podido existir.