Veo7 cierra y se desgarran las vestiduras. Se suceden los comentarios negativos acerca de la poca viablidad de tantos canales en un mercado publicitario entre estancado y menguante y con tendencia a ser un juego de suma cero: más jugadores, menos ingresos para todos. Especialmente, cuando algunos cuentan con márgenes impropios en cualquier otro sector de la economía. Hagamos la otra lectura: si hay espacio para tantos, hasta el punto en el que el mercado empieza a estar saturado, habríamos conseguido una cosa rara, rara, en el sector del broadcast: que la competencia fuera real. Vamos, que fuera un mercado y no un corral. Es decir, el problema sería la rentabilidad de cada canal y no del sistema que podría convertirse – casi – en un mercado abierto. Si no puedes aguantar pues te vas y le vendes la concesión a otro. La barbaridad sucede cuando decidimos que, por aquello de que debe ser viable y sostenible, hay que reforzar a los que están y a los demás sólo les dejamos ser enanos. Sucede cuando se crea una desproporción de oferta pública de televisión con conductas plenamente comerciales. O dando la patente de corso para alquilarla a un tercero. Es decir, es un sistema que se ha creado con las cartas marcadas. En un marco de convergencia de medios progresiva, con la fibra llamando a la puerta, la necesidad de crear ese orden institucional propio de la sociedad industrial con el uso del espectro y su consiguiente control político (que no administrativo) no tiene más remedio que reducir paulatinamente su razón de ser y acostumbrarnos a que vender imagenes sea tan normal como vender cerveza. En su día, a la posibilidad de quebrar, uno de los beneficiados con los dedazos de las concesiones, le llamó far west. Otros viven en el oeste cada día y no pasa nada: se trataría de que la opción de quebrar la tuvieran todos. Y, por cierto, no es el primer cierre, ni la primera marcha atrás. En realidad, parece que caminamos a la normalidad.