Quizá es porque la crisis es la crisis y, tras ella, se vuelva a las andadas. Pero sospecho que nada volverá a ser igual en la televisión pública el día en que otra nueva euforia regrese: la convergencia lo cambia todo, la saturación de oferta lo apuntilla. Lo que brillantemente Juan Varela llamó telestado del bienestar era claramente insostenible (por no decir absurdo, irracional, desmesurado) y ahora se ve. Pero por primera vez veo a políticos locales plantearlo en términos de elección pública cabales y asumiendo la razón de fondo: “Dedicar entre 20 y 40 millones de euros al año a un aparato de propaganda no es de recibo”, explica Ángel Agudo, actual consejero regional de Economía y Hacienda, del PSOE, que asegura que el coste de oportunidad de renunciar a la televisión ha permitido situar a Cantabria entre las comunidades “con mayor nivel de desarrollo de la la Ley de la Dependencia” o contar “con la universidad “mejor financiada del Estado”.  Más: “La televisión pública de la Comunidad Valenciana, Canal 9, tiene 1.800 trabajadores, una plantilla superior a Tele 5 y Antena 3 juntas. También y como este lunes recordó José Bono, el presidente del Congreso, una deuda de 1.287 millones de euros (la congelación de las pensiones durante un año cuesta 1.500 millones) y un presupuesto para este año de 184 millones (equivalente al mantenimiento anual de 552 camas en el hospital de Henares).” Esto se sabía, pero parece que no llamaba la atención: yo creo que es indignante, ahora que está de moda la expresión. La tele pública, como se ve, no es gratis y crea serias distorsiones en un momento en que la oferta de contenidos que puede ofrecer tiene escasa capacidad de diferenciación (por tanto, de necesidad). Aunque Fernando Trueba piense otra cosa.