Hace unas pocas semanas, se ponía en boca de Ángeles González Sinde el siguiente argumento de preocupación ante una potencial modificación de la financiación que el presupuesto de la Unión Europea destina a sus programas culturales, en especial el clásico programa Media: «A nosotros nos preocuparía que pudiera haber trasvases económicos que mermaran unos y favorecieran otros». Lo interesante es que este es exactamente el mismo argumento que han empleado las televisiones comerciales españolas para oponerse a su financiación al cine: que un sector no tiene que financiar a otro. Que la acción institucional no debería (aunque lo hace constantemente) trasvasar el dinero de unos a otros creando perjuicios a un lado y favoritismos a otros. Aquí es fácil decir que el argumento para financiar el cine por las televisiones se debe a su licencia gratuita. Lo que sucede es que, en el mismo contexto, podría decirse que por qué al cine y no al teatro. O a crear startup tecnológicas. En el mismo período, uno de los fundadores de Wuaki TV asevera: «Yo no puedo fundamentar mi negocio en que se apruebe una ley ni en que una ventaja en la usabilidad se prohiba. No competimos contra las páginas de descargas». Estos dos momentos me parece que son un ejemplo perfecto de la complejidad de discusión del cambio de paradigma que vivimos. Tan solo con centrarse en las bases – llamémosle filosóficas – de las distintas posturas sobre la intervención pública en la financiación de contenidos o en la verdadera cuantía del daño que producen las descargas no autorizadas, incluso sobre si es posible competir contra el mal llamado todo gratis, hay suficiente materia como para plantear un debate social en el que no se parta de la base de que hay quien delinque y quien no o que las leyes inventadas hace tres siglos son inmutables en sus supuestos de partida. No es eso que se llama comunidad internauta la que necesita guiños. En realidad, es la sociedad entera la que necesita algo más que guiños para poder crear equilibrios nuevos.