Y en los antisistema. Pablo Soto gana su juicio parece que espectacularmente bien, de lo cual me congratulo enormemente. Es de esos casos en los que cierta épica – aun cuando la realidad, vista fría, casi nunca es emocionante – viene al caso. Pero, casi simultánea y contemporáneamente, sabemos que recibe nada menos que un millón y seiscientos mil euros de subvención. No está nada mal, sobre todo porque es más de lo que cualquier película recibe del ministerio y aún no hemos visto a la red bramar por este abuso. Sí, en cambio, y muy razonadamente, se han cuestionado las que Filmotech, ese servicio desaparecido de la mente del estado competitivo del alquiler de películas online, ha recibido. Cuando se atiende al resto de receptores de la convocatoria, se piensan dos cosas: si unos sí los otros por qué no y, en segundo lugar, la de cantidad de gente que le saca partido al Estado y que no lo necesita. Eso sí, el Estado encantado de repartir dádivas, que eso es el poder. Según el beneficiario y el diario La Vanguardia, Soto tendría que devolver el 90% de lo recibido, lo que ya cuestiona la palabra subvención. Hay sitios donde el cine tiene que devolver la ayuda. La circunstancia sería, pues, que el debate de las subvenciones es también complejo y poco evidente. Uno es de los que prefiere que no las haya (preferir es un verbo ambiguo) porque tiene algo de libertario. Calificativo que, probablemente, es algo peyorativo en palabras del nuevo ministro de cultura y varias cosas más. Literalmente dice: “lo básico es determinar si la propiedad intelectual es menos digna de protección que la propiedad, por ejemplo, de la vivienda, del automóvil o las colecciones de sellos…como es difícil sostener lo contrario“. Resulta contradictorio que una persona de la trayectoria académica de Wert no haya tenido curiosidad por ver lo que importantes académicos dicen sobre esa cuestión: yo puedo presentarle desde catedráticos a Premios Nobel, por no hablar de otros profesores respetables. Pero si somos libertarios y eso no vale, me temo que vamos a otro debate estéril. O más ruido hasta la siguiente oleada de rupturas de códigos, de-erre-emes y similares y nuevas muertes de la cultura. Pero el tiempo dirá.