Era Javier de la Cueva quien en su día afirmaba: “es una obligación moral quebrar las empresas cuyo modelo de negocio se basa en vulnerar los derechos fundamentales”. Se refería, claro está, a uno  de los muchos problemas que la persecución de la piratería produce en la sociedad. Con la conocida demanda a Enrique Dans por parte de Promusicae, me siento en ese estado de “obligación moral”. Me importa un pito – ustedes perdonen – el que la ley pueda dar la razón a los demandantes, incluso que efectivamente la tengan, porque yo no puedo dejar de pensar que estamos ante una institución que se dedica al matonismo legal para proteger un monopolio legal que está en entredicho. Desde el punto de vista de opinión pública, es horroroso.  Allá ellos. Aunque ahora sospecho que llegará mucha gente a examinar con lupa los contenidos del blog del demandado para encontrar inconvenientes legales por todos lados. Enrique Dans no es perfecto y no lo puede ser (tampoco yo), a mucha gente no le gusta, tiene posturas controvertidas (aunque, como se ve, arriesgadas y no le hace falta) pero esto no tiene nada que ver con su valoración, tiene que ver con la forma como se comporta determinado sector con la sociedad que le concede sus privilegios. Que es lo que son. Por si hace falta disclaimer, me dió clase, he tomado copas con él, compartido mesa y mantel alguna vez y muchas más con algunos allegados suyos, pero hay que saber de qué lado estás por lo que intrínsecamente supone: que es inútil ponerse en la piel de una industria sometida al cambio tecnológico y sentir compasión por ella cuando aspira a perseguir a toda la sociedad. Julio Alonso ya pasó por esto, como tantos otros, pero cabía pensar que esto se iba a terminar.