A primeros de mes, Kickstarter anunció el primer proyecto musical que conseguía un millón de dólares en su plataforma. No está nada mal. Los comentarios que recibo entre el mundo profesional tradicional ante este tipo de ejemplos, es que se trata de excepciones. Lo que sucede es que el éxito es siempre una excepción, incluso en el método tradicional de financiarse. Una diferencia esencial reside en que (tomo palabras de la propia Kickstarter) la artista es capaz de hacer el seguimiento de donde viene y a donde va cada dólar recaudado. Las liquidaciones a los autores es una de las cosas más oscuras y desagradables de lo que llamamos industria. Pero, aún más, para poder obtener esa cantidad de dinero, tiene que organizar una campaña que se convierte en un proceso creativo en sí mismo. Esta performance de cierre en, textualmente, fucking Brooklyn, es un ejemplo, de un concepto que resulta naturalmente crossmedia. Resulta que tenemos artistas haciendo de artistas y con el control de su creatividad que han encontrado un método para prevender su trabajo: se han empoderado eliminando intermediarios. Discutiendo con un estupendo profesional del derecho hace pocas fechas sobre el futuro de los contenidos digitales, me decía que no se podía vivir de limosna. No, no es una limosna. Es un método de trabajo: el día de la banderita de la Cruz Roja, el del Domund y otras causas humanitarias que rozan la compasión en su consideración social, nos han llevado a la idea de que donar un poco de dinero es un acto de gracia hacia un desgraciado. En Madrid, la estatua de Emilio Castelar fue erigida, como dice en la propia escultura, por subscripción pública y nada menos que en 1908. La tecnología permite que personas unidas alrededor de un interés puedan ser puestas de acuerdo de forma rápida sin importar la distancia y abordar proyectos que no tendrían mercado si no se reune una demanda dispersa. Amanda – fucking – Palmer, la señora del millón, ha necesitado 24.000 personas y treinta días. Hagan el equivalente a 24.000 personas/compradores en ese período de tiempo de cualquier otro método de distribución y producción cultural y su retorno neto para el creador y, empresarialmente, la duda ofende. Un momento, un momento: hay otra objeción. Que ya era una artista conocida y bla, bla. Hombre, sí, tiene una carrera, pero tampoco hablamos de los grandes éxitos mundiales, tiene una marca personal que cultiva poderosamente en internet.