El pequeño webshow que realiza Kickstarter para resumir su año 2012 – en el que celebra su ¡tercer! aniversario – es extraordinariamente ilustrativo a la par que emocionante. El fenómeno del crowdfunding sigue siendo observado como una mezcla de esperanza transformadora del mundo y un desengaño ante la realidad de que (vaya, como siempre fue) muchos son los llamados y pocos los elegidos. Es mirado con desconfianza por las estructuras convencionales porque, por un lado, no encaja al poder y el conservadurismo de los establecidos y, por otro, asoma maneras: el diez por ciento de todo lo que ha ido a Sundance tenía algo de Kickstarter, según ellos mismos. Para muchos, es símbolo de precariedad. Sea lo que sea, un servidor ve dos cosas subyacentes: el crowdfunding es una forma de preventa y Kickstarter y sus homónimos son marketplaces. En el internet olvidado de los noventa surgió el furor por crear estas figuras para unir compradores y vendedores por todas partes, abarcando desde negocios B2B a B2C, con compañías que desarrollaban plataformas de software para hacer estos mercados muchas veces basados en la subasta y que muchas han quedado en usos algo obsoletos o marginales. Eran los tiempos en que se hablaban de una especie de nueva economía en el que la ausencia de fricción de la red crearía escenarios parecidos a los del sueño teórico de la competencia perfecta. Miremos ahora espacios como E-Bay o Mercado Libre y comparémoslo con Kickstarter: ¿qué tienen de diferente aparte de que el segundo tiene glamour? Sólo una: en los primeros se vende lo que ya tienes, en los segundos lo que tendrás. Y, sí, tiene connotaciones diferentes pero me parece que no se puede negar que lo que se hace es crear mercados con nuevos intermediarios pero que sacan adelante ideas y productos que son puro I+D y que encuentran una excelente forma de repartir los riesgos de forma mucho más aceptable que en el mundo tradicional o al alcance de más gente que lo normal. De modo subsiguiente, es probable que imponga una ética fuerte en los usuarios: creo que está por aparecer la primera pequeña o gran estafa (llegará, la humanidad tiene esas cosas) pero, como sucedía en esa mística más primigenia de la red, se emplearán mecanismos de valoración de la confianza para defender y respaldar la reputación de quien vende: miren los ratios que califican a los vendendores en la plataforma de Amazon y en E-Bay y podemos pensar que la generalización de estos mecanismos terminará por llegar y que, después de todo, no se hace nada nuevo: comercio electrónico. O comercio a secas.
9 enero, 2013 9:13 AM
1. Escrito por Dany Campos
10/Ene/2013 a las 12:15 PM
Sí, me parece comercio al fin y al cabo pero, ¿ no crees que este tipo de iniciativas tiene mejor caldo de cultivo en culturas anglosajonas? Los países latinos somos otra cosa: aquí –de momento– no nos va eso de contribuir (y menos con dinero) con proyectos interesantes, lo que en el mundo anglosajón se puede llegar a entender como un privilegio.
2. Escrito por Gonzalo Martín
11/Ene/2013 a las 9:35 AM
Esa cuestión surge una y otra vez. Yo no quiero jugar a sociólogo aficionado, pero tengo dos observaciones propias que sería bueno plantearle a quien haya investigado esas cosas. La primera: pon una cuenta corriente en una televisión para donar dinero en caso de tsunami, terremoto o sequía y verás como el comportamiento de los celtibéricos rodeados de imágenes de desgracia resulta por lo visto no sólo abrumador, sino de los más destacados internacionalmente (dato que me suena, pero que puede estar completamente equivovado). Por otro, aquí no existe la costumbre, esa sí vista entre anglosajones, de un señor/a que dice que va a correr una maratón y a cambio pide dinero a la gente para pagar algo – humanitario – para alguien.
Un ensayo de explicación puede ser como hacía Alan Peyrefitte en El Mal Latino (cuyo título original es El Mal Francés) el hecho de que los latinos somos unos tipos poco fiables y deshonestos cuando no somos observados y, por tanto, desconfiamos del buen fin de quien pide el dinero. Es un libro olvidado y seguramente poco valorado en la academia, pero trataba de esas diferencias culturales europeas de tradición católica y el protentastismo, etc. O eso dice mi memoria.
Así, sería así distinto cuando lo pide un programa de televisión, artefacto al que le damos credibilidad. Pero los Teletones para curar Alzheimer u otros fines loables son también un elemento si no estoy equivocado del mundo anglosajón y aquí se hacen con o sin ese nombre de vez en cuando.
En definitiva, la falta de tradición no creo que denote falta de actitud. Sino de crearle el prestigio social y el artefacto de marketing. Las circunstancias (si quieres, la estética social) cambia pero no quiere decir que el carpetovetónico sea un tipo tan rato que sea incapaz de dar dinero a terceros por el mero hecho de querer contribuir a que algo exista.
Incluso, puestos a incorporar las facilidades de la transacción electrónica para las microdonaciones, no parece mal que nuestros generalmente poco populares gobernantes tuvieran en cuenta que – si favorecer este sistema es bueno y parece que sí – precisamente la ciencia (porque salva vidas) y los programas asistenciales son un buen método para asentar una cultura donante. La iglesia católica recurrió parcialmente a las donaciones de los madrileños para pagar las obras de La Almudena. La Asociación Española Contra el Cáncer organiza cuestaciones periódicas que tienen ese tono aburrido a vieja cosa de No-Do.
¿Qué diferencias tenemos? Modificar las técnicas de recaudación y promoción y asociarlo, como una cosa más, a las artes y la ciencia.