Las crónicas periodísticas sobre el conflicto sindical en Telemadrid tienen algo de bohemio: parecieran la transformación matématica de la realidad a través de la estética deformada del mismísimo Max Estrella. La cuestión sería ¿ha pasado realmente algo porque no se haya visto Telemadrid tantos y tantos días?. Me temo que nada. ¿Han percibido los mismos huelguistas, con todo el respeto a sus puntos de vista, cómo su ausencia no ha significado nada y, por tanto, queda en evidencia el propio sentido de su presencia y existencia?. En su patetismo – el ayuntamiento de Madrid ya cerró la suya – aparece de modo descarnado el conflicto inevitable entre costes y notoriedad de las televisiones públicas. A este conflicto (que un servidor denomina “paradoja de la televisión pública“) le ha echado algunas cuentas el profesor Andrés Betancor (gracias, José Miguel): «el gasto público presupuestado en atención a la dependencia en España ascendió gradualmente desde los 3.809 millones de euros en 2007 hasta los 8.004 millones de euros en 2011. Esto significa que el gasto en televisiones representa casi un tercio del gasto en dependencia». Este juego de usos alternativos del dinero recaudado – y se protesta por el también madrileñísimo y catalanísimo euro por receta – podría hacerse con cualquiera de esos gastos fundamentales a los que tanta gente aspira pero sobre los que no se pregunta nunca, nunca, al que paga los impuestos. Telemadrid y la televisión pública española en general se merece un buen paseo por el Callejón del Gato. No, esta pregunta tampoco se verá en los telediarios de Telemadrid. Ni en los de las demás.