Una casualidad me lleva a contemplar un episodio de America’s Most Wanted. Es interesante porque, siendo un viejo show cuya estructura sería similar a otra cosa olvidada como ¿Quién sabe dónde?, hoy día puede mirarse de una manera distinta: los dos son fenómenos crowd anteriores a la era de las redes. A saber: se pone un caso en manos del público (la búsqueda de un criminal o la de un familiar desaparecido) y con datos de partida comunes la multitud va remitiendo pistas y nuevos datos, útiles o no, hasta dar con el resultado. En el episodio que recupero, en un ejercicio que voy a llamar osadamente de procomún, conduce a que la suma de espectadores genere la información que localiza el criminal al extenderse entre muchos participantes. El procomún en este caso es una recreación de escultura forense de cómo debe ser el individuo en cuestión muchos años más tarde de la fecha del delito. Llevado a la producción fabril o a la innovación, es como cuando una organización regala conocimiento para obtener el resultado de la participación de los demás generando un output superior: el resultado es que se ha hecho justicia a un coste muy inferior que el poner a toda la policía del mundo a buscar al culpable desaparecido. En la fábrica, se acortan los tiempos de diseño y puesta en producción. Pero de todo esto ya se hablaba en The Wisdom of The Crowds y tienen hoy una interpretación muy avanzada en el Manifiesto Crowd de Freire y González-Rubí.

Llevado a las imágenes en movimiento, tiene que ver con las reticencias y críticas al crowdfunding. Mi amigo Rafael Linares, retado por mi otro amigo Eduardo Prádanos en Transvergencia, un evento al que tuvo la amabilidad de invitarnos la Universidad Autónoma de Barcelona, cuestiona el valor de la técnica y para ello empleó un truco astuto (pero, a mi juicio, de poco valor: por la pura evidencia de que el proyecto está financiado ya, con todos los peros subyacentes que tiene): cuántos de los asistentes habían contribuido a financiar El Cosmonauta. Creo que sólo yo levanté la mano. Y contaba cómo sus alumnos han fracasado en sus fórmulas de crowdfunding. Esta valoración, opino, es errar el disparo: porque fácilemente puede argumentarse que tenían productos poco atractivos y de eso no tenemos la culpa los demás. El crowdfunding es una técnica para financiarse, nada más. Como las redes sociales, no tiene superpoderes: si no eres capaz de superar el círculo de fools, friends and family, la probabilidad de fracasar es más que alta. Linares (y creo que Prádanos) sostiene que sólo es, por ello, una técnica apta para quién es muy conocido. Yo digo que no, que eso sólo facilita llegar a cantidades más grandes: tras cada fracaso en crowdfunding existe un producto mal planteado y un esfuerzo de comunicación erróneo, empezando por la manía de no generar un cierto grado de awareness antes de lanzar la campaña de recaudación: ¡eh!, la gente no está esperando que alguien lance algo, quiere sentirse parte de algo. Y tu trabajo es que lo sientan, no esperar sentado a que vengan a financiarte desde la nada.  Crear marca personal, eso tan importante para el artista, es una forma de awareness.

El bombazo Verónica Mars ha significado la consagración profesional del crowdfunding como una excelente técnica para testar si hay demanda para un producto y sumar cantidades profesionales para producir contenidos audiovisuales: no es algo que pueda verse aislado, la recuperación por Netflix de Arrested Development y las intenciones alrededor de shows de demandas pequeñas (o éxitos pequeños: la medida del éxito depende de la expectativa económica del productor) demuestra el poder de las redes: la reducción del riesgo del productor por la vía de testar el producto antes de hacer la inversión. La posibilidad de hacer preventa y dimensionar tu escala es la continuación de esa limitación de riesgo. Por cierto, en el entorno profesional de máximo nivel ya se veía el potencial del crowdfunding como un proceso emergente a tener en cuenta. Lo interesante es que el segmento profesional desprecia el corwdfunding (nada como la industria española para esto) porque da cantidades pequeñas. Y, sin embarggo, ahora parecen decirnos que es lo contrario, que es para los grandes.

Por tanto, ¿no implicarían tanto el caso Verónica Mars como el caso Paco León que sólo sirve para quién ya tiene un nombre o una masa a la que llegar? Los datos de Kickstarter no indicarían eso. En realidad, lo que sucede es que cada proyecto tiene una escala de financiación y una escala alcanzable (si haces bien los deberes) en función de la masa de público que realmente puedes alcanzar. Por ejemplo, Jordi Pérez Colomé ha conseguido en su segundo proceso de financiación colectiva superar la cantidad alcanzada en el primero y, lo que es mejor, con nuevos financiadores. Hablamos de un proyecto de unos pocos miles de euros. Nadie garantiza que sea así en las siguientes, pero puede plantearse el hecho de que hay una posibilidad de trabajo progresivo en la escala, que sube notoriedad y que, no es descartable, abra las puertas a otras formas de financiación a medida que su marca personal crece. Y lo importante es que Pérez Colomé habrá producido dos e-books y algunas decenas de artículos periodísticos producidos sobre el terreno de la noticia: lo importante es que él no ceja de buscar su propio mecanismo de financiación. En los medios de estos días se puede ver cómo otros están a la espera de encontrar pagador, en una labor que es igualmente meritoria y con una fuerte marca personal, pero que no es diferente en su grado de frustración cuando no se consigue lo que se quiere.

Antes dije que el crowdfunding es una forma de financiación y nada más. Bueno, hay algo más que añadir: la primera, es que se trata de un mecanismo antiquísimo y que la conectividad y tecnología actuales amplifican, facilitan y amplía sus posibilidades. La segunda, y es la verdadera clave de todo, que empodera a quien la utiliza. ¿Qué significa empoderar? No significa que elimine el esfuerzo, más bien al revés, el esfuerzo es enorme. Significa que, aprendiendo a crear las condiciones para hacerlo (el tamaño de tu proyecto, el trabajo para darlo a conocer y la gestión de la campaña) se es capaz de crear un mecanismo de financiación que no depende de publicistas, televisiones o banqueros. Es decir: si la tecnología actual permite crear tu propia audiencia (otra vez: nadie dijo que fuera fácil, es que antes no se podía intentar), apoyarse en los mecanismos crowd (antiguos y subyacentes, como hemos visto), facilita buscar la autonomía financiera que permite controlar lo que haces. Por tanto, mirarlo desde la vía de las ambiciones no alcanzadas (no soy capaz de financiar un largometraje normal) es una mirada estrecha. Si alguien lo consigue es tan excepcional como el que lo consigue por la vía convencional: sólo mirar el número de graduados en dirección cinematográfica, guión, etc. que produce cada año este país y los que consiguen hacer su película ya indican la excepcionalidad intrínseca de la creación a gran escala. Eso que llamamos industrial. Si el creador opta por hacer su camino, tiene que dar los pasos previos y seguro que el primero de todos no es ponerse a pedir microdonaciones sin haber pensado cómo se hace y para quién lo está haciendo.