Lawrence Lessig, después de literalmente destrozar el entramado intelectual de la propiedad intelectual y su relación con el mundo de las redes, decidió cambiar de temática y dedicarse a investigar y proponer reformas legislativas sobre la corrupción institucional. En su wiki al respecto, nos quita de la cabeza la idea de la burda ruptura de la ley para hablarnos de algo más fino: “corrupción en el sentido por el cual el sistema induce a los beneficiarios de las leyes del Congreso a recaudar y entregar dinero al Congreso para inducirle a legislar”. ¿Qué relación tiene una cosa con la otra, es decir, propiedad intelectual y corrupción institucional? Todos conocemos (¿todos?) la extraordinaria sensibilidad del Congreso de los Estados Unidos, por ejemplo, para regular en función de los intereses de Disney, un clásico de la crítica al sistema de propiedad intelectual. Así que estudiar la configuración de las leyes por las cuáles se otorgan monopolios privados resulta tener una formidable conexión con la corrupción (de desnaturalizar, de perder el sentido y la funcionalidad para lo que algo está hecho). Javier de la Cueva ha redactado un terrorífico relato (no cabe otra expresión ante la desnudez de cómo se fabrican las leyes y cómo se gobierna para intereses de parte) alrededor de lo que es España, la legislación sobre el canon (la anterior y la que viene) y el presumible enemigo público número uno tras la desaparición de la Sgae como molesta institución empeñada en perturbar la paz de gobernantes ansiosos de votos: el Centro Español de Derechos Reprográficos, más conocido como CEDRO. Javier relata el mecanismo sutil de cómo se legisla a sabiendas de que la ley es, no sólo injusta, sino contraria a derecho desde su origen y con el fin de amparar que haya instituciones que recauden dinero sin tener legitimidad para ello y que nunca devolverán. Las entidades de gestión y sus abogados y ejecutivos suelen acusar a los demás de inmoralidad cuando no de delinciencia pura y dura mientras organizan un complejísimo entramado legal para que lo que ayer no hacía falta hoy se convierta en aparentemente necesario. Si ahora (lean el enlace del texto de Javier) CEDRO es simplemente incapaz de garantizar los supuestos beneficios de su existencia para que exista producción y publicaciones científicas, conviene mirar a la historia para darnos cuenta de que nunca hicieron falta para que hubiera creación: la primera fotocopiadora láser se inventa en 1969 mientras que la institución se funda en 1988. La cultura y la ciencia no murieron mientras tanto, como no se ha muerto la música, ni el software, ni la producción audiovisual, ni la información sobre política, deportes, espectáculos y lo que se quiera desde que se dice que la piratería acaba con todo: la esencia de la cuestión es que se ha corrompido la finalidad del instrumento legal que llamamos propiedad intelectual y que es el estímulo a crear. Mecanismo en el que debe caer la carga de la prueba de que sirve para lo que dice servir.