Mi profesor de filosofía del bachillerato nos insistía en el valor de la historia de las ideas y de su propia asignatura enarbolando la bandera de la influencia oculta o no conocida del debate de problemas filosóficos. Era por ello, nos contaba, que si en nuestra vida cotidiana calificábamos personas y conceptos como idealistas debíamos imputarle la culpa a Platón. Unos viejos amigos alejados de la cotidianeidad de la vida digital – el autor de estas líneas es conocido en esos ambientes como un vendedor de humo – me miran con la sorpresa del ignorante cuando les hablo de Pirate Bay. Excuso decir que son descargadores compulsivos de su entretenimiento en medio de esa ética borrosa en la que se duda entre el remordimiento y la útil comodidad de la descarga.

Evidentemente, desconocen los mitos y orígenes de casi todo lo que rodea a ese centro no reconocido de la discusión pública permanente que es lo pirata (ayer todo lo que llamamos prensa estaba encantada de volver a hablar de la estupidez de la lista 301, lista a la que sin que nada serio les suceda pertenecen Canadá e Israel, a los que tenemos como serios aliados de Occidente). Esta introducción pretende levantar la atención de la influencia oculta de ideas y fenómenos que no se conocen en profundidad pero terminan afectando a nuestras vidas y cuyo impacto vamos descubriendo y reciclando a nuestra manera. Así sucede con David Navarro y su entrada en un blog de El País que titula A favor (de entender) la piratería. Que está muy bien como propuesta intelectual: entender al otro. Al leerlo, lo que descubrimos es la celebración y constatación de la realidad del consumo, la comunicación y transformación del entretenimiento y las obras de arte de nuestro tiempo: la distribución ubicua, la cooperación espontánea de multitudes y la modificación del producto original. En definitiva, la aceptación de que el acceso ansioso a los contenidos que se ama se produce por mecanismos no previstos ni siquiera cuando se producen (oh, el mito de la pantalla con butacas).

Se toman fuentes secundarias sobre conceptos que se iniciaron en debates en otros lugares y entornos, pero se termina con la resistencia emocional a asumir que todos los moldes de lo que era la relación con los contenidos han cambiado, incluido los que no te gustan: “cualquier creador (…) debe tener derecho de gestionar su obra como quiera”. Henry Jenkins, el culpable de que se use la palabra transmedia sin que casi nadie sepa de dónde sale y qué quiere decir (otro término que pasa de unas cosas a otras con sus semillas perdidas o alteradas) advierte en sus textos a los grandes productores que se olviden del control de sus obras porque eso, como las golondrinas, no volverá. Es más, viene a decir que se ganará menos dinero empeñados en el control. Por supuesto, habría que añadir la idea de que el concepto de creador como ente aislado que pretende ser original, único y casi diríamos que frágil como una orquídea, está también sometido a la misma presión: ideas que mutan, pero que no queremos aceptar.

Si lo que sucede con la digitalización de los modos de producción es un cambio de paradigma drástico, tan brutal que desconcierta y se ignora todo lo que será el resultado final, lo que probablemente no se pueda es elegir a la carta las implicaciones: es fenomenal la inmediatez, la cooperación, etc. pero no queremos ver que el control imposibilita esas virtudes y su potencial de enriquecimiento social y económico, por mucho que pueda deteriorar formas actuales de ganarse la vida. Es decir, y dando por hecho que los mecanismos del nuevo paradigma sean los que entendemos por ellos, el supuesto derecho a gestionar tu obra como quieras, es una quimera que queda a la espera de que las ideas diferentes que comportan las nuevas condiciones terminen de filtrarse a la conversación cotidiana sin que nadie sepa de dónde vengan. Curiosamente, en las plazas del mundo convencional, la presencia de proyectos cada vez más raros y anómalos (recordemos que el atípico fenómeno Carmina empezó también en Málaga) parece contaminar todos las empresas de quienes quieren crear a toda costa.