Se dice que las crisis son higiénicas: retiran lo obsoleto, no sin dolor, y dan vida a lo mejor, lo nuevo y lo más inteligente. La hecatombe de recaudación de la semana pasada no es únicamente producto del aumento del IVA (llamémoslo puntilla): hace muchos años que el precio de las entradas ha subido de modo desproporcionado y, me parece, existe un consenso bastante amplio alrededor de la idea de que el precio excesivo es una cosa cierta. Seguramente por eso se ha puesto encima de la mesa la estrategia de descenso, que requiere del acuerdo de las distribuidoras importantes: es decir, la crisis, que al final sólo pone de manifiesto quién lleva bañador cuando baja el agua, parece conducir a terminar ciertos tabúes sobre la política de precios de los cines.

Pero la cuestión no termina ahí. En nuestro contexto, la palabra emigración está cargada de sesgos negativos asociados al hambre y la necesidad. Josu Ugarte, presidente de Mondragón Internacional, suele mostrar en sus presentaciones lo que es salir de tu casa hoy para ir a trabajar fuera: aviones comfortables (aunque no vueles en business, no son trenes con bancos de madera y maletas de cartón), ciudades modernas y equipadas (no, no son pueblos sin luz y sin médicos en leguas), videoconferencia en skype y correo electrónico todo en tiempo real para estar al tanto de lo que sucede en tu hogar y a tu familia. Josu lo hace porque le llaman los padres de los titulados que contrata preocupados por la lejanía y la distancia para decirles que emigrar no es lo que era.

Por eso este titular de El Confidencial resulta chirriante: “El cine español emigra a Los Ángeles para sobrevivir”. Cuando buceas en el texto, encontramos síntomas de otras cosas enmarcadas en esa idea subyacente de que tener que irse fuera es una maldición divina y una especie de expulsión del paraíso. Esta cita de Enrique López Lavigne debería ser enmarcada a la inversa, algo así como La industria ha decidido convertir el mundo en su mercado, olvidando la estética de quien va a hacer la vendimia: “España ha dejado de ser nuestro territorio de referencia. Ahora es un mercado más”. Los holandeses – y me refiero a ellos como el clásico país de comerciantes – hace muchos siglos que no tienen bastante con su demanda interna y erran por doquier. Más: “Siempre hemos apostado por la internacionalización, pero ahora la estamos potenciando. Si en España no hay mercado, habrá que irse fuera porque películas vamos a seguir produciendo”. Caramba, pareciera que el tótem ese de tener que hacer nación para la nación puede ser derribado y no importa ni hacer las cosas en inglés (algo que no le gusta demasiado a la arquitectura legal), ni la cultura como demiurgo y nos encontramos productores en busca de clientes.

El artículo es una orgía, esta vez a cargo de Álvaro Longoria: “Como cualquier otro empresario español, nuestra supervivencia pasa por la exportación. O cogemos el talento español y lo vendemos fuera o tratamos de acoplarnos a producciones anglosajonas que ya estén en marcha”. Antes te decían que eso era imposible o una tontería. “Somos españoles pero no vamos a dejarnos caer con el mercado”. Caray, ¿y el gobierno? Ni está ni se le espera: “El mercado español se ha puesto complicadísimo. Las tres vías de financiación tradicionales (subvenciones públicas, televisiones y público) están ahora mismo en el limbo”. De repente, te quitan las muletas y empiezas a caminar por ti mismo para solucionar el problema de tu empresa: dolerá, pero ahora no eres un siervo de las circunstancias, eso que a veces se confunde con modelo de negocio. Más de uno no dejará las muletas.

¿Por qué llaman exiliados a comerciantes que se establecen fuera y generan un negocio? Misterios locales. Puestos a profetas (otra palabra para definir el ridículo), queda bien decir que la industria local no volverá a ser lo que era después de este ciclo depresivo y casi seguro que para bien. Que la cultura no se morirá, ni la producción audiovisual ni nada por el estilo, caiga quien caiga en el camino. Lo público seguirá buscando en las imágenes formas de legitimización de las naciones y sus poderes, pero seguramente el superviviente que se tiene que enfrentar a ello se habrá vuelto un gato con siete vidas que no dependerá, o lo hará mucho menos, del arbitrio de lo que no es demanda. En fin, hoy tocaba el relato de un optimista.