Antonio y Susana ya lo han contado. Ayer a unas cuantas personas algo significadas con internet y el mundo audiovisual nos invitaron a conocer el por qué de una campaña de Atresmedia en favor del modelo de propiedad intelectual vigente y con una insistente preocupación por hacernos saber que se quiere dialogar y no asustar, insultar o amedrentar al usuario con campañas y argumentaciones similares a las de la malparada SGAE y otros tonos considerados del pasado.

Pero del pasado (me) pareció todo cuando vimos el spot de inicio de campaña y el escenario en el que nos vimos: unos cuantos bloggers veteranos con más o menos empeño en las guerras del pasado frente a unos representantes de la industria que, con la amigabilidad y el buen tono de los que son, en varios casos, buenos amigos y conocidos, nos exponían los viejos argumentos – que nosotros o al menos yo – consideramos falaces y, desgraciadamente, intelectualmente poco presentables, como los empleos perdidos o el peligro de la cultura. Sí me pareció escuchar que renunciaban a dar terribles cifras de fuentes dudosas lo que es de agradecer en ese intento de abrirnos a todos y discutir de verdad, sea lo que sea eso.

Repetiré aquí un poco más argumentadamente la postura que expliqué allí:

No tenemos un problema de incumplimiento del copyright, el copyright es el problema: si se nos pide debatir sobre el pretendido problema de que muchas personas (entre ellos quien les escribe) accede a los contenidos de una forma no prevista en los modelos de negocio y legislativos vigentes, sería bueno que – por fin – la llamada industria estuviera dispuesta a hacerlo desde un plano distinto. Por ejemplo, si la legislación de propiedad intelectual vigente contiene o no contiene elementos abusivos que, lejos de estimular la creación, la está bloqueando en todos o en muchos casos. Si el beneficio social consiste en saber para qué circunstancias y actividades sí hace falta dotar de privilegios (más que protecciones) sobre la creación de obras, inventos y conocimientos en general (hablo de derechos de propiedad intelectual y patentes a la vez) para cuáles no y, en todo caso, cuán duros han de ser: discutamos sobre eso y no sobre si la gente se me ve la Férmula Uno donde no debe. Debatamos si, por ejemplo, no ha llegado la hora de acortar los plazos, reducir usos prohibidos o de legislar con el dominio público por defecto como fin.

A la cultura no le pasa nada y, ni mucho menos, está en peligro: por no decir que refugiarse en algo verdaderamente pedante como asegurar que uno hace cultura porque sí recuerda mucho a eso de Samuel Johnson y el patriotismo como último refugio de los canallas. Y canallas aquí no es una acusación delictiva, sepan todos aceptar las licencias literarias. Mucho más allá cuando se dice que uno crea “un movimiento”, cosa que antes ratificaban los libros y no las pretensiones. Recordé a todos los presentes como Antonio Delgado, también entre los comensales, tenía la costumbre de que cada vez que éste déjà-vu de los debates e intentos de concienciación sobre la piratería aparece, enlazaba un artículo que desde entonces replico sin parar sobre un reportaje del diario El País de 1984 asegurando que la piratería mataba a la industria musical. No había internet en 1984, me permití recordar, y la música nos inunda por todas partes además de que se puede constatar que hay nuevos artistas ricos y famosos con menos edad que los años que hace de ese artículo. Insistir en que las nuevas tecnologías han hecho de lo que se está llamando cultura (cualquier tonada escrita por un patán) algo ubicuo, no lujoso y al alcance de cualquiera tanto como consumidor como creador es aburrir al personal y sobre eso un servidor y tantos otros han escrito mucho. Quizá lo que antes llamábamos cultura (es decir, cierta sofisticación del arte o del razonamiento intelectual) cuesta más de localizar entre tanto me gusta y tanto tuit, pero uno cree que es muchísimo más accesible e interesante que antes para quien lo quiera piense lo que piense Vargas Llosa.

Lo que está en peligro son las cuentas de resultados de algunos: lo que no quiere decir que vivir de contenidos sea imposible o inviable (ahí está Mongolia, Weblogs, El Confidencial, Yorokobu y muchos otros proyectos insurgentes), sino que seguramente lo es para escalas más pequeñas porque puede que sea mucho más complicado que antes para los conglomerados que cotizan en bolsa que tienen que dar rendimientos extraordinarios cuatrimestre a cuatrimestre y que sólo se consiguen en condiciones próximas al monopolio si es que no son monopolios reales. Y ahí, Atresmedia es de los que menos tienen que temer, porque una licencia (varias, en realidad) para usar el espectro radioeléctrico y llegar a toda la población para vender publicidad a cambio de las medidas de una muestra bastante cuestionable de hogares sólo puede hundirte con mucha incompetencia o mala suerte o mucha mala baba de un gobierno. Sí, quien inicia el debate es el beneficiario de un sistema – las concesiones a dedo del uso del espectro radioeléctrico – que seguramente no esté dispuesto a debatir si es justo que tenga tantas licencias o si, con el avance de la tecnología, las condiciones de equidad en el libre mercado implican que se deba hacer desaparecer el oligopolio regulado de las televisiones privadas y crear un mercado abierto en el que todo el que quiera emitir emita por satélite o cable (incluida el internet por fibra que crece día a día) donde no existe límite práctico de espacio. A la cultura y a la vida cotidiana no le va a pasar nada si ¡Ahora caigo! no puede hacerse por falta de rentabilidad. De paso, recordar a los periodistas de estas cadenas que suelen protestar mucho (por orden o no de sus jefes) cuando los equipos de fútbol quieren cobrarles por retransmitir por radio un espectáculo  y ellos argumentan que no les quieren pagar en nombre de la libertad de expresión: en ese caso, parece que el copyright importa un pito, pero claro, si alguien dice que el fútbol es cultura será apedreado aunque lea a Valdano.

Usar los empleos perdidos como lanza, no es algo muy inteligente: después veremos que como buena sociedad mercantil que es tendrá que hacer sus regulaciones de empleo y sus salidas pactadas como hacen todas las empresas, cuya libertad de hacerlo reclamarán como buena empresa capitalista con toda la razón del mundo (sí, yo estaré de acuerdo con ellos en su libertad para contratar o desvincular). Espero que no lo hagan con la excusa de la cultura que ya no pueden hacer, sino de algo tan antiguo y legítimo como la productividad y la rentabilidad. Y, por favor, no hagan que les sonrojemos sacando gráficos demostrando la evolución del empleo en la agricultura en el último siglo y su paso a la industria y los servicios con un gran incremento de nivel de vida porque la salida de empleo de un sector para pasar a otros es la historia misma de la vida económica. Además, el resto de despedidos no tienen medios de comunicación de masas como altavoz de su desgracia.

Nos plantean un debate descompensado: nos insisten tanto en sus buenas intenciones, en que quieren contar con todo el mundo, que no quieren ser agresivos, etc. etc., que casi me da hasta lástima de una pobre cadena de televisión que acapara casi la mitad de la publicidad. A pesar de tanta debilidad, nos arrancan la campaña con toda la fuerza de un imperio de medios. Sus televisiones emitiendo spots, la pretensión de formar y dar cursos (la formación y el adoctrinamiento, o su intento al menos, tienen fronteras delicadas) y la organización de foros que parten de la premisa de que no que tenemos un problema con la formulación de las leyes de propiedad intelectual actuales (y yo me extenderé a las patentes por aquello de que el marco real de este debate es qué hacemos con el uso del conocimiento en la sociedad del conocimiento), sino que el problema es que no les hacemos caso en el cumplimiento de leyes que muchos vemos verdaderamente viciadas de origen cuando no plenamente corruptas en su proceso de elaboración. Y estamos viviendo el caso del canon de AEDE como expresión máxima de lo que es corrupción institucional. Todo eso es partir con mucha ventaja a la hora de explicarle al público un problema verdaderamente complejo. Argumenté, naturalmente con ingenuidad, que si queríamos un debate verdadero, cedieran sus poderosos medios para emitir en prime time el Remix Manifesto o entrevistaran profusamente a Javier de la Cueva sobre las leyes que nos amenazan con aplicar. Así habría alguna opción de que quienes no estamos de acuerdo con los argumentos de esta campaña y las anteriores tuvieran una opción de explicar posturas que son ciertamente complejas con la misma potencia de difusión. O que, simplificando como toda propaganda inevitable (no vamos a pensar que por creer que se está en el lado de los buenos no se hace propaganda) nos dejaran, y haríamos algún tipo de crowdfunding, emitir unos spots con gráficos de cómo ha aumentado la duración del copyright en el tiempo y especialmente al día en que a Disney le dió la gana, o de cómo el derecho de cita en España una vez existió. Por ejemplo.

Por lo demás uno se marchó con la sensación de que estamos ante otro episodio más del ciclo que llevamos en los últimos 25 años de escándalo y continuidad de esa presunta violación de algo sagrado. Y que el año que viene, si nos sentáramos a la misma mesa, nos volverían a contar lo mismo mientras seguimos usando VPNs, Pirate Bay y, a la vez, pagando Canal Plus. Porque lo del consumo de contenidos es muy complejo y parece que nadie va a querer debatir por qué Avatar, la película de más recaudación de la historia, es la más pirateada de la historia (y no lo digo yo, lo dice La Razón, que es del patrón de Atresmedia). O por qué HBO piensa que la piratería no ha dañado las ventas de Juego de Tronos. Sí, queridos encargados de las campañas de Atresmedia, hay que mirar todos los ángulos del proceso. El éxito, no sé por qué, siempre encuentra cómo financiarse.

Queden tranquilos de todos modos en Atresmedia: a mi no me lee nadie. Y dudo mucho que en el estado de desmovilización de eso que llamábamos la red y que era un grupo de gente cuyas opiniones fueron maravillosamente sobrevaloradas por los propios medios que ahora se rasgan las vestiduras, pueda crearles una estampida de esas que tanto temen desde que vimos a un juez llevarse a Teddy Bautista al juzgado. Me temo que eso ya no pasará y que la masa de público que descarga pensando que lo que hace está realmente mal no tiene las ganas, ni el interés ni el tiempo de pensar en una cosa tan compleja como ésta: pensemos que Javier Bardem nunca entendió lo de la máquina de replicar tomates y es todo un señor artista y representante de la cultura.

 

P.D.: mientras escribo esto, en un resumen de esos de Top Chef unos cocineros que hablan de ellos mismos en genérico “nosotros, los cocineros” explican a una torpe presentadora cómo esferificar – inversamente en este caso – unos gramos de yogur con alginato. Imaginemos ahora que esa receta, descubierta y puesta en marcha por el cocinero más celebérrimo del planeta tuviera patente o fuera patentable: habría que citarle en el programa y pagar por usarlo. ¿No resulta extravagante que hubiera que hacerlo? Qué suerte que en la Bullipedia lo vaya a compartir todo. Bien, hace unos pocos años algunas cosas que ahora no se pueden hacer eran legales y de uso común, pero leyes impulsadas por gente como el propietario de Atresmedia lo hacen ilegal o exigen pagar. Todo esto da que pensar. Mucho más cuando su negocio de toda la vida es vender una cosa que se vuelve terriblemente inútil: vender cuadernos de papel impresos con tinta.

P.D.2: como se quiere debatir, e insisto en que no me lee nadie, alimentaré el debate a la antigua usanza, enlazando a unas cuantas personas que estaban por allí. Antonio (yo te comento, tu nunca me comentas aunque sí me enlazas 🙂 ) Mar Abad, Ismael El-Qudsi, Mario Tascón, Susana Alosete, Antonio Delgado, Ramón Puchades, el propio Pablo Herreros, Pepe de la Peña, Pepe Cervera, Raquel Martos, Eduardo Arcos, Marilink, Rosalía Lloret, Bárbara Yuste y creo que me dejo a varios que me tendrán que disculpar.