Hablamos últimamente de modo intenso de cooperación. En una conferencia que di el jueves pasado en la Universidad Politécnica dentro de las jornadas anuales que organizan las Cátedras Telefónica, me pidieron que hablara de algo tan genérico como las empresas en las redes sociales. Decidí enfocar la cuestión por una vía diferente a la retórica en la que estamos envueltos. Básicamente las ideas eran dos: la verdadera red social (entendida como servicio) es la propia red y no sus herramientas famosas y, en segundo lugar, que el modo de producción en red es el modo de producción del software libre. El lanzamiento completo en YouTube del ya famoso La Vida en un Día (será interesante ver si el sitio de Google publicita alguna vez las ventas conseguidas vía DVD de un contenido que se ve gratuitamente en streaming, compra que se puede hacer desde el propio canal) permite revisar estas ideas: un largometraje financiado por una marca, distribuido online y con el material (la reelaboración) proporcionado por miles de personas. Ignoro ahora si existe una licencia que permite reelaborar el material sin miedo a ser perseguido. Pero sería la suma de las formas de producción que anticipó el software libre: un propuesta de comienzo, una comunidad que corrige, aporta y transforma como público y cocreador, un espacio que se amplía en el tiempo a medida que se usa como herramienta para nuevas cosas. En el clásico ensayo sobre software libre La Catedral y el Bazar, Eric S. Raymond ya nos decía eso de que “Los buenos programadores saben qué escribir. Los mejores, qué reescribir (y reutilizar)“. Uno piensa que la producción audiovisual hace mucho que funciona basada en la cooperación dentro un esquema industrial. Es decir, sobreteñida de la idea de autoría atribuida a los directores, se olvida la cantidad de aportaciones dentro del proceso creativo que suceden desde la redacción del guión hasta el montaje y la postproducción por muchas personas que no son consideradas autores. La evolución se produciría, como en otros casos de otras industrias que ya hemos señalado, por el mismo fenómeno de modificación de la producción del software propietario (jerarquizado, planificado como una catedral) al más laxo y menos organizado del software libre (parecido al modo de organización de un bazar). Lo cierto es que lo libre y lo propietario conviven, en conflicto tantas veces, y con constantes acciones en las que lo uno se tiñe de lo otro. Lo que queda por ver es si una dinámica termina por imponerse de modo rotundo sobre la otra, de ahí la importancia de los debates sobre patentes y derechos de autor, esos que enfocamos tan mal.
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El modo de producción del software libre como sustrato de la nueva producción audiovisual
3 commentsMañana Riotcinema presentará – en el ya clásico dentro de la red madrileña Centro de Innovación del BBVA – el tráiler de El Cosmonauta (por si alguien quiere ir, hay que pedírselo directamente a ellos porque no tienen mucho sitio). Simultáneamente, hacen pública la revisión de su plan (de negocio, de trabajo, de concepto). Una pieza interesante porque refleja el proceso para inventar y descubrir su propia vía para rentabilizar su aventura y, se supone, repetirla en el futuro. Es obvio que, hasta que no termine todo, no podrá decirse que consoliden una forma de producir, no hay más remedio que esperar al público. Es lo que sucede con El Plan B de Carlos Jean (y su marca: Ballantines), al ser un éxito han encontrado una sistemática y un modelo para replicar que, en gran parte, ha ido surgiendo de resolver problemas en el propio proceso y al subirse a la ola del público. Al generar confianza en que el éxito es posible, más se pueden aventurar a hacerlo ellos y otros. Lo interesante de hacer abierto el pensamiento cosmonáutico, con sus números y sus ideas, es que contribuyen a cumplir algunos de los esquemas de los paradigmas asociados al mundo de las redes y la sociedad informacional: la generación de conocimiento a través de la cooperación. Es decir, cualquier otro podrá aprender a partir de la fuente abierta del pensamiento de El Cosmonauta. Pancho Casal (quien ha señalado los problemas del crowdfunding puro para la producción clásica con mucho detenimiento) ha arrancado Wecoop tratando de apoyarse en la misma filosofía. Por cierto: si el otro día recomendaba mirar Giffgaff como caso excelente para ver cómo crear e integrar a la comunidad en tus procesos de producción, hoy viene bien que el mundo audiovisual reflexione sobre Local Motors: cómo diseñar ¡coches! y venderlos haciendolo en tiempos y formatos sorprendentes para la industria del automóvil con, exactamente, la misma filosofía. Que, en el fondo, no es otra que la del software libre. Conocimiento, contenidos, comunidades… nada como detenerse ante este bello y sistematizado post de Juan Freire en el que relaciona la cuestión: válido para todos.
Muchos de mis lectores habituales proceden del mundo digital y no han tenido contacto con las personas y empresas de la industria que podríamos llamar convencional. Quizá una de las virtudes de este blog (si no es virtud, sí que ha sido una fuente de satisfacciones personales) es la de poder reunir personas de dos mundos que, claramente, han vivido separados. Ustedes me dirán, agradezco cualquier observación. Desde hace meses, hay un cambio notorio, seguramente acorde con el crecimiento de lo que usualmente llamamos redes sociales, y la proliferación de perfiles digitales de personas destacadísimas de ese mundo que he llamado convencional (sin que implique obsoleto o retrógrado) es creciente y muy interesante. Una vez me atreví a proponer que crearan blogs, una herramienta necesaria para poder debatir en red y deshacer muchas de las percepciones erróneas sobre el cine español a la vez que, claro está, poder matizar las que sí son correctas. Más que nada porque es mejor escuchar y atender a la sociedad, uno de los elementos que solemos defender quienes llevamos años trabajando en los medios sociales. Pancho Casal es una de esas personas que no serían demasiado conocidas en el mundo nuevo de los digitales y que ocupan un papel muy destacado en lo que llamamos industria. Ha tenido el acierto de crear un blog en el que es capaz de debatir estos aspectos y hacer públicas sus reflexiones sobre cómo cambiar al nuevo mundo que se avecina desde una productora convencional. De altísimo valor atender a su análisis sobre el crowdfunding y más aún a su anuncio del por qué y el cómo debe cambiar su compañía al nuevo entorno: soy un verdadero creyente en el valor de compartir contextos y debates internos. Hace unos días me avisa del lanzamiento de su plataforma Wecoop. Un espacio que aborda un tema esencial de la cultura digital, el peso de los formatos colaborativos en la producción y la innovación, un tema que se está volviendo estructural en muchas industrias (interesantísimo el enfoque de Giff-Gaff en telefonía). No es el primer caso (por mencionar algunos ejemplos de distinta índole, lo que anunció John de Mol en su día, la Tweetpeli o el clásico Wreck a Movie). Está todavía en fase muy inicial. Espero que Pancho comparta mucho del proceso de evolución, avance, corrección e interacción con los usuarios. Este tipo de experiencias que provienen desde el mundo clásico (si es que sigue siéndolo) estoy convencido de que va a llevarnos a desenlaces sorprendentes, aunque habrá muchos tropiezos: se está desbrozando un tipo de producto distinto para un mundo distinto.
En realidad, elementos de software y procesos de negocio. En el texto de Paidcontent lo que se cuenta es que Kickstarter, ha demandado a un músico que ha obtenido una patente para su propia plataforma de cocreación y que reclama a Kickstarter que la licencie. El músico dice tener buenas intenciones y argumenta que las microdonaciones no son otra cosa que fomentar limosnas (¡!). Mientras, Kickstarter cree que son cosas impatentables de acuerdo con la ley. A ver qué sucede. Pero lo que debiera interesarnos es cómo el enorme entramado de la “propiedad” intelectual acarrea inmensos costes en demandas, localización de titulares de derechos, sobreprecios (por ésta y otras circunstancias) y que todo esto conduce a dificultar la innovación y, por supuesto, la competencia: ¿cuánto tiene que pagar en costes legales una nueva compañía, siempre ávida de dinero para crecer, para evitar morir ahogada por reclamaciones absurdas y costes de abogados? Es decir, es el mero hecho de que alguien pueda realmente patentar – crear un monopolio – sobre estas cosas lo que muestra la torpeza y el vicio de un sistema que tiene verdaderos problemas para demostrar que, efectivamente, impulse la innovación y la creación. Una vez más, pensar en términos de descargas (y el número de David Bravo en San Sebastián, dicho con todo el afecto que le tengo, me parece que no ha contribuido a pensar de otra manera) sólo conduce a señalar con el dedo un síntoma y no el problema verdadero. Para los defensores de una reforma profunda (es decir, no para los consumidores que sólo piensan en ver gratis por el mero hecho de la gratuidad), una vez que los nuevos sistemas de distribución estén consolidados en los nuevos jardines cerrados que se van activando por doquier, va a ser difícil encontrar una movilización del público.
Las explicaciones que realiza David Trueba de un proyecto que él mismo constata ser “poco comercial” nos arrastran a la raíz profunda de los cambios para los creadores en la sociedad red. Añade: “Solo me quedaban dos opciones, guardar el guión en un cajón o hacerla. Y decidí seguir adelante, prescindiendo de muchas cosas y quedándome con las esenciales“. Un mantra que suelo repetir en las charlas a las que incomprensiblemente me llaman es este mismo. Vivimos en una era en la que esperar a la publicidad o a las subvenciones, por no hablar del gran entretenimiento, es perder el tiempo. O errar el tiro. O no querer ser creador. Pero el conflicto interior entre el pasado y el futuro aflora en las mentes formadas en el mundo que – creemos – se desvanece: “No es mi vocación hacer cine así, pero lo que tampoco es mi vocación es la queja y la inactividad“. El salto mortal que resta es comprender que lo irreversible es que el problema ya no es producir, sino construir audiencias. Los sistemas de apoyo a la creación y la producción se centran en incentivar que se produzca, incluso muchas buenas intenciones públicas buscan que haya medios de producción (platós, servicios de postproducción) en vez de dotar de medios para construir audiencias: si hay una audiencia, habrá un modelo de negocio y si hay modelo de negocio, aparecen los medios. Las declaraciones de Trueba sugieren que continuamos buscando – desde la perspectiva más estricta de la autoría – que otros nos resuelvan la creación de la audiencia cuando la audiencia que trabajan (para su nivel de riesgo y costes) es otra. Pase lo que pase con su interesante proyecto. Las propuestas de los pioneros del transmedia del mundo indie, insisten en no esperar: en construir piezas asequibles en coste mientras trabajas en la red el desarrollo de tu público, con productos que no son cine y que ni siquiera son ya propuestas audiovisuales, sino la creación de universos de contenido que entrañan multinarraciones en formatos múltiples. Trueba tiene la letra (“no dejes de hacerlo si crees en ello“) pero, a falta de una pregunta adecuada del entrevistador o una reflexión en otro espacio (vaya, no es culpa de uno ni de otro, seguramente no es el tema de la entrevista), nos dejamos la música: lo que hace la red es empoderar, proporcionarte un camino para buscar tu audiencia y relacionarte con ella. Ganar dinero es otro asunto, la cuestión es poder intentarlo: en el espacio en el que la distribución de tu producto pertenece o está controlado por otro, no son tus decisiones, son las de otros. Con modestia seguramente, pues casi nadie tiene capital para otra cosa, la red te permite tomar esas decisiones y ser, caramba, autor sin esperar a ser ungido por el intermediario.
Que la revolución digital y su vertiente derivada en la web social influye en toda la cadena de valor en todas las industrias, es un hecho que usualmente cuesta asumir aunque suele declararse como aceptado sin mucha discusión: después de todo, es como querer adelgazar, es racional pero cuesta trasladarlo a la conducta. En realidad, uno aspira a hablar más de eso que a muchas de las cosas que publica aquí, pero ya se sabe… luego viene David Bravo y te lleva a caminos procelosos. Ayer conocí virtualmente a Javier Meléndez, guionista, con un interesante blog sobre su oficio y un interesante proyecto también en forma de blog. Los procesos colaborativos forman parte de la raíz doctrinal (utópica o real, o las dos a la vez) de los modelos de producción de la era informacional. Lo más conocido es el proceso de desarrollo del software libre. A Javier se le ha ocurrido crear miniposts con sentencias relativas a muchos aspectos de la construcción de un guión. Aprender a escribirlos (muchos dirán que se trata de autoaprender a escribirlos y que reglas fijas no hay) es un proceso complejo y que produce centenares de litros de tinta, también electrónica. ¿Qué tienen de interés esos miniposts? Que pueden etiquetarse colaborativamente de forma que miles de pequeñas informaciones organizadas en torno a diferentes procesos pueden contribuir a hacer un aprendizaje más rápido o a mejorar al productividad de redacción y corrección. Y que cada una de las entradas comentadas con ejemplos aportados por otros guionistas crearía todo un reposito de información y práctica en mi opinión utilísimas. Un ejemplo: “Si escribes una historia de época, repetir una palabra arcaica no ambienta, chirría. Ejemplo: “No se chancee; sus chanzas…”.Esto puede ser etiquetado, por ejemplo, como “dialogar” y “películas de época”. Y puede ser comentado, en este caso, con ejemplos reales de diálogos poco realistas. Puede haber tantas etiquetas como cuestiones alrededor del guión (cada uno de sus actos, la redacción, la nomenclatura…) y permite dirigirse al problema concreto al que se enfrenta el escritor o aprendiz de escritor en medio de un proyecto. No sé si ocurrirá, pero me parece un camino que puede aportar. Ah, queda decir que es mucho mejor tenerlo en su blog que sólo en twitter: allí se disuelve como lágrimas en la lluvia. Más hackerismo para llevar una vida soportable.
Un estudio libre sería aquél que emplea herramientas libres de producción destinadas a crear medios libres. Por “libre” entendemos el mismo concepto que emplea el software libre, aquél que proporciona las famosas cuatro libertades y que, tanto cuesta explicarlo a pesar de los años que han pasado, no implica gratuidad sino accesibilidad. Cuando hablamos de derechos y propiedad intelectual en el mundo audiovisual, siempre estamos dominados por la cuestión de las descargas, una cuestión que suelo decir nubla y corrompe la calidad del debate social: por ejemplo, está la cuestión de la desproporción del coste de los derechos sobre los costes reales de producción pero, también, la disponibilidad de herramientas para crear que no impongan más costes a la creatividad. En definitiva, el empleo de software de código abierto en todas las fases de postproducción, aunque la idea de libertad vista con perspectiva debiera alcanzar al hardware. En otras palabras, recordar que los propósitos de creación del derecho de autor y patentes tienen como fin la creatividad y la innovación mismas, no la protección de modelos de negocio. Estúdio Livre es la denominación en portugués (nacida en Brasil) de una idea que evoluciona desde la adquisición y posterior liberación del código de Blender (un software para el diseño de 3D). Fabianne Balvedi (f4bs, en familia) me pide en Cabueñes que difunda el concepto. Fabs tiene una idea asociada a ello: cree que el empleo de herramientas libres influirá en la estética de las producciones. Si es así, lo podemos poner a prueba con la serie sobre la Historia de las Redes que estamos desarrollando y que se está realizando enteramente con herramientas libres. Cuando esté, informaremos.