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Hace 30 años que El País dijo que la industria musical estaba acabada: al hilo de la caída de Pirate Bay, Series Pepito…

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Hace pocos días recordábamos el fracaso de Aute como explorador del futuro: la música, que no iba a existir, existe.

Mientras los sospechosos habituales nos regocijábamos, alguien recordó que no sólo era el aniversario del fracaso del Aute profeta, sino que se cumplen también treinta años desde que El País tituló que “La Piratería acaba con la industria discográfica“. Spotify está ahí, saquen ustedes sus conclusiones. Y recuerden que en la fecha de autos – la de la predicción – internet no formaba parte de nuestras vidas.

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No importa que todo lo demás esté mal, ponga un pirata en la ensalada y justifíquese

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Qué bueno es que haya piratas para echarle la culpa: hoy tenemos dos artículos anunciando un nuevo armegedón cultural en ese fabricante de opiniones bienpensantes que es el diario El País. Son lecturas curiosas: una cuasiproclama la muerte del cine de autor y otra una especie de hecatombe cultural madrileña. En ambas aparecen los piratas de por medio, a pesar del río de problemas de otra índole: los precios, el fin del DVD, la abundancia de oferta, la crisis económica (caramba: ¿no hay holocausto de bares y restaurantes?) y hasta el mal gusto de la sociedad española. Salvando la técnica periodística, se recogen opiniones divergentes sobre esta nueva y pretendida muerte (de los intemermediarios) de la cultura, pero la desgracia nos conmueve mucho más que las posibilidades del futuro. Seguramente sorprendería a los perpretadores de estas elegías que el jefe de HBO haya declarado, con un par de narices, que la piratería de Juego de Tronos no ha dañado sus ventas. Con más recochineo, lo califica como “a sort of compliment” (es decir, un detalle halagador). Eso sí, por si acaso, dos líneas más abajo declara que peleará a muerte por su propiedad intelectual. La rotundidad del problema de los precios está recogida con mucha más claridad por el gran Juan Herbera hace pocos días refiriéndose a un ejecutivo de la industria: “esa explicación” – las descargas –  “podía valer para una parte de quienes han dejado de asistir al cine pero reconocía que algo se ha hecho mal desde la industria durante años permitiendo que los precios de las entradas hayan llegado a donde estaban incluso antes de la subida del IVA”. Mientras, Viacom ha perdido una nueva apelación en su juicio con Youtube: sin ser ésta última el apóstol de la libre distribución si está santificando la alternativa. No, la copia y la descarga son una característica intrínseca de nuestro mundo, no un defecto: hay que vivir con ello. Como tantas otras cosas del mundo digital, las profecías ya estaban en la ciencia ficción del siglo XX: delicioso encontrar el origen de este argumento que ya poblaba el lenguaje de algunos de nosotros: “Es un sentimiento creciente entre algunos grupos de este país la noción de que cuando un hombre o una compañía han sacado un beneficio del público durante un cierto número de años, el gobierno y los tribunales tienen el deber de salvaguardar esos beneficios en el futuro, incluso frente a circunstancias de cambio y contra el interés público”.

Honestidad, evasión fiscal y descargas

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Un amigo nos decía en una lista de correo que añoraba los tiempos en que se pasaba cintas de VHS con películas grabadas en casa con las cajas emborronadas a mano con títulos y referencias. Decía, además, que le parecía triste que a eso se le llame piratería. Se hablaba de acceder en este caso a películas raras (por minoritarias y de enorme interés en una lista de creadores audiovisuales). El sistema llama a eso copia privada y tiene unos espacios legales  y compensatorios previstos. Digo esto para contrarrestar las críticas que potencialmente se me pueden hacer a continuación.

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Sobre puntos en común (con Juan Carlos Tous)

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Susan Campos tiene sus dudas. Pero el texto de Juan Carlos Tous que reproduce hoy El País es altísimamente sensato. Hay gente lúcida en el cine español, pero que muestren o puedan mostrar esa lucidez en público yo creo que son muy pocos y, de esos pocos, Juan Carlos seguramente es el que más. Por supuesto, la lucidez es un tema opinable y dado que se percibe al lúcido como lúcido cuando se está de acuerdo, pueden decir si quieren que es porque lo estoy. Aunque, daré alguna mala noticia: Juan Carlos y yo no estamos de acuerdo en todo, pero compartimos – creo – un núcleo central de consideraciones que sí considero comunes. Esencialmente lo que transmite en su texto: que los problemas de la distribución de películas requieren muchísimo diálogo y, como bien explica, «Internet presenta un nuevo modelo donde el espectador quiere elegir, el cuándo, dónde y el como verlo. Nos toca a nosotros adaptarnos». Ese nos toca a nosotros es importantísimo y es en lo que demuestra su lucidez y diferencia con el discurso imperante: no está dispuesto a ver cómo el mundo avanza sin él.

Más elegantes explicaciones del conflicto de paradigmas entre el público y los gestores de derechos

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Una interpretación que hacemos del estado de la tecnología y la sociedad los peligrosos libertarios que no nos sentimos bien con las leyes de limitaciones de descargas y que genera la revuelta incluso frente a cosas que podrían ser razonables, reside en la idea de apropiación del estado por parte de grupos reducidos: los lobbies, que pueden llamársele perfectamente cárteles, tienen tal control sobre el origen de la legislación y su enforzamiento que convierten la idea del estado como salvaguarda de los intereses generales en una broma. Esta es, por ejemplo, la visión de John Robb, un reconocido analista sobre los conflictos armados de sociedad informacional. Al fin y al cabo, el asalto global a Megaupload lo ha hecho el FBI. Relacionado con esto, enlaza una apasionante conferencia de Clay Shirky sobre SOPA y PIPA. Me he quedado con una visión fantástica: cuando la televisión era la que conocíamos, la de la escasez, sólo tenías que competir contra dos o tres alternativas. Fácil, ¿no?. Si te cargas la escasez (y el control de ventanas de paso) un estado vaciado de sentido por cárteles protegerá esas industrias que vivían tan “cómodas”. Puedo sugerirles que lean consecutivamente estos enlaces y otros que he asumado estos días: la errónea estrategia (lobby de vieja escuela) de MPAA, la mirada de Paolo Coelho frente, por ejemplo, a la de José Ángel Mañas. La guinda, una entrevista a David Mark en Público: «Por cerrar Megaupload no van a caer todos los sitios similares. Hay que pensar en un contexto mayor».

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Coelho como síntoma

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Tengo un amigo que es amigo de Coelho. A mi amigo no le gustan un pelo las descargas, y tiene motivos profesionales para ello: una vida consagrada a un modelo de negocio. A Coelho le gusta Pirate Bay y tendría motivos profesionales para no estarlo, aunque ha encontrado otros nuevos que le contradecirían. ¿Cómo puede ser? Vivimos en un conflicto de paradigmas que radica en un cambio tecnológico que modifica todos los modos de producción d’un temps d’un pais  – dicho “serratianamente” – y de todos los países. Es ingenuo pensar que cosas como ésta no cambien el discurso público sobre la palabra delincuencia asociada a las formas de producción de esa nueva tecnología, pero debería: las nuevas posibilidades y las relaciones que crea resultan bastante incompatibles con lo que se queda atrás. La discusión existente no es sobre cómo paliar los daños, cómo gestionar las mutaciones. La discusión es ver quién derrota a quién. Supongo que siempre ha sido así.

De la MPAA a los intelectuales

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El Lobo Estepario recoge en su blog un artículo de José Ángel Mañas en El País que resulta muy interesante si se pone en contexto con los recientes relatos (uno y dos) que Hollywood Reporter ha hecho sobre la estrategia de la industria del cine norteamericana acerca de SOPA. Dice Mañas: «La batalla, tal y como está planteada en estos momentos por los culturetas, está perdida de antemano». Es una descripción muy sintética de la evolución del intelectual en la historia y la sensación de derrumbe o cambio de quiénes viven o han vivido del estatus alcanzado por ese concepto de intelectual. Su explicación: «por primera vez en la historia reciente, el colectivo de artistas, vamos a llamarlos clásicos, se han encontrado en una situación descaradamente retrógrada y reaccionaria. Y eso, para quienes están acostumbrados a ser la vanguardia cultural de nuestras sociedades, es una situación insólita e incómoda, de la que no saben cómo salir». Y la causa: «Los internautas más beligerantes, con su filosofía libertaria y sus teorías del procomún y de la copia libre, llevan ya unos años enfrentándose con virulencia a los adalides de los derechos de autor y del intervencionismo estatal». La mirada libertaria (que está en el lenguaje asumido por las hordas prodescargas pero realmente no asumidas) se repite y parece que asusta. El nodo que une a Hollywood con el intelectual desengañado y que lo hace tan interesante reside en esa visión de batalla mal planteada: «las minas tradicionales se están cerrando y yo me cuento entre quienes luchan para defender un anacrónico medio de subsistencia».

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Una noche sin Megaupload. Sólo para Eva.

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Noche de cristales rotos. ¿Cómo expresar la complejidad de razonamientos ante algo como Megaupload? Siempre he considerado algo obsceno el hecho de que se organizaran descargas de archivos de obras protegidas (legalmente, lo están) basadas en un mecanismo publicitario y que no llegaban a sus titulares (observen que no digo autores). ¿Por eso del ánimo de lucro que gusta tanto decir en la confusión generalizada sobre el debate acerca de la propiedad intelectual? No. Porque soy partidario de reducir de modo progresivo la duración y los ámbitos del copyright para permitir que inversiones legítimas de acuerdo con la ley puedan adaptarse a un mundo de mucha menos propiedad intelectual y, en esa transición, el nuevo pacto social debe estar contemplado de límites y renuncias: si puedo intercambiar sin ánimo de lucro como presto un libro (muchos no estarán de acuerdo), debería aceptar que, mientras los cambios se producen, existan espacios donde se deba dar compensación y esté regulada. Esto, por supuesto, será contemplado como una utopía cualquiera (incluso técnica), pero solo es un ejemplo para plantear salidas a la guerra en contra del público de la gran industria del entretenimiento americana: un tipo de industria de las que secuestra lo que solemos llamar poderes democráticos para sacar adelante sus leyes. En casi todo el mundo. Los chinos, van a su bola. Esto no es antiamericanismo, las empresas que se oponen a SOPA y esas cosas, también lo son. Asimismo, es noche de reflexión para activistas y apasionados de internet y el social media encantados de haberse conocido: no discutir, no criticar, no informar sobre la consecuencia de servicios centralizados para tanto activista moderno tiene estos efectos. Versvs lo explica bien. La predicción es que el intercambio continúe con mayor o menor dificultad temporal. Si eso no sucede, será porque la arquitectura de la información subyacente en la red  habrá sido alterada para entusiasmo de esa industria y de Irán, por ejemplo, ese país que destierra a mujeres que se desnudan en público. Y este es el substrato final de todo: la red desvirtúa los mecanismos de control social construidos en la era industrial en torno al estado nacional y los poderes centralizados. En fin: Eva Represa me pidió un comentario y ella bien lo merece, pero sobre esto ya está dicho todo antes de que sucediera.

Sobre contradicciones dentro del sistema

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Hace unas pocas semanas, se ponía en boca de Ángeles González Sinde el siguiente argumento de preocupación ante una potencial modificación de la financiación que el presupuesto de la Unión Europea destina a sus programas culturales, en especial el clásico programa Media: «A nosotros nos preocuparía que pudiera haber trasvases económicos que mermaran unos y favorecieran otros». Lo interesante es que este es exactamente el mismo argumento que han empleado las televisiones comerciales españolas para oponerse a su financiación al cine: que un sector no tiene que financiar a otro. Que la acción institucional no debería (aunque lo hace constantemente) trasvasar el dinero de unos a otros creando perjuicios a un lado y favoritismos a otros. Aquí es fácil decir que el argumento para financiar el cine por las televisiones se debe a su licencia gratuita. Lo que sucede es que, en el mismo contexto, podría decirse que por qué al cine y no al teatro. O a crear startup tecnológicas. En el mismo período, uno de los fundadores de Wuaki TV asevera: «Yo no puedo fundamentar mi negocio en que se apruebe una ley ni en que una ventaja en la usabilidad se prohiba. No competimos contra las páginas de descargas». Estos dos momentos me parece que son un ejemplo perfecto de la complejidad de discusión del cambio de paradigma que vivimos. Tan solo con centrarse en las bases – llamémosle filosóficas – de las distintas posturas sobre la intervención pública en la financiación de contenidos o en la verdadera cuantía del daño que producen las descargas no autorizadas, incluso sobre si es posible competir contra el mal llamado todo gratis, hay suficiente materia como para plantear un debate social en el que no se parta de la base de que hay quien delinque y quien no o que las leyes inventadas hace tres siglos son inmutables en sus supuestos de partida. No es eso que se llama comunidad internauta la que necesita guiños. En realidad, es la sociedad entera la que necesita algo más que guiños para poder crear equilibrios nuevos.

Cuevana y sus paradojas

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Fué Martín Milone quien me avisó de la existencia del Series Yonkis argentino (Cuevana). Esta es la primera paradoja a comentar: ¿podrá evitar la legislación española que los residentes de este país se arrojen en masa a sustituir los cierres locales por portales ajenos? Dado que la calidad y usabilidad del sitio, a pesar del plugin que hay que instalar, es mejor que las de las ibéricas, lo mismo se van ya. ¿Se llevarán los locales sus sedes a ultramar ante el vacío legal argentino? Ya hay gente que advierte de su sencillez e inevitabilidad. Pero hay otras paradojas más interesantes. El mismo Martín referencia hoy un artículo del Rolling Stone de allá (con un tanto de exceso de la mística del garage de internet, pero válido) en el que se narra la epopeya de sus jovencísimos fundadores dispuestos a ser poco menos que Netflix y a pactar con los cines. Se dice: “Aún no tienen en claro qué tipo de acuerdo se puede lograr con las productoras, pese a que parte de su pauta publicitaria proviene, irónicamente o no, de las grandes distribuidoras”. No son los únicos. Nos estarían diciendo que las empresas de los mismos que persiguen las descargas, pagan publicidad a los sitios que descargan. El mundo es muy complicado y está repleto de matices.

La batalla que no cesa (II): el destino de las descargas

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Las cosas interesantes del informe de los profesores de la London Business School de tanto revuelo son, a mi juicio, las siguientes: a) que hablamos de una institución académica de prestigio; aunque en esta materia puede haber profesores con otras líneas de investigación o conclusiones en la misma institución, no se puede hablar de friquismo b) que se llama la atención sobre un punto olvidado en el debate público (al menos español) sobre los conflictos de copyright y que sí se discute en el mundo académico – Lessig, Vaidhyanathan, Boldrin&Levine…: que resultaría que la legislación de derechos está limitando la creatividad y no impulsándola, que es la justificación final de su existencia c) que aparece en un contexto muy determinado: el juicio en contra de la Digital Economy Act y en pleno proceso de elaboración de una petición de David Cameron, el informe Hargreaves. d) El contenido se suma a más trabajos académicos que no son capaces de encontrar la relación entre descargas – de música – y pérdida de ventas y e) que habla de música, pero no de películas, así que podemos preguntarnos si vale para todo. La cuestión de cuánta propiedad intelectual hace falta es un litigio social de enormes dimensiones. Creo que va en beneficio de nuestra industria local abrazar ese debate y hacerlo suyo para buscar nuevos equilibrios, aunque tenga costes, y no quemarse en la preservación de un esquema que encuentra tal grado de contestación social.

Pa Negre en la red informal

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Una nota de Público en su edición de papel de ayer puede encontrarse en su web hoy (al menos, ayer no había forma). Refiere a un trabajo de Filmin por el cuál se han detectado 2.433 archivos en diversos sitios sin autorización. Anuncia en esa nota Juan Carlos Tous, el hombre de Cameo y Filmin, que el 85% de las solicitudes para que sea retirado han sido obedecidas. Como siempre, las dudas en este terreno son las mismas: ¿si no hubiera habido éxito habría habido extensión del archivo? ¿Cuántas personas ven y no terminan de ver porque no están interesadas? ¿Cuántas personas la verían sólo si no se paga, e incluso soportarían unos cuantos anuncios? ¿Cuántos visionados son, efectivamente, pérdida de quién ha realizado la inversión de quedarse con esos derechos? ¿Podría evitarse sí o sí? ¿Por qué el público prefiere una experiencia de baja calidad a la excelente oferta de Filmin que es, además, con precios más que asequibles? ¿Para cuántos es porque no lo saben? ¿Será más fácil con un televisor conectado? Queda mucho que resolver.

Discursos incompletos

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Le divierte a un magazine del colorín que Bigas Luna opte por presidir la Academia de Cine. Entrecomillan una vieja entrevista realizada por ellos mismos donde el director, literalmente, afirma que él pondría “una alfombra roja a quienes se descargan mis películas. Yo sólo quiero que la gente las vea. Ir contra las personas que se las descargan es una hipocresía brutal”. Después añade, también con comillas, que el malo de la película son, claro, las telecos “que se forran” y no le pagan nada. La tristeza de este debate descargador es que sigue centrado en cómo me dan dinero a mi (excusemos, de momento, que el director, como director, ya cobró su sueldo por realizar la película) y no qué clase de relación entre comercio y creación debemos tener. Si le plantamos un canon a la teleco, volvemos al mismo problema: la creación de una tasa que no se sabe quién gestionará y de qué forma y que desvincula al creador de su creación y su comercio – cuando sea comercio – generando sopas bobas y, por supuesto, trasladando el precio al usuario sin que este tampoco sepa cómo se reparte su dinero. En una lógica devolucionista algo hay que hacer para gestionar una transición a otro mundo con, al menos, menos propiedad intelectual y este esquema – algo a las telecos – podría ser un formato de discusión. Así, los Bigas Luna de este mundo parecen guais cuando son titulados por la prensa (vienen a decir que a la  ministra le crecen los enanos) pero en realidad siguen exactamente la misma lógica. De hecho, la lógica más deseada por lo que rodea a la ministra: págueme y no cuestione. Discutamos el dinero, pero no discutamos la base de su legitimidad.

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