Uno no termina de entender lo de Spotify. Bueno, sí. El problema es el mismo que el de Hulu: los propietarios de los derechos esperan rendimientos mucho mayores que los que ofrece la distribución soportada en publicidad de estos servicios. Ambos casos tienen una virtud esencial visto desde el lado de los intereses de la industria: el público se concentra en un único punto consumiendo con buena calidad productos que, de otra forma, iba a buscar en los espacios irregulares. Monetizados, y no demasiado mal. En ambos casos se han creado experiencias de usuario fantásticas que han supuesto un estándar en la forma de distribuir el audio y vídeo en la red. Por tanto, un movimiento que restringe y complica el uso “libre” corre el riesgo de estimular el regreso a accesos no autorizados. Mientras, los usuarios han descubierto de nuevo (hace poco fue Twitter, hace menos todavía Facebook y su capacidad para censurar lo molesto y hasta la lactancia de bebés, en su día Jumpcut) como la dependencia de servidores centralizados es mucho más arriesgada de lo que pensaban: que abandones, tires, borres o pierdas tus propios archivos para vivir en la nube de Spotify supone que tu acceso a la música depende de ellos. Por eso me parece apresurado el movimiento: meter al máximo de población en un saco donde ya no necesiten tener archivos propios es la mejor forma de control del producto. Como no los imagino tan poco profundos, supongo que se impone la esperanza de mantener los márgenes de la era del CD en las leyes de control de internet (Sinde, et al): pero ese conflicto parece que va a ser duradero y la tecnología ha demostrado hasta ahora que ha sido capaz de superar todas las batallas para restringir el movimiento de bits. Iremos viendo.
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P2P
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Llego a través de Enrique Dans a una crónica sobre el trabajo de Joel Waldfogel en la Universidad de Minnesota analizando la evolución de la música desde el nacimiento de Napster. Lo que me interesa no es si las descargas han restado ventas de grabaciones sino el acento que pone en el sentido del copyright: un monopolio que se justifica para generar estímulo para la creación de nuevas obras o, dicho de otra manera, un mecanismo que se legitima en que, en su ausencia, disminuiría o desaparecería la creación. Sus conclusiones se vienen a unir al sentido de las de muchos otros que ya hemos mencionado otras veces: la concepción actual de la propiedad intelectual – vista en conjunto, a la manera anglosajana, incluyendo las patentes – está creando el efecto contrario de lo previsto: menos innovación o menos creación. Como señala Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, la razón de este mecanismo es la innovación misma. Es decir, no los modelos de negocio que se sustentan en ella. Como recuerda Juan Urrutia, catedrático de Economía jubilado en la Universidad Carlos III de Madrid, no es la cuestión si los beneficios son menores, sino si seguirían existiendo flujos de caja positivos en ausencia de este monopolio y la respuesta científica actual se inclina al sí. Waldfogel dice en su abstract que la distribución vía P2P puede verse como un experimento de gran escala para saber si una menor protección pone freno a la disponibilidad de nuevos trabajos. Y resulta que no lo ha hecho. Otra vez música que, en mi opinión, tiene los caminos hallados a pesar de los tumultos, y no películas ni libros que tanto gasto de saliva generan ahora. De hecho, el autor hace esa advertencia en sus conclusiones. La esencia de la discusión social radica en esto: cómo se genera producción cultural independientemente de los modelos explotación que puedan surgir. Especialmente, cómo se crea una transición a un mundo de ¿menos? derechos asumiendo que hay inversiones legítimas realizadas en un marco jurídico que, aún viéndose superado, es el que es.