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Hace 30 años que El País dijo que la industria musical estaba acabada: al hilo de la caída de Pirate Bay, Series Pepito…

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Hace pocos días recordábamos el fracaso de Aute como explorador del futuro: la música, que no iba a existir, existe.

Mientras los sospechosos habituales nos regocijábamos, alguien recordó que no sólo era el aniversario del fracaso del Aute profeta, sino que se cumplen también treinta años desde que El País tituló que “La Piratería acaba con la industria discográfica“. Spotify está ahí, saquen ustedes sus conclusiones. Y recuerden que en la fecha de autos – la de la predicción – internet no formaba parte de nuestras vidas.

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Sólo queda un año para saber si la profecía de Aute se cumple: y pinta mal

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Hace un poco más de un año localicé una premonición de Luis Eduardo Aute. De modo resumido, aseguraba que en cinco años no quedaría música por culpa, ya saben, de los bucaneros. El inicio del mes de diciembre trajo el cuarto aniversario de la declaración: como se puede comprobar, la música sigue. Hasta el extremo de que Spotify no se detiene y llega a Colombia además de decidir que la ofrecen gratis en los dispositivos móviles (¡pardiez! ¡gratis!). En un año, veremos si celebramos el hecho de que todos los cataclismos anunciados sobre la cultura se producen o no. Mientras tanto, Avatar, la película que el nada sospechoso diario La Razón, entre otros, califica como película más taquillera y más pirateada de la historia, se emite en Telecinco con desbordante éxito (¡gratis!). Su flamante Director General de Contenidos, el Sr. Villanueva, proclamaba exultante el éxito de su cadena y daba seis millones de gracias por cada uno de los espectadores que Kantar dice que tuvo, nada menos que un 32% de share en lo que han considerado el largometraje más visto en los últimos trece años. De verdad, la piratería es fatal.

Pirate Bay y Juego de Tronos, vidas paralelas

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El destino tiene coincidencias fabulosas: mientras Pirate Bay cumple diez años y sigue viva a pesar de los ataques, un ejecutivo de HBO vuelve a decir en privado que la piratería no les hace daño: primero fue que no perjudica sus ventas de Juego de Tronos (oh, my god) y ahora dicen que es mejor que un Emmy. La piratería (y aquí viene lo interesante, porque es de forma histórica, desde que la gente tiraba cables por la casa del vecino) les termina generando nuevos subscriptores. Cuando surgió Canal+ en los noventa, pronto se descubrió que emitir un poco de tiempo en abierto mientras el resto se emitía codificado (la leyenda dice que había más espectadores viendo el porno de los viernes que se entreveía por la codificación que abonados a la cadena), terminaba por generar nuevos abonados. El modelo de subscripción es fantástico: ingresos recurrentes cada mes vía banco o tarjeta de crédito, ausencia de presión por la audiencia (mucha por evitar el churn) y la posibilidad de doble ingreso por la vía de publicidad. Echen una mirada a las webs de porno, esta vez por oficio y no por placer: piratería a mansalva, montones de oferta gratuita y toneladas de sitios que generan subscriptores a pesar de que es inmensa la oferta en abierto. Hay quienes están preocupados de salvar el cine, los periódicos y a los editores de libros. Pero no hay nada que salvar: la narración con imágenes sigue su curso a pesar de las plañideras, la información crítica no se detiene, la gente publica a pesar de las editoriales (sí, a pesar de) y montones de nuevas y pequeñas empresas -de contenidos- encuentran su camino para hacer lo que les gusta. No, no es el fin del mundo. Es mejor.

Deliciosas contradicciones sobre las que nadie parece pensar

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Antonio Ortiz me decía a la salida del Meet the Experts dedicado a cine y televisión que me veía algo aburrido: el argumento era que, en el fondo, siempre terminábamos hablando de lo mismo pero que, me señalaba, había mucha gente para la que los temas eran nuevos. Es posible. Es muy posible. Un servidor se debate entre la duda de seguir hablando de lo mismo o terminar de una vez por todas porque la argumentación es un bucle infinito en el que está todo dicho. Es más, y perdón por la petulancia, pero las ideas esenciales se van cumpliendo: la piratería no se detiene (y no porque los gobiernos no regulen, sucede lo previsto cuando se dijo que no iba a funcionar), las ventanas se reducen, los precios del mundo físico son una invitación al consumo irregular, los productos se extienden fuera de su plataforma inicial se quiera o no… y el pensamiento público de la industria es el mismo, repleto de contradicciones sobre su propia ineficiencia pero cargando contra lo imposible. Hoy me encanta ésta: es del dueño de los Verdi. A saber: primero la culpa es del empedrado (“no cree que el precio sea un elemento disuasorio a la hora de acudir a una sala y centra sus críticas en el IVA y en la falta de política del Gobierno contra la piratería”) pero después se niega el efecto: “El documental Searching for Sugar Man lleva 13 semanas en cartel y no ha perdido público, incluso viene más gente a las sesiones más caras”. Y está simultáneamente en Filmin, es decir, en internet – legal y más barato – y en salas a la vez. Ah, es el valor percibido del producto lo que, en el fondo, podría ser la razón final por la que la gente acude a determinados consumos. Ustedes dirán.

De la negación a la aceptación (avatares de la discusión pirata)

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Mi profesor de filosofía del bachillerato nos insistía en el valor de la historia de las ideas y de su propia asignatura enarbolando la bandera de la influencia oculta o no conocida del debate de problemas filosóficos. Era por ello, nos contaba, que si en nuestra vida cotidiana calificábamos personas y conceptos como idealistas debíamos imputarle la culpa a Platón. Unos viejos amigos alejados de la cotidianeidad de la vida digital – el autor de estas líneas es conocido en esos ambientes como un vendedor de humo – me miran con la sorpresa del ignorante cuando les hablo de Pirate Bay. Excuso decir que son descargadores compulsivos de su entretenimiento en medio de esa ética borrosa en la que se duda entre el remordimiento y la útil comodidad de la descarga.

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No importa que todo lo demás esté mal, ponga un pirata en la ensalada y justifíquese

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Qué bueno es que haya piratas para echarle la culpa: hoy tenemos dos artículos anunciando un nuevo armegedón cultural en ese fabricante de opiniones bienpensantes que es el diario El País. Son lecturas curiosas: una cuasiproclama la muerte del cine de autor y otra una especie de hecatombe cultural madrileña. En ambas aparecen los piratas de por medio, a pesar del río de problemas de otra índole: los precios, el fin del DVD, la abundancia de oferta, la crisis económica (caramba: ¿no hay holocausto de bares y restaurantes?) y hasta el mal gusto de la sociedad española. Salvando la técnica periodística, se recogen opiniones divergentes sobre esta nueva y pretendida muerte (de los intemermediarios) de la cultura, pero la desgracia nos conmueve mucho más que las posibilidades del futuro. Seguramente sorprendería a los perpretadores de estas elegías que el jefe de HBO haya declarado, con un par de narices, que la piratería de Juego de Tronos no ha dañado sus ventas. Con más recochineo, lo califica como “a sort of compliment” (es decir, un detalle halagador). Eso sí, por si acaso, dos líneas más abajo declara que peleará a muerte por su propiedad intelectual. La rotundidad del problema de los precios está recogida con mucha más claridad por el gran Juan Herbera hace pocos días refiriéndose a un ejecutivo de la industria: “esa explicación” – las descargas –  “podía valer para una parte de quienes han dejado de asistir al cine pero reconocía que algo se ha hecho mal desde la industria durante años permitiendo que los precios de las entradas hayan llegado a donde estaban incluso antes de la subida del IVA”. Mientras, Viacom ha perdido una nueva apelación en su juicio con Youtube: sin ser ésta última el apóstol de la libre distribución si está santificando la alternativa. No, la copia y la descarga son una característica intrínseca de nuestro mundo, no un defecto: hay que vivir con ello. Como tantas otras cosas del mundo digital, las profecías ya estaban en la ciencia ficción del siglo XX: delicioso encontrar el origen de este argumento que ya poblaba el lenguaje de algunos de nosotros: “Es un sentimiento creciente entre algunos grupos de este país la noción de que cuando un hombre o una compañía han sacado un beneficio del público durante un cierto número de años, el gobierno y los tribunales tienen el deber de salvaguardar esos beneficios en el futuro, incluso frente a circunstancias de cambio y contra el interés público”.

Vindicando la agenda pirata

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Cine y Tele titula así: La ley Sinde-Wert, un fracaso. El texto da igual, lo que cuenta es el titular. Como ha sido un fracaso Hadopi y como ha sido un fracaso (si aceptamos que sigue ahí) la cuestión de la lucha contra la piratería (y van..). El titular no es otra cosa que la constatación de la realidad de nuestro tiempo. Fracaso: depende si entiendes la copia como un bug y no como un feature. Una característica esencial de la vida contemporéanea es que la tecnología convierte los átomos en bits y lo copia todo. El Instituto Autor publica hace pocas horas dos entrevistas muy interesantes con los portavoces de cultura de PP y PSOE: para el señor del PP, el estado de la cuestión de la propiedad intelectual es la búsqueda del enforzamiento más o menos a toda costa y con la aquiescencia de la capacidad legislativa europea. Para el señor del PSOE sucede algo más interesante: existe conflicto y ausencia de consenso social sobre lo que debe ser y, por tanto, legislar es difícil y con pocas perspectivas de éxito. Pero, al final del todo, su problema es conservar el statu-quo: la tradicional ausencia de pensamiento disruptivo (aunque, es ingenuo esperar que proceda del centro del poder) que jamás reconsiderará la idea de si el derecho de autor es, en sí mismo, tan bueno, tan necesario y, sobre todo, tan derecho. El conflicto entre representantes teóricos de los autores (en general, los que viven de ello – abogados, ejecutivos – no tendrán interés o incentivo en cambiar de opinión) y la (parte de la) sociedad que cuestiona el orden establecido se caracteriza por ignorar las consecuencias de la tecnología: Yoani Sánchez ha efectuado una descripción más profunda que la mía de las sneakernets cubanas: la esencia no es descarga o no descarga, la esencia es que los bits son libres y la gente los va a mover sin permiso se quiera o no aunque te llames Raúl Castro. Y esa es la esencia. Pero esto es tremendamente antiguo. Lo que no termina de ser moderno e importante es vindicar la agenda pirata: Deseamos cambiar la legislación global para facilitar la sociedad de la información que emerge y que se caracteriza por la diversidad y la apertura. Lo hacemos exigiendo un mayor nivel de respeto por los ciudadanos y su derecho a la intimidad así como con la reforma de las leyes de derecho de autor y de patentes.

No escribas más de piratas (¿o sí?)

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Me lo llevo diciendo sin éxito desde hace mucho. No en vano, considero que el ciclo piratería-antipiratería-piratería es un deja-vu permanente que se alimenta a sí mismo, esencialmente porque es en la pugna donde reside la resiliciencia del modelo de negocio de las industrias del copyright. Se acaba de hilvanar una nueva sucesión de diplomáticos cambiando cromos con gobiernos, intentos de reformas legislativas e informes espeluznates que tienen la virtud de ser siempre más o menos el mismo relato. Por supuesto, todo con curiosa coincidencia y con lo que llamamos periodismo repitiendo toda estas afirmaciones como verdades cristalinas. Simultáneamente, con gente competente como Antonio Delgado poniendo en evidencia, como tantas veces, el ridículo de esos estudios. Un servidor opina que toda la protesta contra la legislación antidescargas ha carecido – localmente – de una buena alternativa programática: se ha conformado en general con oponerse y no plantearse abiertamente una tarea ciertamente hercúlea: la modificación de la legislación. Curiosamente, lo que sí hace el enemigo. La cuestión es poner encima de la mesa, con la enorme dificultad que tiene algo sostenido por tratados internacionales de todo tipo, la reducción de plazos, la liberación de usos (lo del derecho de cita, que tan olvidado está y que clama al cielo), la desaparición del DRM, el rol del dinero público al financiar contenidos e innovación o confirmar con todas las letras que no es delito descargarse de una red peer to peer. Vamos lo que hasta en Suiza y Holanda pueden hacer. Los principios básicos de reforma que plantea el Partido Pirata Sueco, son una buena agenda viable para los tiempos que corren y en camino a la devolución de lo apropiado por leyes desequilibradas. Así que sí, seguramente hay que hablar de piratería pero desde el discurso continuado de una propuesta de reforma y ya no desde la reacción a las campañas de persecución.

Mega o el bucle infinito

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Un día me propuse no hablar nunca más de piratería: simplemente es un serial que nunca termina en el que los buenos y los malos parecen estar a punto de ganar en cada capítulo y todo sigue igual. No lo conseguí. Así que la contraofensiva Kimdotcom me está generando enormes dosis de desidia (quién lo diría) y la sensación de vivir en el día de la marmota: de nuevo un cargo público que reconoce que hay que cambiar la ley [vía] (y esta es mi conclusión después de años de darle vueltas al asunto) y no endurecerla (mecanismo frontón por el cuál se genera una coexistencia retroalimentada que mantiene las cosas como están). Mientras, la vida sigue: el incremento de capacidad de almacenamiento en espacios más pequeños parece continuar, encuentro en Pirate Bay todo lo que me hace falta y, a pesar de los gritos dramáticos (décadas amenizándonos con ellos), pues hasta en Dinamarca ha sido un año de máximos de taquilla. Cuando termino de escribir, descubro que ya he hablado de este bucle infinito y lo cansino que me parece. Seguramente es hora de poner un cartel encima del monitor diciendo: no escribas más de piratas.

Una mirada rápida a Mesientodecine.com

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Es una cuestión de márketing: ¿el atributo legal repetido una y otra vez en toda la comunicación es algo que le importa al cliente o le importa a los promotores?. Una cuestión observadora: ¿Por qué quienes quieren convencer al público para que se informe en un sitio y no en otro no son capaces de movilizar más que a los mismos personajes que no van a tener atractivo al público que debiera cambiar de hábito?. Tanta gente en el mismo saco y con tanto aroma a subvención tiene sensaciones de caso Libranda. En Wuaki, que piensa bastante en el cliente, decían no hace tanto que su negocio no se basaba en competir contra las páginas de descargas. Juzguen ustedes.

Quedan dos años para saber si se cumple la profecía de Aute

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Era el uno de diciembre de 2009. Perdonarán que me tome la licencia de no esperar al primero de diciembre para dar por hecho que han pasado tres años y sólo quedan dos. Haciendo un poco de arqueología de enlaces compartidos en el pasado, me reaparece la crónica periodística de una de esas un tanto patéticas manifestaciones de músicos famosos sobre sus atroces pérdidas en el mundo digital. En ese mes de diciembre de 2009, Luis Eduardo Aute debió declarar lo que sigue: «En cinco años esto desaparece. No habrá ni canciones ni música». Ozú. De modo más sangrante, en ese mismo episodio de protesta, el mito del rocanrol celtibérico conocido como Loquillo se mostraba también pesimista: «Ya vamos tarde». Qué curioso es el mundo, o qué cabronas son las hemortecas que diría José Miguel Guardia, porque el mismo Loquillo en su propia web y en el mes de septiembre recién terminado anunciaba un nuevo y seguramente fascinante disco: con temas de Sabino Méndez es mucho más fácil ser bueno o aparentarlo, pero lo que está claro es que de momento sigue habiendo canciones y música. Nos (re)leemos el año que viene.

La Que Se Avecina, los piratas y el nuevo delito de ver lo pirateado

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Telecinco remite una nota de prensa “aclaratoria” sobre el caso de la aparición en páginas de enlaces de un episodio de la nueva temporada de LaQueSeAvecina a punto de empezar: «Estimados compañeros: Os recordamos que cualquier instrucción para ver o bajar ilegalmente un producto audiovisual supone un delito, por lo que os pedimos que retiréis de vuestras informaciones o vuestros foros cualquier indicación de ese tipo.» ¿Delito? ¿Están seguros? Un abogado amigo me dice que no. El caso es que yo lo he leído en una nota de un periódico. Así que supongo que si la tesis de Mediaset es cierta, enlazándola tanto el periódico como yo estamos cometiendo un delito. Me autoinculpo entonces. Estamos llegando al ridículo: el mismo medio que me facilita la noticia y la llegada al contenido violentado, publica una nueva nota que se suma a la idea de que ver es delito. Por si acaso, no es malo releer este artículo de opinión de un par de tremendos piratas que brindó el New York Times hará como un mes explicando por qué la piratería nunca acabará. Hoy mismo aparecen nuevas de un ingenio que mejora la impresión 3D. Ver cómo avanza el fabbing  acerca la ya anticipada aparición de un nuevo frente corsario: el de la copia de muñequitos de merchandising, por ejemplo, que bien pudieran ser de Star Wars. Es una historia de nunca acabar: la piratería es una forma especial de demanda insatisfecha que no se termina con la represión, aunque la represión sí parece mejorar la ventas legales digitales. Podría decirse que hace parcialmente bien su trabajo, al menos por un tiempo: la oferta de precio coexiste y compite con lo gratis de un modo llamémosle mejorado. Pero queda la duda de si esa forma de represión parcialmente exitosa puede vivir con precios demasiado altos o cercanos al precio histórico de la copia física, pues genera un nuevo incentivo para buscarla en el espacio ilegal. Sin piratas nadie habría mutado a la distribución digital y sin piratas los precios no tendrían esa tendencia a bajar (algo que se supone es bueno para la sociedad, innovación y costes menores para esas defensas de la cultura que tantas bocas llena de presunta legitimidad). Quizá porque los piratas sólo son la fiebre de un cambio tecnológico que obliga a hacer otras cosas sin consideración por el respetable statu-quo de tantos. Es decir, que Telecinco puede vivir estupendamente amenazando a todo el mundo e irle mejor en sus ventas que si no lo hace y los demás pueden ver el episodio de modo inconfesable. Más o menos un escenario parecido a que el estado se hinche a ganar dinero con el tabaco mientras la gente cultiva en macetas sus estupefacienes favoritos. Y eso mismo al tiempo que se llenan los telediarios de alijos descubiertos de esas mismas substancias en oscuros vericuetos de barcos y camiones y se celebra con tanto ruido como la detención de Kim Dotcom: se sigue fumando y se sigue pirateando y, más divertido aún, Kim Dotcom reaparece al contraataque.[ACTUALIZACIÓN: Resulta que Mediaset sería la responsable de la filtración por incompetencia, lo que hace todavía más risible y patética la formalización de la persecución al usuario y desvela hasta qué punto el desmadre de los derechos afecta a las mentes (vía)][ACTUALIZACIÓN II: En El País se asegura que han encontrado al culpable, que le han denunciado y que denunciarán a tutiplén. Qué misterio tan bonito]

El fin del cuarto poder y la ley Sinde/Wert

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Ha causado mucho revuelo estos últimos días una afirmación del Consejero Delegado de PRISA sobre los medios tradicionales: «Juan Luis Cebrián, defiende que el periodismo tal y como se ha entendido hasta ahora ha muerto. Y lo ha hecho tras un cambio “bestial” que ha llevado a los medios de comunicación a dejar de ejercer el cuarto poder. “Los diarios ya no vertebran la opinión pública”. Un ejemplo: “Si el Rey ha pedido perdón, no ha sido por los medios sino por lo que se reflejaba de él en las redes sociales”. Es una pérdida de prestigio que, según Cebrián, afecta a los medios y al resto de estamentos democráticos.» He insistido varias veces que, en el conflicto sobre piratería y casos como la Ley Sinde, el recurso a la alta cobertura y la amabilidad de los interlocutores (cuando no a la complicidad directa) de los medios convencionales, la comunicación de las posiciones pro-control de la red perdían la  batalla de la credibilidad porque la gente se formaba su opinión fuera de esos medios. Y eso a pesar de que los tomen como input y parezca que su influencia es superior. Es probable que haya que darle la razón a Cebrián porque, como dice Elvira Lindo hace pocos días «cierto será, ya que él ha sido sin duda uno de los vertebradores de la opinión en la España democrática». La esencia del argumento es la pérdida de la credibilidad (yo diría que es un escándalo) por lo que la insistencia en noticias terroríficas sobre pérdidas económicas, derrotas de la cultura, creadores de muertos de hambre y todos esos horrores resultan ser desmontadas por los discursos de las redes por personas que generan más credibilidad frente esos medios que son cada día más transparentes en sus legítimos pero condicionados intereses y cada día menos solventes intelectualmente. En fin, es una vez más aprovechar el Pisuerga, Valladolid, y las sardinas con las ascuas para argumentar la inevitabilidad de otro discurso y debate social por muy bien que le vaya a la famosa sección segunda.

Algo pasa cuando ni los tuyos te creen

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Hace pocos días Hollywood Reporter publicó un curioso e interesante artículo titulado “Por qué Hollywood está perdiendo la batalla de las relaciones públicas en la guerra contra la piratería”. Relaciones públicas debiáremos realmente interpretarlo como opinión pública. La curiosidad reside en que la argumentación es sorprendentemente parecida a la que se esgrime en el lado de los peligrosos libertarios que cuestionan los modos de hacer y las propuestas del conglomerado cultural-industrial. Son estos: a) la oscuridad de la creación de las leyes y el poder de lobby, b) el empleo de estadísticas cuestionables y la pretensión de salvar sus empleos cuando se crean en otros sectores de la economía y c) la sensación de que, a pesar de las quejas, la producción ¡sigue existiendo!. La moraleja, en mi opinión, reside en que la búsqueda de consensos nuevos y equilibrios que se reclaman desde el establishment no puede seguir pasando por estas estrategias. Las leyes de propiedad intelectual sólo se endurecen y nunca retroceden, mientras que el problema es el mismo desde hace treinta años: sin renuncia a prerrogativas y privilegios va a ser complicado encontrar una sensibilidad social que apoye no sólo la legislación, sino que desarrolle conductas voluntarias de apoyo a los creadores y las empresas que los contratan. En especial, formas que permitan una reconversión industrial más suavizada. Porque lo de dejar de copiar, lo daría por descartado: ¿cuánto tardan en llegar dipositivos de memoria pasables de mano en mano en el que quepa toda la producción de cine del siglo XX y lo que llevamos del XXI por el precio de un menú del día?

 

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Por qué no entiendo el cambio de Spotify

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Uno no termina de entender lo de Spotify. Bueno, sí. El problema es el mismo que el de Hulu: los propietarios de los derechos esperan rendimientos mucho mayores que los que ofrece la distribución soportada en publicidad de estos servicios. Ambos casos tienen una virtud esencial visto desde el lado de los intereses de la industria: el público se concentra en un único punto consumiendo con buena calidad productos que, de otra forma, iba a buscar en los espacios irregulares. Monetizados, y no demasiado mal. En ambos casos se han creado experiencias de usuario fantásticas que han supuesto un estándar en la forma de distribuir el audio y vídeo en la red. Por tanto, un movimiento que restringe y complica el uso “libre” corre el riesgo de estimular el regreso a accesos no autorizados. Mientras, los usuarios han descubierto de nuevo (hace poco fue Twitter, hace menos todavía Facebook y su capacidad para censurar lo molesto y hasta la lactancia de bebés, en su día Jumpcut) como la dependencia de servidores centralizados es mucho más arriesgada de lo que pensaban: que abandones, tires, borres o pierdas tus propios archivos para vivir en la nube de Spotify supone que tu acceso a la música depende de ellos. Por eso me parece apresurado el movimiento: meter al máximo de población en un saco donde ya no necesiten tener archivos propios es la mejor forma de control del producto. Como no los imagino tan poco profundos, supongo que se impone la esperanza de mantener los márgenes de la era del CD en las leyes de control de internet (Sinde, et al): pero ese conflicto parece que va a ser duradero y la tecnología ha demostrado hasta ahora que ha sido capaz de superar todas las batallas para restringir el movimiento de bits. Iremos viendo.