Hay varios relatos estos días sobre el intento de Sgae de poner coto a una práctica que, al parecer, perturba el espíritu del derecho de autor. El que me interesa para esta nota es el comentario que publica el diario El País y que deja claro en un excelso paréntesis la cuestión: que se trata de una práctica legal. Resumido: las televisiones han de pagar mucho dinero por las músicas y han buscado mecanismos para recuperar parte del dinero pagado creando sus propias editoriales para emplear música que se compone y/o arregla a su medida en determinados programas que podemos llamar residuales. Y eso acapara una importante parte de los pagos hasta el punto de que viejas leyendas del rock en español son capaces – ahora y no por ser estrellas – de ganar mucho dinero por algo calificado de basura (cuando se emplea este término, uno sospecha: suele significar que alguien se presenta como valedor moral de algo que suele suponer prohibir a los demás que tengan su propio criterio). El caso me recuerda unas declaraciones del tipo más odiado en las guerras contra la Sgae (recuerden: contra ella vivíamos mejor), el señor Ramón Márquez Martínez, al que todos conocemos como Ramoncín, y que en 1985 decía: “He sufrido muchas veces el festival de Eurovisión. Antes nos reuníamos todos para ver a Raphael cantar aquello de Yo soy aquél. Ahora, ya no. Pienso que es un festival negativo, deprimente, lamentable, de una calidad musical ínfima. Suelen ser canciones hechas por un ejecutivo de una multinacional del disco, y lo único que interesa es cobrar mucho y cobrar por la Sociedad de Autores. Hay que tener en cuenta que cada una de estas canciones se emite por televisión más de 200 veces y se radia machaconamente. Es mucho dinero el que se cobra por esto. A mí me parece un negocio impresentable”. Dudo que se pueda criminalizar algo que la ley permite, pero ambos ejemplos ponen en tela de juicio lo que el sistema vende: que se trata de una práctica para garantizar que eso que elevadamente se llama la cultura se salve, se mantenga y cosas parecidas. Por no hablar del doble juego de los protagonistas (en este caso, las televisiones): unas veces se actúa de modo defensivo frente a los síntomas de coacción pero, en otras, se trata de coaccionar a los demás. Hay algo que no funciona en el discurso oficial ni siquiera en sus propios supuestos. No hay nada de nuevo, pero todos estos ejemplos lo que sugieren es que lo que conocemos como derecho de autor no es más que un juego administrativo destinado a la recaudación por la recaudación y que ha perdido el sentido de su finalidad. Mientras, las reformas legales lo que tratan de perpetuar es este sistema. No es sorprendente. Abogados y ejecutivos viven de intermediar todo esto. La reforma, pues, pasa por librarnos de ello, que es justamente la agenda pirata.
Posts tagged ·
sgae
·...
“Una práctica legal” (que nos lleva hasta Ramoncín)
Comentarios desactivados en “Una práctica legal” (que nos lleva hasta Ramoncín)Que el editorial del diario tradicionalmente mejor relacionado con las estructuras de poder del Partido Socialista Obrero Español termine diciendo sobre el caso SGAE “Ahora, no bastará con castigar, si así ha ocurrido, a administradores fraudulentos. Han de cambiar tanto personas como un trasnochado statu quo sobre la gestión de los derechos de autor” justo el mismo día en que le dedica a una fotografía a toda página al nuevo candidato a la presidencia del gobierno cuesta pensar que sea todo, todo, casualísimo, aunque siempre se dirá que la portada del domingo estaba decidida tiempo ha. Más si tenemos en cuenta las todavía más tradicionales relaciones que se dice que mantienen el uno y los otros, es como si los símbolos se confabularan para crear un destino. El detalle malicioso lo vería uno en eso de han de cambiar personas aunque, curiosamente, sean inocentes: no bastará con castigar. A buen entendedor… Si uno fuera un influyente cargo electo de la SGAE mirararía con cuidado lo simbólico del editorial de un periódico cuyos editoriales fueron algo más que simbólicos durante mucho tiempo: es como si me estuvieran diciendo “estamos todos hartos, haced algo u os lo haremos”.
Dice Diego Manrique en un muy interesante retrato de Teddy Bautista que la Sgae llegó a tener una discográfica que “no era competencia ya que esencialmente publicaba trabajos rechazados por el resto de las compañías”. No puedo estar más en desacuerdo con esa definición de competencia: si se dedica a producir discos, como hoy a gestionar teatros e incluso a gestionar estudios de grabación, y pese a las declaraciones de que no pretenden competir con nadie, es competencia. Se compite por trabajadores cualificados, por horas de servicio a precios que no tienen que soportar determinados costes. Sea el ejemplo para ilustrar la dimensión de una organización alejada de su naturaleza real, con una estructura que como mínimo genera preguntas filosóficas y jurídicas de alcance en un entorno sociológico como el de la sociedad informacional: los paradigmas de lo que es cultura, autoría y su reflejo en el comercio, cuestionados con verdadera autoridad sumado a un estado de opinión pública próximo a la revuelta social en las obligaciones que la Sgae se encarga de hacer cumplir… o de perseguir. Es sencillísimo hacer ejercicios conspiracionales con una cosa como ésta: la familia Botín primero, Teddy después; dos grandes zarpazos para la recuperación de simpatía electoral gubernamental. Ahora nos olvidamos de que los cineastas se las vieron en su día con esta institución y su dirigente más destacado, que incluso nuestra Ministra de Cultura se las vió y se las deseó. En el mundo del cine sólo se dice en susurros lo complicado que es Teddy. El canon, sin resolver, el reglamento de la Ley Sinde sin resolver… Sean el caballero o la institución inocentes o sólo un poco culpables, nada puede volver a ser igual: se ha abierto un melón de difícil solución. Pero quienes gritan alborozados porque esperan una nueva forma de relación social con Sgae no debieran gritar tanto: venga quien venga, que vendrá, no se aspira – mucho me sorprendería si fuera así – a cuestionar nada de lo esencial.