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Torrente

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Sin películas para los votantes de Joe Biden

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A los medios les ha interesado que la Casa Blanca diera su primera rueda de prensa en español. Siempre hay quien recuerda que no hay idioma oficial en los Estados Unidos y que el español – castellano, que decimos nosotros – es la segunda lengua del país y que crece en importancia. Pero pocos medios se detendrán en tomar nota que casi de modo simultáneo el Vicepresidente de ese país se planta en México y lo que visita es nada menos que la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Biden, que nos dicen que es católico, ¿se hubiera tomado la misma molestia en año no electoral y teniendo una demografía como la que tiene en visitar al símbolo nacional de México? No es una mera visita, hace un gesto de devoción y eso no es cortesía únicamente. Cada Día de la Virgen las televisiones en español en EE.UU. se detienen para mostrar sin descanso la pasión por la guadalupana. Pongámoslo de otra manera: mientras hay prohombres del cine español que piensan que la industria española tiene mucho que decir ante ese escenario, la industria local está más bien a por uvas. Si, por el lado más industrial, lo que puede destacarse es Torrente o apaños como The Cold Light of The Day (a los que nadie debiera renunciar) y si, por el lado autoril, lo que más se les ocurre es llevar Pa Negre a los oscars, se puede deducir que no existe el más mínimo planteamiento estratégico, dominio o preocupación por beneficiarse de una circunstancia cultural para crearse un mercado, sea coproducción o sea ambición propia. Dicho esto a pesar de los paseítos a directores y productores para visitar Hollywood y echarse unos amigos latinos. Me permitirán que se argumente esto en cuanto que existe una política de estado al respecto. Oiga ¿y qué me dice de Chico y Rita? Hombre, no está mal y ha conseguido mucho. Pero más bien al azar y con un planteamiento desde el punto de vista de la marketability de la película en el mercado norteamericano poco trabajado. Me parece. Hay muchos más mexicanos que cubanos en EEUU y resulta que van un porrón al cine y son una clave muy decisiva en los estrenos en ciudades como Los Ángeles, Chicago o Nueva York a las que no mira nadie en el mundo como se sabe y cuesta encontrar algún punto de la historia, los personajes, el casting de voces, etc. que sirva para movilizarlos. Es decir, y aún cuando todo el mundo es muy libre, se renuncia a encontrar mercados. Se sepa o no.

Falsas alarmas y – potenciales – nuevas paradojas para el cine español

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¿Puede titularse alarma en el cine español cuando sus representantes más significativos dicen en las declaraciones que han hecho o te han hecho que están tranquilos, que han hablado (o ya tienen medio acordado), que siempre hay diálogo, etcétera, etcétera? Que el partido con más opciones aparentes de ganar las próximas elecciones anuncie que suprimirá la inversión obligatoria de las televisiones privadas en cine y que eso, más o menos, quedaría sustituido por Televisión Española que, pudiera ser, dejaría de comprar cine americano y dedicaría su dinero a pagar películas españolas, tiene visos de ser el camino para la enésima reforma. Mirada positiva: bastantes. A saber: un sector no tiene que subvencionar a otro, se acabó la tensión política con las privadas, la televisión española se dedica a hacer lo que no hace el mercado y daría, potencialmente, un mayor espacio promocional a las películas antes de ser estrenadas (que es cuando cuenta). Lo mismo hasta el público le perdona la vida en la batalla de la opinión publicada. Mirada negativa: altísima concentración de películas en el operador público que, por más que ha intentado esquemas para ser plural, independiente y a prueba de amigotes tiene tras de sí una alta sospecha de que siempre repiten los mismos y que no se sabe por qué sí le toca a uno y no a otro. Altas probabilidades de que la producción ejecutiva que RTVE realice no busque con verdadero rigor profesional (nunca ha existido el incentivo para ello, en realidad) las grandes audiencias aún con esos esquemas de películas, A, B y C según los dineros involucrados. Altas probabilidades de que se hagan más películas de las que se pueden absorber (café para todos). Riesgo de que, por mucho que la audiencia sin publicidad se comporte razonablemente bien, la propia fragmentación del mercado en una RTVE sin capacidad de crecer en recursos y rígida en su estructura hasta aburrir se vea cada vez más constreñida en su financiación acelerando su falta de incentivo. Y, por qué no, una interesante nueva batalla con el público que tendría clarito, clarito, que las películas se financian verdaderamente – y, digan lo que digan, es así en su mayor proporción real – con dinero de todos los contribuyentes levantando interesantes preguntas sobre si pueden disponer de ellas libremente en una red peer to peer… O, con riesgos de que haya demagogia, si tienen que pagar Torrente (el fenómeno de La Noria, no tiene por qué terminar ahí). Incluso muchos se preguntarán, ya que hay que pagarlas y la opción de que no tengan mercado sigue ahí ante incentivos que lo normal es que sigan mal orientados, cuál es el sueldo de el de aquí y el de más allá que hacen la peli y si eso es compatible con sueldos públicos, lo que se le paga a un médico, etc. etc. En fin, lo mismo que con las minas improductivas.

Cine español: business as usual

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Cuando la prensa publicó su balance sobre los resultados del cine español en 2010 se inclinó por los adjetivos catastróficos. Algunos pensábamos que no era para tanto y que, en realidad, hablábamos de business as usual: no es que no fuera una año débil, sino que contemplado en perspectiva las recaudaciones entraban dentro del rango de la trayectoria reciente de la industria española. El efecto Torrente se saludó de modo invertido en la mirada periodística: palabras grandiosas sin comerse los adjetivos anteriores. Los representantes de la industria son, en cambio, bastante más realistas, aunque pueden hacerlo mucho mejor para explicarse a la opinión pública (por favor, que alguien haga algo con sus webs: son del siglo XX, un siglo que queda ya lejísimos). Ayer Cine y Tele titulaba: “El cine español vuelve a la normalidad tras el efecto Torrente 4“. Es decir, todo sigue igual. Casi se debiera decir que Torrente también es normalidad: tener un título que concentra mucho es igualmente una pauta típica del cine español. Como siempre, la cuestión es cómo se hace que una industria inmersa en su laberinto cambie de perspectiva. Para hacer tortillas, como todo el mundo sabe, hay que romper huevos. La cosa es saber (o acertar) qué huevos hay que romper.

¿Y qué fue de Ispansi?

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Carlos Iglesias luchaba en twitter por conseguir promoción para evitar el abandono de la película de las salas y de la mente de los espectadores. Pau Brunet publica los datos y añade un comentario que se puede decir clásico en sus observaciones sobre el lanzamiento de películas, menos copias y más ingreso medio: “Aguanta como puede Ispansi, que cae un 30% hasta los 70K€ en 72 cines (menos de 1.000€ por copia). La media no es buena y el dato es de 212K€, por lo que es más que probable que la semana que viene pierda copias y pases y vea un descenso más agudo. El film no puede batallar, Torrente no es su enemigo sino que los son las otras películas fuertes que se encuentran el los circuitos de ciudad y de versión original… Quizás la mitad de copias hubiera dado para algo más de publicidad y mejores medias por sala”

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Torrente ha venido y la moral está en peligro. Cachis.

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Pedro Ruiz dice cosas tremendas en una entrevista: por ejemplo, que sobre el país cae “una lluvia de mierda” gracias a la televisión. O que los directivos de la televisión “están haciendo más daño que los terroristas”. No sé si le han montado ya una en plan Pérez Reverte o similar, pero estas cosas tienden a ello: creo que hay sutiles diferencias entre un terrorista y un Vasile. El clima de asalto contra el consumo de contenidos populares y/o de mal gusto no se detiene únicamente con el síndrome de Belén Esteban (critico con gusto, luego lo veo con gusto), sino que ha venido Torrente para ser juzgado sumarísimamente: hace dos sábados era Isabel Gemio la que centraba su entrevista a Santiago Segura en lo poco edificante que le parecía su producto frente a la gran cultura de El Discurso del Rey. El seguimiento en twitter este fin de semana de las menciones a Torrente mostraba de todo, posiblemente confirmando que hablen bien o mal la frecuencia de twitts es un gran predictor de taquilla. Otros amigos me lo han comparado con el landismo. Puñeta. Pobre cine español, que cuando se acuerda del público le llaman de todo y cuando no se acuerda, también. En los albores de la democracia, la indignación por el destape y el hecho de que – muchos dijeron que por fin – se pudiera decir caca, culo, pedo, pis en una tele ya desató desgarros. La indignación nunca cesa, pero no ha pasado nada. Torrente ha arrasado y la vida sigue igual.

Dramas diferentes: de Torrente a Ispansi

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El cine es un negocio cruel. Años de trabajo para jugártelo casi todo en un fin de semana. La intensidad de la promoción del nuevo Torrente, con Antena3 y su grupo volcadas en llenar todos los medios de la presencia de una película que se estrenará con más de 600 copias en lo que es la única verdadera franquicia cinematográfica española, ha sido impactante. Mucha gente irá a verla, pero su juicio sobre éxito o fracaso no se medirá porque sea mucha, sino porque sea muchísima, la suficiente para justificar semejante estreno. Yo creo que a Santiago Segura se le siente la tensión, incluso en la relajación teórica que supone hacerse un show a medida con el hijo de Isabel Pantoja en Dónde Estás Corazón. La otra cara de la moneda la pone Carlos Iglesias, que acaba de estrenar Ispansi: en una entrevista afirma que se lo juega todo “a cara o cruz” en su segundo fin de semana. Prácticamente igual que Torrente, sólo que Iglesias tiene que luchar por la promoción despiadadamente y está peleando por crear una cadena de correos y twits para que se hable de su película. Y derive en entradas, claro.