Qué bueno es que haya piratas para echarle la culpa: hoy tenemos dos artículos anunciando un nuevo armegedón cultural en ese fabricante de opiniones bienpensantes que es el diario El País. Son lecturas curiosas: una cuasiproclama la muerte del cine de autor y otra una especie de hecatombe cultural madrileña. En ambas aparecen los piratas de por medio, a pesar del río de problemas de otra índole: los precios, el fin del DVD, la abundancia de oferta, la crisis económica (caramba: ¿no hay holocausto de bares y restaurantes?) y hasta el mal gusto de la sociedad española. Salvando la técnica periodística, se recogen opiniones divergentes sobre esta nueva y pretendida muerte (de los intemermediarios) de la cultura, pero la desgracia nos conmueve mucho más que las posibilidades del futuro. Seguramente sorprendería a los perpretadores de estas elegías que el jefe de HBO haya declarado, con un par de narices, que la piratería de Juego de Tronos no ha dañado sus ventas. Con más recochineo, lo califica como “a sort of compliment” (es decir, un detalle halagador). Eso sí, por si acaso, dos líneas más abajo declara que peleará a muerte por su propiedad intelectual. La rotundidad del problema de los precios está recogida con mucha más claridad por el gran Juan Herbera hace pocos días refiriéndose a un ejecutivo de la industria: “esa explicación” – las descargas –  “podía valer para una parte de quienes han dejado de asistir al cine pero reconocía que algo se ha hecho mal desde la industria durante años permitiendo que los precios de las entradas hayan llegado a donde estaban incluso antes de la subida del IVA”. Mientras, Viacom ha perdido una nueva apelación en su juicio con Youtube: sin ser ésta última el apóstol de la libre distribución si está santificando la alternativa. No, la copia y la descarga son una característica intrínseca de nuestro mundo, no un defecto: hay que vivir con ello. Como tantas otras cosas del mundo digital, las profecías ya estaban en la ciencia ficción del siglo XX: delicioso encontrar el origen de este argumento que ya poblaba el lenguaje de algunos de nosotros: “Es un sentimiento creciente entre algunos grupos de este país la noción de que cuando un hombre o una compañía han sacado un beneficio del público durante un cierto número de años, el gobierno y los tribunales tienen el deber de salvaguardar esos beneficios en el futuro, incluso frente a circunstancias de cambio y contra el interés público”.