¿Se pegan las televisiones privadas un tiro en el pie al pedir la retirada de la publicidad en las públicas?
Hay una cuestión que, en mi opinión, prevalece en todos los análisis y planteamientos que los políticos de este y otros países están haciendo con la televisión: siguen pensando en el siglo XX y no en el XXI. Siguen razonando con un esquema centralizado y no distribuido. Siguen pensando que las redes no existen.
Claro que, los políticos, son manejadores de corrientes de sentimientos ajenos con la finalidad de preservar su presencia en el poder. En general, no cabe esperar de ellos (es lo que siento en mi experiencia personal) que sepan mucho de los temas, diría que ni falta que hace, sino que trabajan con las informaciones – interesadas a la par que legítimas y, en ocasiones, perfectamente deformadas – que los diferentes grupos de presión emplean para imponer sus argumentos. Por tanto, cuando quieren «resolver» los problemas de la televisión escuchan preferentemente al lobby de los que tienen medios de comunicación.
Curiosamente, estos grupos también suelen mirar a la televisión con más ojos del siglo XX que del XXI, esencialmente porque tienen que defender cuentas de resultados y una lógica pensada en el mundo analógico. Las andanadas que, de nuevo, estos días publican simultáneamente periódicos como El País (no se pierdan este editorial), El Mundo y supongo que los de otros, especialmente La Razón (que es de Planeta, el controlador de Antena3) llamando la atención sobre lo estupendo que es Francia y Alemania con su retirada de la publicidad en televisiones públicas (el tema de la tasa que pagan los propietarios de televisores obligatoriamente, se cuenta con letra pequeña) y reiterando una cosa cierta, que es el escándalo del gasto de las públicas españolas, no puede ser inocente.
No sólo por la rara unanimidad, sino porque se sigue negociando a espaldas del público, por supuesto, cómo ha de ser el reparto de la tarta de las licencias y los minutos de publicidad. Uno cree que nadie le ha explicado al gobierno español lo que es un PVR porque la cuestión de los minutos de publicidad de las públicas – y de las privadas – puede convertirse de aquí a cuatro años en una de las cosas más irrelevantes de la televisión: lo que la gente no quiere es ver anuncios y, más importante, tras la revolución del consumo televisivo existe una cosa irreversible, y esa cosa se llama personalización del consumo de televisión. Quizá con personalización no lo entiendan: hablamos de individualización del acceso, la elección de los contenidos y con quien se comparten.
Todos los estudios a los que he tenido acceso pronostican penetraciones de PVR’s en la Unión Europea que, en algunos casos, van a superar el 20 y el 30 por ciento de los hogares. ¿Saben que hogares? ¡Bingo! Siempre son los más rentables para la publicidad. Así que para las televisiones privadas va a ser tremendamente peligroso competir con televisiones públicas con poca o ninguna publicidad (es decir, no interrupciones) y la ingente cantidad de fondos para producir y comprar contenidos que vamos a llamar sofisticados. En Europa, canon. En España, impuestos. Y los políticos, queridos amigos, tienen la misma ilusión de que van a controlar la sociedad con la tele, así que no renunciarán a luchar por cotas de audiencia que les garanticen que sus noticias, lo que más les importa, se vean dirigidas por personas afines a sus pensamientos. Eso sí, emplearán el término pluralidad para darle dignidad.
Imaginemos entonces que la audiencia se entrena ¡gratuitamente! en ver contenidos de alto valor de producción sin anuncios, que pasa como en Francia que han concentrado mucha atención en detrimentos de las privadas y que, con la TDT y por la gracia del consumo (la crisis, que parece larga, puede ser un incentivo para esto, pero nada como la individualización que algo como la universalización del teléfono móvil demuestra que es una aspiración de todo quisque), la gente se compra un PVR. Eso que quieren preservar con esta maniobra, el mantenimiento de un modelo de publicidad basado en la interrupción se va a hacer añicos más deprisa de lo que piensan consiguiendo el efecto contrario de lo que se busca con esta campaña para que las públicas limiten su publicidad (que es de toda justicia moral y económica por otro lado): que esta forma relativamente fácil de ganar dinero dure y dure mientras Telefónica lucha por extender su red de fibra hasta el hogar.
La estrategia de publicidad reducida o cero sin conseguir una limitación de los contenidos, no sirve para demasiado: la poca publicidad que tengan las públicas (salvo que se prohíba en prime-time) va a tener un alto valor por la atención que puedan reunir, con lo que subirán sus tarifas (mejorando su desempeño económico) y van a entrenar al público en ver contenido de suficiente valor de producción (eso que llaman – mal – calidad) sin interrupción. Eso que es Digital+ pero sin pagar la cuota: qué bonitos hubieran sido los Juegos sin anuncios en los tiempos muertos del baloncesto, como pasaba antes en tele pública.
¿Es eso una salvación de las públicas? De las españolas, lo dudo mucho. Pero del entramado comunitario basado en el canon, la cosa se pone compleja. En realidad, el proceso de personalización del consumo les va a seguir creando el mismo problema de legitimidad que ya tienen, pero agravado. Los contenidos de servicio público, ya los puede dar la sociedad. El episcopado puede trasmitir una misa por internet sin pedir permiso a nadie. Sitios como Balzac.tv se dedican a informar sobre emprendedores e innovación mucho mejor que las televisiones públicas (aunque otra cosa sea cómo se financian). El esquema de sostenimiento de los medios de comunicación públicos basado en la «persecución» de los ciudadanos para que paguen una tasa por ver cuando existen multitud de dispositivos para hacerlo tampoco parece algo que pueda resistir los tiempos tal y como se concibe ahora. Eran cosas de la postguerra europea.
En definitiva, como espectadores y ciudadanos, la reducción de minutos de publicidad en las televisiones públicas sólo puede saludarse como algo bueno: acelerará procesos que ya están en marcha. Personalmente, cuestiono que sea la mejor estrategia dle sector privado español si lo que quiere es adaptarse al futuro: una televisión pública emponzoñada en publicidad es lo mejor para sus intereses a largo plazo. Que planteen la guerra en los contenidos y no en los minutos, porque es el contenido el que lleva la audiencia. Si las públicas dejan de competir en el mercado por los productos de alto valor de producción, la publicidad ser irá sola (cayendo en sus manos, teóricamente) y podrán controlar mejor sus cuentas de resultados en el proceso de personalización del consumo y de la publicidad que se me antoja inevitable.
Créditos: la imagen la comparte Terrorpoetika, con licencia CC
Comparto tu opinión pero a medias. Es decir, en una situación teórica, de laboratorio, tienes razón. La gente preferirá ver contenidos sin pausas que con ellas. Pero eso no tiene en cuenta el perfil de espectador. Los contenidos que ofrece tve no son contenidos que interesen a toda la audiencia. Creo que la gente joven se seguirá sintiendo mucho más atraída por programas como GH o el internado que por Mira quién baila o cine de barrio. Y eso poco tiene que ver con la publicidad.
¿La gente dejará de mirar contenidos en las privadas porque siguen teniendo anuncios? Como bien dices, el espectador se concentrará en el contenido. Y entiendo que la privada se siente capaz de generar lo que el público demanda (acertada o equivocadamente).
Por otro lado, parece obvio que tve tiene cierta ventaja competitiva con el resto de emisoras, ya que tiene financiación doble. Creo interpretar de tu artículo (y lo comparto) que, con la aparición de los nuevos media, la tarta estará tan descentralizada, que el querer repartirse esa supuesta parte del pastel de la pública entre las privadas suena a chiste.
Para mi el debate se centra en cómo será esa nueva publicidad en los nuevos media y que, seguro, cambiará la tradicional. Pero creo que es un debate diferente.