Timos y estampas
El timo de la estampita es como titula el redactor de El País un indignado reportaje sobre el proceso por el cual Hollywood convierte rodajes realizados en 2D en piezas estereoscópicas y se venden como 3D. No hablamos de la conversión del catálogo antiguo, que vendrá, la industria lo tiene previsto desde que los fabricantes pusieron todo su empeño en hacer, por fin, que estas tecnologías (hay varias formas de crear el efecto) tuvieran el favor del público. Hablamos de nuevos títulos. No queda igual de bien, seguro, pero hay más oportunidades de negocio, que no queda duda.
Todo por la pasta, dice el reportero, como si el entretenimiento no fuera un negocio (¿se escandaliza porque escribe en la sección de cultura?) y como si fuera nuevo: las vestiduras se rasgaron no hace muchos años cuando se inventó el coloreado de películas en blanco y negro. Era mejor para revender el catálogo a la televisión y para vender vídeo. Carlos Pumares, el hombre-cine de referencia popular en aquéllos años, después de poner el grito en el cielo ante aquélla aberración estética se mostró a favor: descubrió que se podía quitar el color y que muchos títulos que no se editaban porque el público no quería blanco y negro (ay que ver con la audiencia, señores) ahora se podían editar y, por tanto, disponer de ellos. Incluso admitió que el acabado del coloreado estaba realizado con discreción, tenía un tono a cosa antigua que le daba su aquél: ahora diríamos que remezclamos y le daríamos legitimidad cultural, especialmente si, esperemos que se pueda con el 3D, podemos eliminar a nuestro gusto estos efectos. La tecnología hace cosas insospechadas.
Lo cierto es que todo el mundo parece haberse olvidado del coloreado de películas, aunque también parece que las nuevas generaciones no tienen las mismas sensaciones que las anteriores por el humo de los cigarrillos de Bogart y las faldas que se elevan de Marilyn Monroe. ¿El 3D artificioso empleado en Ben-Hur tendrá éxito? Si el 3D sigue permitiendo mantener la subida de precios en las salas, alguien hará un nuevo Ben-Hur con cuádrigas que salten a los ojos. Por amor al dinero, no les quepa duda.
Pero el timo más interesante de todo el relato está en el relato mismo: todas las fuentes que se citan para explicar la polémica, menos una llamadita al realizador Jordi Llompart son bloggers norteamericanos y el Wall Street Journal. Como es la edición impresa, sin un puñetero enlace (digo yo, qué mentira es esta: si la edición impresa es también digital). Es decir: el redactor de El País ha hecho lo que un bloguero listo de la misma forma en que son acusados los blogueros listos: de comentar a partir de las informaciones de otros. Es el sistema que habla hipócritamente de Google y sus enlaces y que tiene editores que dan toda la credibilidad del mundo a los bloggers (debe ser que son americanos) sin pretender pagar por unos enlaces que ni siquiera ponen, la misma sugerencia que aplican al buscador de buscadores. Lo interesante, es que los diarios no hacen nada para impedir que Google les enlace en un proceso de propaganda e intoxicación de quienes se presentan como defensores de la opinión pública y la democracia. Aquí, todos esperando a tirar la primera piedra.
Créditos: la fotografía pertenece a la galería de Cayusa, distribuida con licencia CC.
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