Voto en favor de la reducción de plazos desde el Establishment
«But tools are not ends in themselves» (en castellano diríamos que no confundiéramos los fines con los medios), es la de arena que echa The Economist en un cierre de editorial que hubiera podido ser optimista para la industria establecida y sus ministros cuando se asegura que la reducción de plazos del copyright no debiera ceder en su empeño por forzar su cumplimiento porque lo considera «una herramienta vital para el aprendizaje». Tómese nota de que el periódico más respetado de la economía liberal elige la expresión aprendizaje y no otras honrando el origen del Statute of Anne, que cumple tres siglos tres. Aprendizaje y no un derecho de propiedad como las expresiones y la adulteración del lenguaje que ha producido una forma de entender la legalidad: el monopolio para la copia de una obra, no para la posesión de la obra.
Pero, siendo en cierto modo ambiguo en su creencia de que todavía es necesaria la protección, se suma a la causa de la reducción de plazos, la ampliación del fair use y la reducción de las sanciones por usos que llama involuntarios. Los devolucionistas creemos que debe producirse un progresivo proceso de reducción de los plazos de la propiedad intelectual (inclúyanse patentes) para adaptar una economía repleta de inversiones basadas en textos legales que conducen a una concepción propietaria de conocimientos y creaciones hasta llegar a plazo cero. Aclaro, que llegar a cero no es lo que pide The Economist. Esta posición establece sin duda un problema que el debate de la red no aborda ni siquiera en el entusiasmo poco meditado por las licencias Creative Commons: mientras se reduce, ¿cómo se cumplen los supuestos de una ley que, inequívocamente, en su espíritu y en su letra, concede el monopolio de explotación al titular de los derechos? Yo tengo una postura que, muy simplificadamente, resumiría en E-mule sí, Seriesyonquis no. Lo primero permite el intercambio libre, lo segundo permite a los propietarios de derechos construir negocios sin que otros hagan negocios verdaderamente obscenos – creo que es la palabra – con unas inversiones realizadas en un marco legal legítimo. Por supuesto, la tecnología evoluciona tan deprisa que pronto seguramente tendremos que hablar de otro tipo de modelos. O puede que no, que en realidad, haya menos evolución de la prevista. Se verá.
Cuando nuestros gobernantes insisten en encontrar un equilibrio, se trata de una expresión poco agraciada. No se quiere un equilibrio, se quiere la pervivencia de un sistema que ha prolongado de modo ciertamente abusivo unos plazos que originalmente se concibieron como una protección a la creación de las ideas habiendo resultado, con el tiempo, exactamente lo contrario: gusta a los cantantes ilustres y a grandes representantes de entidades de gestión hablar de sus derechos como fincas y bienes a traspasar a sus herederos, pero todos obvian que muy rara es una propiedad que nació con fecha de caducidad por su propia ley y su propia esencia. El equilibrio sólo puede conseguirse a través de la aceptación de la reducción de plazos mientras se delimitan las opciones de difusión y reutilización de contenidos sin ánimo de lucro, la definición correcta del lucro y la extensión del dominio público por defecto con el decidido apoyo de las compras y apoyos financieros de las administraciones públicas: pagamos el cine y la televisión para dejarlos en manos del control político o de manos privadas que apenas han corrido o directamente no han corrido riesgos empresariales. Ningún desarrollo de software a medida pagado por un gobierno debiera tener licencias propietarias.
Esta sí creo que es una agenda de equilibrio hacia una «economía de código abierto» y que es un marco razonable para cuando se le reclama a la industria que se adapte. El miércoles 14, Andy Ramos me ha pedido que participe en un debate organizado por DENAE que se titula «Problemas y retos en la difusión de contenidos en la red» en el que, me ha dicho, por fin podremos tener un debate sosegado sobre propiedad intelectual sin que, como sucede con la Ley de Godwin, la mera mención del nazismo termine con la discusión: no he estado en ninguna reunión ni debate público en que cuando aparece la palabra descargas el público y los asistentes conserven la calma, sino que todo el mundo termina, o terminanos, el burro delante, en las trincheras. Toca hablar con sosiego.
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[…] el copyright no es un fin en sí mismo. Mirando a los últimos tiempos, viene bien tomar nota que no es el primer elemento del establishment que recuerda este punto esencial y crítico del problema: recordar para qué se creo, y no se creó […]