Ayer Nico Alcalá me pasó un enlace con una entrada de Brian Newman con una larga explicación de por qué, ejem, el cine en las salas es, simplemente, algo del pasado. Suelo comentar y discutir con Juan Herbera la cuestión de la supervivencia de las salas o su necesidad para una comercialización completa, lógica y casi impepinable. Hoy, lo es. Pero para mi es una cuestión de tiempo e infraestructura tecnológica el hecho de que lo que llamamos “cine” se lance – o estrene – de modo predominante en entornos que no son o serán salas. Sobre todo, es una cuestión de realidad de consumo: ni la experiencia en el cine – a pesar de que se dice que está hecha para el cine – es tan alucinante ni, sobre todo, el espectador se comporta como si lo fuera. En algún lugar que no encuentro dejé escrito que ya hay generaciones enteras incluyendo cineastas que han visto todo el cine clásico en el televisor y no les ha pasado nada, y que vienen generaciones enteras que, lo que han visto (hay gente que no ha visto nada anterior a los noventa), lo han visto en… ordenadores portátiles. Newman dice: “soy un converso”. Porque era uno de esos cinéfilos que estaban convencidos de que el cine como debe verse es como fue pensado, para una pantalla grande en un recinto público. Pero lo cierto es que son financiadas para venderse en múltiples formatos y que el público termina viéndolas mayoritariamente en otro sitio. Hagamos un ejercicio de prospectiva: imaginemos un mundo donde todos los hogares se conectan por fibra…