Iba a titular esta entrada de esta guisa: ¿A quien quiere Google tomar el pelo? Unamos algunos puntos: hace tiempo que YouTube es un verdadero productor de noticias originales y capaz de funcionar como una especie de CNN que todavía no ha terminado su parrilla. Una tendencia que podemos corroborar cada mes, como el anuncio de que transmitirán en directo el debate Rajoy/Rubalcaba (ojo a lo que supone de desnudez de la televisión pública y su justificación, tesis en la que me discuten a fondo) o, como ahora mismo, poder ver la hajj anual en La Meca en directo, algo impensable no hace tanto tiempo. Los canales que vienen anunciándose por filtraciones periodísticas desde hace meses y que generan interpretaciones un tanto intoxicadas, son por fin una realidad pública. Lo que vemos es a Google pagando dinero por contenido original con valores de producción profesionales a cargo de organizaciones profesionales de contenido, incluso de las que son tradicionalmente únicamente de texto (algo que ya no es o no debiera serlo nadie). Un movimiento, en mi opinión, con muchas razones por detrás: la difcultad de que el big content licencie en buenas condiciones su contenido (pues siempre lo han visto como un depredador de su negocio), la obviedad de que el contenido profesional es el más visto de modo consistente, el hecho de que los anunciantes poderosos quieren contenidos en los que sentirse cómodos y con alcance y, por último, porque si quieren que los consumidores corrientes adopten GoogleTV tiene que haber algo dentro. ¿Qué se ve ahí? es lo que la gente querrá saber. Mientras, Google dice que no quiere competir, sino colaborar con la industria. Lo hizo un nerviosísimo Chad Hurdley hace algún tiempo en Cannes para mostrar que no eran una empresa de vídeos de gatos y bebés y lo hizo hace poco Eric Schmidt en su intervención en el MacTaggart (también en vídeo). A mi todo eso me recuerda a mis años en la consultoría de organización, cuando algunos prohombres de la gran distribución me recordaban un discurso del fundador de Leclerc en el que, lejos de ser contemporizador con la industria de la alimentación siguiendo la corrección política de que fabricantes y distribuidores eran socios, resaltaba más bien que se trataba de una guerra a muerte por los precios y las condiciones de pago. Lo que parece inevitable ver es una guerra a muerte por la preeminencia en el negocio de venta de espacio publicitario y, claro, por el negocio de pago por visión. Seguramente de todos los nuevos entrantes, Facebook incluido. Pero falta tiempo – cuánto, es la pregunta – para que el equipamiento de los hogares permita decir abiertamente que estamos compitiendo por lo mismo.
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5 noviembre, 2011 5:43 PM