El canadiense Mathew Ingram, uno de los bloggers estrella de Giga Om, se hace una pregunta que resulta algo extraña en un escritor de la otra orilla: ¿De verdad seguimos necesitando instituciones financiadas por el estado como  BBC? . Supongo que dos intereses concurren para que un autor canadiense en un medio norteamericano se haga una pregunta editorial como esta: que la Reina Isabel de los británicos lo es también de los canadienses y que en Canadá existe un organismo similar. ¿El argumento es la sucesión de escándalos sexuales y de otro tipo que este año le tocan al operador británico? El argumento es otro y que reluce ante la pérdida de prestigio de la institución: si, especialmente en tiempos de crisis, es aceptable el estado como competidor en las noticias frente a multitud de medios privados que tienen que luchar para sobrevivir. Viene a sugerir que si el estado quiere apoyar cierto tipo de periodismo haría mejor en financiar organizaciones sin ánimo de lucro privadas.

Pero el cuestionamiento no termina ahí. El jueves The Economist elaboraba su posición ante una crisis tan anglosajona y sus argumentos recuerdan mucho a la paradoja de la televisión pública que defendemos por aquí. Se considera que el canon que pagan los hogares del Reino Unido por su famosa televisión es excesivo para el valor que se da, aún teniendo en cuenta que tienen en su haber algunos excelentes productos, una percepción que no es nueva (y, por cierto, desmitifica un tanto el estado actual de la producción de ficción, viniendo a decir que no es para tanto y que, después de todo, Downton Abbey no deja de ser un producto norteamericano).

El segundo argumento es, de nuevo, la competencia que se ejerce frente a los medios privados que sí deben ganarse su supervivencia por el favor de público y anunciantes. Y añade un razonamiento básico:  “Las transmisiones públicas deberían centrarse en las áreas que el mercado no provee, productos caros como el periodismo de investigación y la información internacional, radio de calidad, y la difusión de algunos aspectos de las artes y la ciencia (y olvidarse del entretenimiento de prime time y deportes donde el dinero del contribuyente se gasta en pujas al alza por el sueldo de las estrellas. Una organización más pequeña y especializada encontraría más facilidades para tomar riesgos e innovar”.

Pero hasta en este tipo de argumentos, que no son otros que la de la atención a lo minoritario donde estos argumentos tradicionales también se agotan. Para el Washintong Post, en un análisis sobre el mismo problema con respecto a PBS y NPR, incluye un argumento cierto hoy día y que sorprende que un diario de calidad como el británico y para selectas minorías (hay que leer mucho y hay pocas fotos) no sostenga:  “Hoy día cualquiera que tenga unos miles de dólares y una conexión a internet puede lanzar una serie de televisión o un programa de radio y alcanzar una audiencia de millones”. Más sencillo decirlo que hacerlo, pero la posibilidad está y la tendencia a que ancho de banda, cobertura y costes tecnológicos decrecientes vaya a más a medida que avanza el siglo, parece irreversible.

Desde su blog en RTVE, Anna Bosch hace un relato de los hechos y datos de esta crisis de abusos sexuales y escándalos periodísticos pero deja fuera el contexto por el cuál se está juzgando  la BBC, un contexto que no es nuevo. Desde que empezó la era digital el cuestionamiento de los sectores privados del alcance y el poder de mercado de la institución ha sido constante y ha sido respaldado por el BBC Trust frente a los directivos de la organización. Y muy especialmente por la presencia en internet: la BBC ha sido obligada a incluir enlaces a los medios externos, a reducir su gasto, se ha pedido que reduzca su división internacional y expresamente dejar espacio para los demás. Es duro generar atención con tus contenidos contra alguien que recauda miles de millones sin riesgo de perderlos en un entorno donde, a diferencia de las fuertes barreras de entrada del siglo XX, la libre concurrencia es cada día más real y efectiva. Y es en la libre concurrencia, en la ausencia de barreras de entrada y restricciones, donde reside la posibilidad de que el mito de la pluralidad y la diversidad sea posible.

En definitiva, siendo un debate de muchos ángulos, el cuestionamiento de la ideoneidad de la radiotelevisión pública es algo que quien escribe estima que va a continuar y continuar: por los costes y por el incremento, mejora y expansión de todas las voces interesadas en comunicar. Ya en el año 1977 el diario El País empleaba los argumentos económicos (las pérdidas, además de los de recuperación democrática) entre los válidos para terminar de una vez con lo que fue la prensa del movimiento.