“En un tiempo lejano, las películas y los programas de televisión eran indistinguibles de cómo se experimentaban, tanto si se trataba de la pantalla de un cine o un televisor doméstico. Esos días están terminando.” Título y cita provienen de un artículo que leo en Filmaker Magazine. El artículo toma como punto de partida la idea de MacLuhan que tanto se ha repetido de que “el medio es el mensaje” para venirnos a decir que ya no más. La revolución digital “finalmente separa dispositivo y ubicación de lo que se ve, el medio, de la programación, del contenido, del mensaje“.
A esa tesis se ha abonado La Nueva Industria Audiovisual – este blog – desde que se inició. La idea de la audiovisualización del mundo y de que lo que importa es la continuidad de la narración audiovisual (la llamemos transmedia, expandida o cualquier otra cosa) más allá de lo que ocurra con los formatos industriales actuales, es el centro de la reflexión sobre cómo el cambio tecnologico afecta a la manera de ganar dinero con las imágenes en movimiento. Es decir: si el cine en salas se muere (que no se morirá), se reduce o queda como algo exótico es irrelevante para la cultura, gran espantapájaros que se esgrime para escribir leyes a medida de los que pierden con el cambio del mundo.
Al igual que en el caso de la lectura “no se trata tanto de apegarnos a la forma cultural que es el libro, sino de considerar si sus funciones son monopolio del mismo o pueden ser cumplidas análogamente por otros medios, por otras formas de transmisión del conocimiento y la experiencia”. Derivadamente, los artistas que siguen obsesionados por el largometraje como quintaesencia de su talento y no digamos del prestigio, junto con el glamour derivado del estreno en cines, más vale que piensen en lo obsoleto del esquema como fuente de creatividad o de progreso del medio que aman (que es contar con imágenes: ni celuloide, ni butacas ni nada por el estilo). El artículo de Filmaker termina con algunos datos: se estrenan (en salas) menos películas, pero cada año más películas llegan a Sundance sin tener, obviamente, otra salida que ir a la distribución online.
Y mientras sucede todo esto, llegó Kevin Spacey. El vídeo con su discurso en el festival de televisión de Edimburgo ha dado la vuelta a la red. Lo que dice, en realidad, es muy sencillo y dicho con otras palabras es lo que sigue: haced lo que los piratas decían que hiciéramos (todos somos piratas, recuerden), no queremos esperar a que tengas tu serie completa, nos da igual verla en un sitio que en otro, queremos productos complejos, no queremos la dictadura de consumo del pasado. Además, Spacey da datos estupendos del coste de la estructura de selección de títulos actuales frente al legendario uso de los datos de Netflix y se ríe descaradamente de quiénes (oh, esto no lo dice él) de verdad persiguen a los piratas: abogados y ejecutivos con sus formatos para cerrar tratos.
Mientras que lo que todo el mundo ha resaltado en titulares la cuestión de que se dé “el control a los espectadores”, lo que de verdad ha hecho Spacey es resumir excelentemente por qué House of Cards ha cambiado la historia. Al menos la breve historia de lo que se cuenta con imágenes. Y ha insistido en la idea de fondo del artículo de Filmaker y de un servidor – perdonen la falta de modestia, pero son seis años blogueando de estas cosas: no hay televisión ni cine, hay contenido, hay vídeo que crece por todas partes. Sólo Netflix (que no es otra cosa que un outsider del sistema) fue capaz de creer a los productores de House of Cards (Spacey himself entre ellos), ninguna de las cadenas quiso salir de su esquema piloto y ya veremos si se sigue. Y vamos más allá: sólo los esquemas de red permiten formatos narrativos tan complejos y extensos como los que los creadores quieren desarrollar y el público desea consumir, algo que el cine por su cuenta nunca podrá hacer. Spacey sanciona: no cometamos el error de la música, démosle al público lo que quiere.
Cruzando el charco, unos chicos sin experiencia alguna decidieron que querían hacer la película que les hubiera gustado ver como espectadores: sin esperar a ventanas, con las ampliaciones que les daba la gana, etc. etc. Para todos los que dudan del valor de El Cosmonauta, consiste exactamente en lo que una estrella comercial – y cultural, él sí – dice que han hecho con House of Cards y que insiste en que es lo que hay que hacer. Obviamente, a chicos de veinte años no les hace caso nadie, pero no está demás decir que, industrialmente, lo que le ha ocurrido a los productores de House of Cards aquí nunca hubiera ocurrido. Casi seguro que en Europa tampoco.
Se diga lo que se diga, pase lo que pase, hay que decirlo: los piratas han ganado ya. Porque la presión del consumo ¿irregular? ¿inmoral? ¿apropiado indebidamente?, se piense lo que se piense sobre el futuro de lo que llamamos propiedad intelectual, ya ha transformado lo que fue el negocio del cine y la televisión irremediablemente y para siempre.
1. Escrito por Gonzalo Martín
25/Ago/2013 a las 12:33 PM
Creo que merece que me extienda un poco para matizar: House of Cards cambia el mundo por el hecho de que un productor y un disribuidor deciden lanzar una serie completa de modo simultáneo. No sólo por eso, sino porque les ha funcionado. Obviamente, al resto del mundo no (piratas aparte), porque la experiencia de cable sigue siendo la de la dosificación.
Spacey habla en el vídeo de cómo la gente la ha consumido de las formas más variopintas, entre ellas alguien que le para por la calle diciéndole como ha gozado viéndola toda seguida en pocos días. Esto, sin embargo, ya lo hacía el consumidor de DVD. Entonces, ¿qué es diferente?
Lo digital cambia procesos para los consumos que quiere la gente, sean series o comprar seguros. Al hacerlo Netflix de esta forma (y, de acuerdo con Spacey, avalado por los datos que tiene el servicio de cómo consume la gente las series) soportado por su inmediatez bajo demanda (el DVD es bajo demanda, pero no es inmediato en cuanto que entraña un proceso de compra física y de espera) ha reunido una combinación diferente que parece funcionar.
¿Narrativamente? No tener que depender de los ratings de un piloto, ni de la financiación publicitaria hace que el creador pueda estructurar su relato de modo diferente: puede introducir otros ritmos. Lo que no ha hcho Netflix es romper el estándar de duración de los capítulos, pues tiene que tener ventas internacionales en medios de distribución convencional. La cuestión de no depender de los ratings y sus implicaciones para los desarrollos de guión, es algo que ya sucede con HBO.
Quedaría entonces la última ruptura: la duración de los episodios y el número de episodios, ya no tendrán que ser iguales ni normalizados, lo que probablemente también implique otras formas de evaluar el riesgo.
2. Escrito por Isabel
28/Ago/2013 a las 9:37 AM
Interesante y esperanzador, tanto el post como el anexo. Cierto que hay barreras impuestas por las grandes corporaciones que no se pueden controlar pero la única forma de provocar cambios es que el público tenga elección y demande, por eso me parece especialmente relevante esto que señalas en el comentario:
“¿Narrativamente? No tener que depender de los ratings de un piloto, ni de la financiación publicitaria hace que el creador pueda estructurar su relato de modo diferente: puede introducir otros ritmos”
Si algo estoy aprendiendo de mi, de momento corta pero intensa experiencia, es que incluso cuando hay innovación en los contenidos, la mayor parte de los creadores siguen apegados a los viejos esquemas. Hay que llegar al punto de que no se considere la distribución on line como “la única salida” sino la opción lógica que, en algunos casos, no sé sí muchos o pocos, será en realidad un punto de partida.