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Goya

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Goyas y globalización

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En Hollywood Reporter reclamaban hace unos días que la academia norteamericana revisara su concepto de “mejor película en lengua extranjera”. La cuestión es que el premio se organiza en torno a un país (aunque sea el productor el que se lleve el premio a su casa, esté donde esté) y ya no hay forma de saber de dónde es realmente una película. La financiación, el talento, los técnicos y los lugares de rodaje se esparcen por el mundo en busca de las mejores condiciones para pagar los costes y encontrar escalas de público competitivas. Se lleva unos días con la polémica por el idioma en que se ruedan las películas en la nueva legislación que se espera: la directora general trata de reducir el pavor al respecto. Mientras, los Goya siguen siendo una fiesta local para el consumidor local y que tiene ese premio de denominación intelectualmente torpe como el llamado “premio a la mejor película extranjera de habla hispana“. ¿Alguien sabe lo que es un habla hispana? ¿El quechua?. Una comparación con los Grammy latinos lleva a la idea de que los premios no fueron inventados por alguien que quería vender y hacer mercados sino por no se sabe qué. ¿Alguien se propone salir de lo local para pensar en mercados potenciales rompiendo la idea de territorialidad? ¿De pensar en espacios culturales afines y no puramente idiomáticos o regidos por el domicilio fiscal? ¿Puede buscarse un mecanismo que ponga a competir un documental chicano con otro chileno y uno español, por ejemplo, y que pueda ser retransmitido por televisión a más de un mercado en una legislación donde se incentive que el inversor privado celtibérico invierta en eso esté donde esté? Digamos que el estado del debate sobre la nueva legislación es más interesante que nunca, presentando un apasionante combate entre el pasado y el futuro: de nuevo, nada como las declaraciones de la Directora General para ver el conflcito entre viejas ideas y las nuevas (el nacionalismo protector de la “identidad cultural”, ese otro nombre para la propaganda, y globalización e industria con visión económica). Eso sí, internet sigue apareciendo como un obstáculo molesto al final de la agenda. Yo reitero aquélla sentencia de Garci en Sesión Continua: “el cine es el sueño industrial de una sociedad industrial“. ¿Cuál es el sueño de la sociedad digital? La nostalgia por las cuatro paredes como paradigma de lo audiovisual y la autoría prestigiada por proyectores públicos, no creo que lo sea. Pero todo eso, terminará llegando.

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Nota al artículo de Álex de la Iglesia

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El mantra «todos somos internautas» hace tiempo que se emplea desde el establishment, parece ser, como forma de romper ese tipo de generalizaciones tran frecuentes en la prensa en las que se toma la parte por el todo. Así que las opiniones de cuatro en internet son las de todos los blogueros, los tuiteros o los internautas. Por tanto, en principio, bien por la precisión. Pero, precisamente por eso, se debe insistir en que no todos los internautas son iguales. Entendámonos: hay gente que tiene una relación esencialmente pasiva con la red. Es la de la gente que se tabletiza y sigue mirando el periódico como antes sólo que en una pantalla electrónica. Y hay gente que necesita enlazar, extraer fragmentos y combinar muchos elementos para hacer una cosa nueva y comunicarla. Este texto es breve y quizá esto es demasiado sutil, pero dice mucho: en el fondo, cuando uno empieza a razonar en los términos de inmediatez y reelaboración de contenidos, la mente empieza a funcionar de otra manera. No digamos cuando se hace algo más que clicar un ¡me gusta! o retuitear la inteligencia – a veces sí – de otros. Uno piensa que parte de la defección de Alex de la Iglesia a los postulados más o menos oficiales de los capitostes del entretenimiento tiene que ver con eso, con que su lógica interna choca con la realidad que se quiere mantener. Pero, seguramente, el viaje que viene es más radical: hablar de “ventanas” es todavía, creo, quedarse a la mitad, aunque sea una expresión para entendernos al referirnos a caminos de ingresos. La lógica de la tecnología nos dirige a que no las haya en su idea básica: crear restricciones de acceso. Por eso, pensar que el vacío es la ausencia de un Netflix es quedarse corto: Netflix es la misma lógica de la televisión por cable y el videoclub sólo que más conveniente. El cambio de paradigma es mucho más profundo y la esencia de la experiencia Netflix (que no resuelve el problema de las ventanas) es hacer lo de siempre por otros medios. Para el creador puro, la red es mucho más. Aunque, por supuesto, las experiencias de videoclub online son mecanimos intermedios diría que necesarios. Pero el vacío se sentirá, en el fondo para beneficio de creadores, cuando una marca decida lanzar entretenimiento masivo fuera de los canales tradicionales. Algunos seguirán sin haber pensado un segundo en lo abierto que es el futuro mientras ven pasar a los que ya recaudan millones en Kickstarter. Y estaban avisados: en realidad, ya ha ocurrido. Y, en realidad, los que piensan en el lado del talento, no tienen ningún problema en imaginarlo. Los que no tienen nada que perder, tampoco. Uno sigue pensando en que todo reside en cómo se desmantela el entramado actual de una forma razonable: los periódicos y los telediarios se llenaron de fotos de glamour goyístico: qué buena publicidad para películas que prácticamente ya no pueden verse. Pero no pasó ni medio día y ya se dejó de hablar de las películas para volver a hablarse de que la sociedad parece ir por otro lado.

Nota al discurso de Macho

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El discurso de Macho en los Goya es correcto: la lectura completa del texto dice cosas ciertas y de sentido común que, generalmente no se resaltan bien. Para la mirada internauta habitual, tremendamente ofuscada porque sólo se ve el discurso negativo de gente muy inteligente – Macho, lo es – lo que dice debiera ser leído con cuidado: es cierto que internet no es una alternativa económica a la producción de cine actual (tal y como se hace ahora) y es cierto que el cine español (que, como bien dice y suele recordar Manuel Cristóbal, no debiera ser un género y malo es cuando el público piensa así) logra situar su talento año tras año en Hollywood, algo que pocas o casi ninguna cinemtografía consigue. Pero dentro del discurso, creo que es hora de introducir elementos diferentes: ¿cuál es el único sitio donde se puede intentar competir en igualdad de condiciones con la industria americana que todo lo puede y ocupa entre el 70 y el 90% de todos los mercados donde hay otro cine además del americano y, encima, hacerlo en más de un territorio? Esto supone la valentía de mirar al futuro pidiendo fibra óptica por todas partes, pensar en modelos de financiación más televisivos que de venta de entradas, potenciar los géneros y formatos que sí viajen fuera y el aún-hay-más de superar el dolor de asumir que, para un futuro mejor, la sala no es el mejor sitio para competir ni llevar a la gente: van pocas veces al año, frente a noches perpetuas ante pantallas teóricamente pequeñas. Supone olvidar el concepto de productos separados según su destino de estreno para concebir la batalla industrial y cultural en los nuevos canales. Supone el dejar de pensar en producir y mucho más en qué, cuánto y cómo se puede vender. Y, para eso, el sistema de incentivos no puede estimular la permanencia en el siglo XX ni en lo local, algo que incluye hasta cómo se conciben premios como los de anoche. La batalla cultural e industrial (ya) está perdida en este esquema. El gran entretenimiento mundial y globalizado tiene muy complicado producirse aquí, pero tiene mecanismos para repartir la tarta en más sitios, mucho más cuando puedes canalizar talento vinculado a la minoría cultural que más rápido crece en el país que todo lo domina. En definitiva, y dicho todo muy simple, asumir el presente no implica dejar de preparar el futuro, sobre todo hay que tener claro que el futuro no puede ser el intento de conservación a toda costa de una capa profesional y empresarial que ahora sabe cómo explotar un sistema que es más una circunstancia que un modelo de negocio: ni el cine es lo único audiovisual que hace cultura, ni es el mejor mecanismo para competir, ni los espectadores masivos crecen con él: están creando sus propias historias en sus máquinas de videojuegos y sólo salen corriendo al cine para ver vampiros y cosas por el estilo que volverán a aparecer en sus máquinas de juegos y en sus perfiles sociales en teléfonos móviles cargados de música.