¿Puede titularse alarma en el cine español cuando sus representantes más significativos dicen en las declaraciones que han hecho o te han hecho que están tranquilos, que han hablado (o ya tienen medio acordado), que siempre hay diálogo, etcétera, etcétera? Que el partido con más opciones aparentes de ganar las próximas elecciones anuncie que suprimirá la inversión obligatoria de las televisiones privadas en cine y que eso, más o menos, quedaría sustituido por Televisión Española que, pudiera ser, dejaría de comprar cine americano y dedicaría su dinero a pagar películas españolas, tiene visos de ser el camino para la enésima reforma. Mirada positiva: bastantes. A saber: un sector no tiene que subvencionar a otro, se acabó la tensión política con las privadas, la televisión española se dedica a hacer lo que no hace el mercado y daría, potencialmente, un mayor espacio promocional a las películas antes de ser estrenadas (que es cuando cuenta). Lo mismo hasta el público le perdona la vida en la batalla de la opinión publicada. Mirada negativa: altísima concentración de películas en el operador público que, por más que ha intentado esquemas para ser plural, independiente y a prueba de amigotes tiene tras de sí una alta sospecha de que siempre repiten los mismos y que no se sabe por qué sí le toca a uno y no a otro. Altas probabilidades de que la producción ejecutiva que RTVE realice no busque con verdadero rigor profesional (nunca ha existido el incentivo para ello, en realidad) las grandes audiencias aún con esos esquemas de películas, A, B y C según los dineros involucrados. Altas probabilidades de que se hagan más películas de las que se pueden absorber (café para todos). Riesgo de que, por mucho que la audiencia sin publicidad se comporte razonablemente bien, la propia fragmentación del mercado en una RTVE sin capacidad de crecer en recursos y rígida en su estructura hasta aburrir se vea cada vez más constreñida en su financiación acelerando su falta de incentivo. Y, por qué no, una interesante nueva batalla con el público que tendría clarito, clarito, que las películas se financian verdaderamente – y, digan lo que digan, es así en su mayor proporción real – con dinero de todos los contribuyentes levantando interesantes preguntas sobre si pueden disponer de ellas libremente en una red peer to peer… O, con riesgos de que haya demagogia, si tienen que pagar Torrente (el fenómeno de La Noria, no tiene por qué terminar ahí). Incluso muchos se preguntarán, ya que hay que pagarlas y la opción de que no tengan mercado sigue ahí ante incentivos que lo normal es que sigan mal orientados, cuál es el sueldo de el de aquí y el de más allá que hacen la peli y si eso es compatible con sueldos públicos, lo que se le paga a un médico, etc. etc. En fin, lo mismo que con las minas improductivas.
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Gracias a FAPAE, me he ahorrado mucho tiempo de comparar papel con papel los programas en materia audiovisual de los dos partidos dos que suelen gobernar. En realidad, uno piensa que son una inmensa pérdida de tiempo porque están redactados para no decir nada, pero tiene su aquél para reirnos después con la realidad de los hechos verdaderamente practicados. Me encanta ésta del PSOE: “Mejorar la financiación, pública y privada, de la producción cinematográfica”. Son construcciones con las que suena casi imposible no estar de acuerdo – ¿quién no quiere que algo mejore? – pero que no dicen absolutamente nada: ¿qué es mejorar?. ¿Cómo se supone que debe mejorar? ¿Cuánto? ¿Para quién? ¿Para quiénes? En fin, las del otro partido son de la misma guisa, verbos fantásticos a ambos lados como “fomentar”, “reforzar”, “favorecer”, “estimular”. Guai. Como siempre, el diablo está en los detalles, en los que no se dan, y en los que rezuman como parte de las intenciones no explícitas pero que sí concuerdan con los supuestos de los sueños más húmedos de cualquier pose ideológica. Así, el programa del partido que se supone saliente, resulta curiosamente “conservador”: todo huele a más de lo mismo, regulaciones, consejos audiovisuales, ¡planes!… mientras que el del bando contrario podría ser “innovador” (digo esto para no invertir los términos y que me sacudan si insinúo que puede ser “progreso”): impulso – otra vez, cuántas veces hemos oído esto – al mecenazgo. Esta cuestión es la que ha resaltado más. Por supuesto, uno tiene serias dudas de que se lleve a cabo de una forma útil (pues, parece, ganarán), pero me interesa más por el tipo de reacciones que suscita. La crítica vamos a llamar intervencionista a la financiación de la cultura (sic) suele sostener que eso del mecenazgo no es para estos lares, sino para anglosajones y gentes de otra guisa. De entrada, me resulta como esos viejos comentarios de la lejana y aburridamente mítica ya Transición, donde aquéllo que se llamaba el búnker decía que la democracia no era para españoles y tal y tal. No estaría mal que, por una vez, le dejaran a la gente probar si lo es con el marco regulatorio adecuado (por otro lado: ¿cuál es?), especialmente si lo adaptamos a los nuevos tiempos y al sistema de producción cultural de la sociedad informacional. O que sea algo exclusivamente, en la práctica, de ricos o para desgravar a grandes empresas. Después de todo, el casticismo ibérico suele ser muy solidario, pongan un terremoto en el telediario y una cuenta corriente y allá que van en manadas. Luego, creo, no se puede dar por hecho que no pueda ser costumbre o actitud. Pero el mecenazgo es sólo una parte del problema. El mecenazgo es para lo que no tiene mercado (es decir, generalmente lo experimental, lo artístico, lo minoritario) pero industria es otra cosa. Y ahí el panorama de los programas es más triste: administrar la miseria del desastre de la televisión pública y de las licencias concedidas a dedo es la norma de lo que se lee. Mientras, Irán emite canales en español que, por muy limitada audiencia que pueda tener, pondría el dedo en la llaga de las limitaciones de pensamiento estratégico audiovisual del Estado que padecemos para algo que tendría justificado hacer mucho mejor de lo que lo hace (otro día, más). ¿Han visto que el debate se podía ver por todas partes? Sigo sin entender qué hace la televisión pública que sea diferencial. Con el dinero que cuesta.