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Voddler en España o una cierta miseria del ecosistema local de negocios digitales

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Se da por confirmado en diversas fuentes que el llamado spotify del cine, Voddler, abrirá en España. Hace tiempo que se instaló en el discurso de la red española un cierto síndrome de hacer la ola al sitio escandinavo gracias al apelativo mencionado, el de ser un spotify del cine, lo que resulta profundamente chocante: las razones eran dos, una que ofrecía muchos títulos gratis apoyados en publicidad, la otra que el catálogo se presentaba como amplio y moderno. Y digo chocante porque Voddler no hace nada diferente a lo que varios sitios españoles siguen haciendo o han intentado hacer: nada de lo que mostraron en Ficod el pasado mes de noviembre era como para quedarse con la boca abierta a pesar del discurso triunfalista y poco menos que de titanes tecnológicos que realizaron allí. ¿Cuál es la única verdadera diferencia entre Voddler y cualquier opción que se presentara en España? Pues yo diría que son tres: la primera y más esencial disponer de inversores de capital riesgo dispuestos a poner el importe que hace falta para tomarse el tiempo de negociar los catálogos de las grandes distribuidoras y sus exigencias de protección de archivos; en segundo lugar, que ese mismo dinero permitiera pagar esos derechos que según mis noticias son cifras no muy asumibles por ningún modelo publicitario local (me corrijan si tienen mejores noticias) y, en tercer lugar, poder plantearse un modelo paneuropeo y no uniterritorial. Notarán que he puesto dinero, dinero, dinero, lo que viene a ser una conclusión un tanto descorazonadora del ecosistema local de nuevos negocios digitales y su financiación. Porque técnicamente no hay nada que haga Voddler que aquí no se sepa hacer o no se haya hecho.

Por qué no entiendo el cambio de Spotify

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Uno no termina de entender lo de Spotify. Bueno, sí. El problema es el mismo que el de Hulu: los propietarios de los derechos esperan rendimientos mucho mayores que los que ofrece la distribución soportada en publicidad de estos servicios. Ambos casos tienen una virtud esencial visto desde el lado de los intereses de la industria: el público se concentra en un único punto consumiendo con buena calidad productos que, de otra forma, iba a buscar en los espacios irregulares. Monetizados, y no demasiado mal. En ambos casos se han creado experiencias de usuario fantásticas que han supuesto un estándar en la forma de distribuir el audio y vídeo en la red. Por tanto, un movimiento que restringe y complica el uso “libre” corre el riesgo de estimular el regreso a accesos no autorizados. Mientras, los usuarios han descubierto de nuevo (hace poco fue Twitter, hace menos todavía Facebook y su capacidad para censurar lo molesto y hasta la lactancia de bebés, en su día Jumpcut) como la dependencia de servidores centralizados es mucho más arriesgada de lo que pensaban: que abandones, tires, borres o pierdas tus propios archivos para vivir en la nube de Spotify supone que tu acceso a la música depende de ellos. Por eso me parece apresurado el movimiento: meter al máximo de población en un saco donde ya no necesiten tener archivos propios es la mejor forma de control del producto. Como no los imagino tan poco profundos, supongo que se impone la esperanza de mantener los márgenes de la era del CD en las leyes de control de internet (Sinde, et al): pero ese conflicto parece que va a ser duradero y la tecnología ha demostrado hasta ahora que ha sido capaz de superar todas las batallas para restringir el movimiento de bits. Iremos viendo.