Pensaba José Alcántara hace pocos días que “urge” atender el vacío legal que rodea al crowdfunding. Me sumé a esa opinión. Algún comentarista nos razonaba que existen figuras suficientes ya en el derecho por las cuáles se puede desarrollar esta modalidad de financiación. Sí, efectivamente, pero la sensación para el lego es que existen limitaciones propias de un sistema que no se imaginó para la creación de comunidades y audiencias en red. Si hace falta y como hace falta, es un debate que no vemos ni José ni yo, pero que tendrá que llegar. Miramos con admiración la aprobación en su día en EE.UU. de la Jobs Act, que lo que hacía – es, creo, lo que habría de hacerse aquí – revisar las limitaciones para la oferta de participaciones sociales en público y otro límites que en su día debían proteger a los inversores pero que ahora son un freno para hacer crecer la inversión. Acaba de publicar Hollywood Reporter un interesante reportaje con un título tremendamente sugestivo: “Olvídese de Kickstarter, de cómo la nueva ley de Obama puede cambiar el crowdfunding de Hollywood“. Ahora que, como sabemos, ha alcanzado el favor del público profesional. La primera de las mejoras previstas en la ley entra en marcha en septiembre de este año: esencialmente, de lo que se habla es de un proceso progresivo de habilitar nuevas posibilidades de inversión hacia patrimonios cualificados que se irá abriendo hacia cantidades menores de patrimonio – ahora un millón de dólares según una serie de requisitos – lo que llevaría a mercados de inversores que calculan en varios miles de millones de dólares. Si esto termina siendo algo de entusiasmo para el público o no, se verá. Ahora nos interesan dos cosas: la intensificación del número de oportunidades con mayores cantidades en juego (está claro que solo con donaciones de menos de cien dólares o euros todo es más duro) y la reducción de la necesidad de plataformas como Kickstarter. Obviamente, eso no implica que las plataformas vayan o morir o que la susodicha pase problemas. Significa, sobre todo para las críticas clásicas al crowdfunding, que de lo que se trata de entender es que los mecanismos de red y comunidades en red transforman los procesos y que las plataformas (repito: las plataformas) son lo de menos. Es decir: la gente socializa y desea entrar en contacto con otras personas, hoy usan Facebook, Linkedin o Twitter pero lo que importa es que los mecanismos de conexión están por encima de servicios concretos que pueden durar o no en el tiempo: ya lo hicieron con otros servicios extintos o adormecidos en los años con pocos usuarios de la red. Es decir, los sistemas crowd son una característica de lo que ya vivimos y un Kickstarter es sólo un medio. Mientras, el tradicional conservadurismo local, esa resistencia a buscar y probar las innovaciones (con sus riesgos, problemas y cuestiones por resolver), deja de lado la oportunidad de correr más que los demás y generar un know-how y una oferta nueva antes de que madure en otras partes. Pero luego nos quejaremos del poder de mercado de otros.
9 agosto, 2013 7:11 PM
1. Escrito por Jose Alcántara
9/Ago/2013 a las 10:23 PM
El asunto es que no puedes «desinventar» la rueda. A alguien se le ocurre una forma nueva de financiar proyectos y ahora no puedes volver a ese punto anterior en el tiempo. Otra cosa, claro, es que el invento llegue a ser masivo. Las utopías libertarias que vaticinan el fin del trabajo asalariado parecen olvidarse de un pequeño detalle: la gran mayoría de las personas quieren exactamente eso, y no quieren asumir más riesgos ni llevar otra vida de mayor implicación (no quieren «emprender», que se dice ahora).
Y con el crowd funding y la financiación pasará igual, no es para todos. Pero que no sea para todos no significa que no sea más que válida para aquellos que sí la quieran. Y es cuestión de tiempo que se solucione el problema legal, porque ampliar las posibilidades de realizar proyectos es beneficioso socialmente, el tipo de reforma que puede aumentar el capital inversor justamente en épocas de crisis.
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