Vanitatis entrecomilla unas declaraciones de Paolo Vasile al respecto de la fusión de Antena3 y LaSexta: «Hay que celebrar que el río vuelve a su cauce. Existía la necesidad de estar en un sector ordenado y bien dimensionado ya que es un seguro de vida para las empresas y para los que trabajan en ella». La traducción correcta de seguro de vida es precisamente esa: que las televisiones no puedan quebrar. Perpetuar un modelo de actividad empresarial donde un duopolio rentabilísimo hace y deshace en un tiempo donde la tecnología permite otros escenarios: que haya empresas que no puedan quebrar es injusto e inmoral. Por cierto, es la misma crítica que algunos hacen a los bancos en momentos como éste. Es por eso por lo que una política de desarrollo audiovisual que verdaderamente piense en cosas como pluralidad, ciudadanía, etc. etc. debe tener como programa no la intervención (es decir, el reparto de favores entre clase política y empresarios con ventaja, propietarios exclusivos del poder de cobertura territorial de sus licencias) sino llegar a un escenario tecnológico donde el reparto de favores no tenga razón de ser. Que es lo que pasa cuando alguien pone un restaurante. O un periódico. Pero, sorprendentemente, incluso a los más fervososos defensores de la tecnología les resulta tremendamente chocante que las reglas pudieran ser iguales.
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En 2009 yo escribía lo siguiente: “No basta con la red: hay que terminar con el uso privilegiado del espectro por organizaciones que juegan con ventaja en el mercado en cuanto las redes sean ubicuas. Lo poco que no llegue, satélite. Y dejar el espectro para acceso en movilidad. Algún ingeniero sabrá diseñar esto. Es una cuestión de libertad y derechos civiles: ser libres para emitir, evitar gobiernos secuestrados por los intereses de los grupos de comunicación y disponer de grupos de comunicación que no tengan que secuestrar gobiernos para salvar sus cuentas de resultados. Se supone que su función en las democracias, es controlar a los gobiernos permitiendo que la opinión pública esté informada de modo independiente. Que no quiere decir que no sea partidista o partidaria, sino que no está sometida al interés del boletín oficial del estado. Y porque entonces, de verdad, será plural.” Referido por Enrique Dans, me someto a la lectura de una serie de extensas, complejas y fascinantes (sobre todo por lo implícito) recomendaciones y análisis sobre el futuro de la banda ancha en el Reino Unido realizadas por su Parlamento. Las citas decisivas están en sus apartados 141 a 143 e inequívocamente invitan (que no obligan) a dejar el uso del espectro para asegurar una red de alta capacidad facilitando las solución del problema de la última milla. Decía que el informe es fascinante de modo subyacente porque toma partido por un espacio abierto y destinado al uso civil (es decir, entendido como una autopista para todo el que quiera usarla) sin parecer en ningún momento político. De hecho el trabajo es condenadamente técnico, sofisticado y repleto de matices, pleno de argumentos en favor del fin de la brecha digital de personas y territorios. Quizá por ello, no se aborda la cuestión de fondo en lo que tiene que ver con el negocio audiovisual: la propuesta lo que implica es eliminar la escasez implícita en la regulación del espectro por un entorno donde, en la práctica, no hay límite de espacio. Y, si no hay límite de espacio, se acabó la excusa para regular la publicidad, los contenidos y, especialmente, el quién. Quién puede emitir y con qué potencial. Televisión y radio a la altura de lo que fue el papel o lo que es crear una página web. El informe es consciente del salto que suponen sus propuestas (no solo estas, todas) y la dificultad y el tiempo que requieren. Lo aclaran con el consabido nadie dijo que sea fácil, sino que es pertinente, dicho en mis propias palabras. Por cierto creo que los del cine, debieran pujar por este tipo de soluciones porque les abre muchas oportunidades, en vez de llorar por esquemas obsoletos, tengan la vida artificial que tengan. Y para terminar, darnos cuenta de que, efectivamente, hay espacios institucionales donde sí hay capacidad para el pensamiento radical. No es aquí, claro.
Hoy se ha anunciado que la FCC suprime la denominada “fairness doctrine”, un espacio regulatorio que buscaba la compensación ideológica de los contenidos por parte de los receptores de licencias de broadcast en EEUU. Es una cuestión más o menos similar en algunos sitios y que aquí nos ha dado por llamar últimamente como pluralidad en un ejercicio de cinismo legal bastante, si me lo perdonan, risible. La cuestión es que el mundo de la escasez analógica conllevaba una necesidad de regular los contenidos para que los beneficiarios contaran con todas las voces y, por supuesto, se respetara la moral y el buen gusto de… quien regula. Esa inercia sigue metida en las mentes de casi todos, visible en todos aquellos que protestan por la telebasura, los horarios regulados o la existencia de líneas editoriales de televisión que no gustan nada a sus opositores por muy minoritaria que sea su audiencia. ¿El argumento para su supresión? La obsolescencia. En el mundo de lo que también llaman broadband economy las barreras de entrada para tener voz se extinguen… seguir creando restricciones editoriales como las que, por ejemplo, en España obligan incluso a las cadenas privadas a repartir su tiempo informativo en tiempo electoral es tan extraño y provoca tanta perplejidad como la que en su día nos mostró Paloma Llaneza con el caso de los anuncios de prostitución. O como quienes sostienen (muchos, amigos) que la falta de conexión de muchas personas – cada día más una cuestión voluntaria y no técnica – es una justificación de una televisión pública que se debate entre vivir en la irrelevancia o la masificación: ambas conducen a su inutilidad, bien porque no se justifican, bien porque la sociedad civil (incluyendo su vertiente más obscena y de peor gusto) ya lo llevan a cabo sin costar dinero de los impuestos. El intento de intensificar la regulación morirá por su imposibilidad práctica y sospecho que veremos el camino a su reducción abrirse por doquier en una pugna intensa para mantener el control de las comunicaciones.