En el diario El País una serie de personas se muestran muy indignadas por el hecho de que, a partir de ahora, se cobrará por el uso de los datos de la Agencia Española de Metereología. Como es imposible ser verdaderamente objetivo, la tonalidad del artículo – aún en su sobriedad – hace pensar que para el redactor estas personas están cargadas de razón. Los hechos reales no son la cuestión (lo mismo las cosas no son como se cuentan), lo que es interesante en este caso son dos argumentos que aparecen en ese contexto como prácticamente incuestionables. Por un lado, un entrevistado dice: «Resulta indignante e inaceptable que unos datos que posee un organismo oficial no estén disponibles para la sociedad, que los ha costeado con sus impuestos». Por otro, el redactor asegura que se tendrá que pagar «incluso por datos históricos conseguidos con dinero público». ¿Alguien ha visto plantearse alguna vez que lo que las televisiones públicas producen con dinero público se reclame como patrimonio común? Nótese que lleva cerrado décadas y lo que supone de diferencia de punto de vista: cuando te quitan los datos de la información pagada con dinero público nos parece que adquiere tintes escandalosos, pero no lo hemos hecho con las horas de producción pagadas para, presuntamente, el bien común. Lo que nos lleva a recordar que existen muchas prerrogativas y compras públicas de producciones cinematográficas que lo son con dinero de todos y lo mismo cabe exigir entonces ciertas relajaciones sobre la propiedad. Enumerado este argumento siempre hay alguien que dirá que “no es lo mismo”, pero uno cree que la reflexión sobre posibilidades y límites de propiedad cuando se alega un beneficio para el público merece la pena en un mundo donde ya todo son datos: un fotograma son bits.
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octubre, 2012
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Una de las leyes más esperadas y que no llegan nunca es la relacionada con el mecenazgo: digamos que el sentimiento de quiénes tienen interés en ello se inclina por pensar que la hacienda española no va a fomentar ahora reducciones de impuestos por esta vía y seguramente ninguna otra. Hoy aparece publicada una encuesta que sostiene que el 37% de los españoles estarían dispuestos a rascarse el bolsillo y donar a la ciencia. Para el diario que lo publica la visión es pesimista: sólo el 37. A mi me parece un montón de gente. Pero la encuesta dice que hay otro veinte que no lo haría por falta de posibilidades, lo que vendría a decir que puede haber una cantidad que sí pudieran afrontar y tendríamos muchos más. Después podría resultar que esto es como los documentales: que si preguntas qué es lo que más se ve no hay fulano que no se muestre culto, pero si consultas las audiencias reales (o las mediciones de ellas que se presetan como reales) nadie los ve. Hace casi un año, no obstante, Josep Baselga anunciaba en la prensa que sería el mecenazgo lo que salvaría la ciencia en esto que se conoce como España. Si ponemos la palabra donación con fenómenos propios de la sociedad red (es decir, cooperación en redes, cocreación de contenidos y proyectos) pareciera que el destino se confabula para dignificar e institucionalizar los mecanimos legales y técnicos para hacer de la donación masiva en todo tipo de cantidades una nueva forma de mercado con entidad como para desenvolverse en él. La propia constatación de que el estado no puede con todo (y uno cree que eso va más allá de lo que pase con esta crisis madre de todas las crisis) y de que los sistemas de financiación clásicos no pueden llegar a multitud de actividades por sus propias exigencias, debiera hacer el resto.
Era el uno de diciembre de 2009. Perdonarán que me tome la licencia de no esperar al primero de diciembre para dar por hecho que han pasado tres años y sólo quedan dos. Haciendo un poco de arqueología de enlaces compartidos en el pasado, me reaparece la crónica periodística de una de esas un tanto patéticas manifestaciones de músicos famosos sobre sus atroces pérdidas en el mundo digital. En ese mes de diciembre de 2009, Luis Eduardo Aute debió declarar lo que sigue: «En cinco años esto desaparece. No habrá ni canciones ni música». Ozú. De modo más sangrante, en ese mismo episodio de protesta, el mito del rocanrol celtibérico conocido como Loquillo se mostraba también pesimista: «Ya vamos tarde». Qué curioso es el mundo, o qué cabronas son las hemortecas que diría José Miguel Guardia, porque el mismo Loquillo en su propia web y en el mes de septiembre recién terminado anunciaba un nuevo y seguramente fascinante disco: con temas de Sabino Méndez es mucho más fácil ser bueno o aparentarlo, pero lo que está claro es que de momento sigue habiendo canciones y música. Nos (re)leemos el año que viene.
Mientras Disney ensaya la impresión 3D, aparecen DRM’s y pistolas
Comentarios desactivados en Mientras Disney ensaya la impresión 3D, aparecen DRM’s y pistolasGracias a Michel Godin, doy con una cadena de enlaces de lo más interesante: Disney tiene en sus laboratorios la producción de juguetes con técnicas de impresión digital en 3D. Ojo, nada se dice que sea para que lo impriman los nenes, sino que emplean la tecnología de impresión 3D para realizar los muñequitos. Bien, supuesto que salga adelante, será cuestión de esperar el hack que permita imprimirlos en otras máquinas sin permiso y las consiguientes evoluciones creativas del modelo realizadas por la gente: de esa perspectiva ya hemos hablado como nuevo horizonte de la guerra sobre la propiedad del conocimiento y las ideas. En esa misma cadena, se encuentra ya la aparición de DRM’s para evitar el pirateo de figuras en tres dimensiones: a Cory Doctorow le da la risa. Pero la secuencia de enlaces no estaría completa sin la aparición de una nueva amenaza en forma de usos presuntamente inesperados de la tecnología: ¿Qué tal si se pueden imprimir pistolas en impresoras 3D? Ya ha ocurrido. Lo más interesante es que también ha ocurrido ya el típico episodio de acción/reacción sobre lo que la gente puede hacer con sus máquinas y su software: que el fabricante, agarrándose a su contrato de alquiler, se la ha retirado. Suceso que sirve para que Peter Frase construya un largo y excelente artículo en Jacobin sobre el futuro que nos espera: con los antecedentes de la música, ahora serán los diseñadores industriales los que pedirán protección de sus ideas al tiempo que se desmantela al fabricante como intermediario, todo ello unido a la propaganda sobre terribles amenazas sociales (las armas serían perfectas), como ya se ha hecho con la cuestión de la música y las películas: vincularlo a terrorismo, pederastia y cualquier otro mal para crear más espacios represivos. Uno sospecha que la convivencia de piratería y formalidad está aquí para quedarse, puesto que al final otorga cierta ventaja a quien tiene la capacidad de influir en la legislación y llevamos suficientes años de anuncios de un nuevo Armagedón como para perder la costumbre. Frase se pone pesimista y termina inspirándose en William Gibson para evolucionar una de sus citas clásicas: “En el futuro, anticipe que los cárteles del copyright y el estado de seguridad nacional se unan para anunciarnos una nueva: el futuro está aquí, pero a usted no le van a dejar formar parte de él”.
Ari Emanuel dice en Abu Dabi que probablemente el diez por ciento de las películas que van a Cannes y Sundance contienen formas de crowdsourcing. Añade que “no hay sitio” al que no vayan a acudir con tal de ayudar a sus clientes (directores, actores…) y que “dependiendo del presupuesto”, las nuevas formas de producción son una opción. Ese tamaño de presupuesto lo cifra en un millón de dólares que, en términos de industria americana no es realmente gran cosa, pero no deja de ser un millón de dólares. Por si acaso, dice que en su agencia están haciendo pruebas. Para un servidor es un elemento más de cómo los cambios de lo digital y la lógica de las redes transforma la forma de producir, y que eso debe ser lo inexorable. Por el camino, claro, muchas palabras sobre el robo del contenido y todas esas cosas: para el sector de libertarios peligrosos, lo uno va unido a lo otro, porque forman parte común de cómo funcionan las cosas. Para el mundo tradicional, se trata de elegir qué parte de la tecnología emergente vale y cuál no vale y limitar su uso. El espectáculo consiste en ver quién termina teniendo razón, palabra que resulta algo imperpecta pero que se entiende.
Me encantan las citas que desbaratan las creencias asumidas. Por ejemplo, que cuestionen la presunta unanimidad del mundo cinematográfico sobre la originalidad de la creación y de la idea de propiedad intelectual. Tenía éstas de Godard, con un toque de un dubitativo Coppola, y ahora encuentro estas otras de Jim Jarmusch, perfectamente a medida de ministros y exministras, y que terminan con Godard otra vez: «Nada es original. Roba de cualquier lugar que haga resonar a tu inspiración o que alimente tu imaginación. Devora películas viejas o nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, obras de arquitectura, puentes, señales callejeras, árboles, nubes, cuerpos de agua, luz y sombras. Elige para robar sólo las cosas que te hablen directamente al alma. Si lo haces de este modo, tu trabajo (y tus robos) serán auténticos. La autenticidad es invalorable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tus hurtos -celébralos si tienes ganas. En todo caso, recuerda siempre lo que dijo Jean-Luc Godard: “No se trata de de dónde tomas las cosas, se trata de a dónde las llevas”»