En Embed me invitan a formular mi código fuente audiovisual. Embed lo hacen personas a las que admiro muchísimo y a las que sigo desde hace años, cuando internet no era una red social. Me siento, pues, honrado. Felipe G. Gil (un hombre de Zemos98) explica el concepto y nos deja una elaboración insuperable de la forma de entender la creación de nuestra era, justamente esa que no entienden los abogados con los que discuto. Ni los productores. Ni muchos otros. Pero qué le vamos a hacer: sostenella y no enmendalla. Es brillante: «El código fuente es un conjunto de líneas de texto que son las instrucciones que debe seguir una computadora para ejecutar un programa. Compartir el código fuente es la base del software libre. Y la cultura implica dos cuestiones básicas con respecto a esto: por un lado, asumir que “toda obra intelectual es derivada” (Lawrence Liang); es decir, que nuestra noción de creatividad está sujeta a una serie de convenciones que habría cuestionar, que hay que reconstituir nuestra noción sobre el origen de las ideas y que debemos exigir una reformulación de las actuales leyes del copyright así como de los modelos de negocio de las grandes industrias culturales; y por otro lado, defender la idea de la cultura como un palimpsesto infinito, del arte como un juego entre todos los seres de todas las épocas y de la remezcla como un sistema operativo transversal que afecta a los procesos educativos y comunicativos.» Víctimas de la vida, lo he titulado, extraído de un monólogo de José Sacristán en Solos en la Madrugada.
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Zemos es quien, desde luego a mi, me planteó por primera vez la cuestión de cómo debiera ser un festival (de cine, aunque por extensión de video, audiovisual o lo que sea ya esto) en la era de internet. Algunos twits cambiamos, algún mail o algo que Felipe y yo perdemos y encontramos de modo reiterado (estoy en fase de no encontrar). Después hubo una jornada de la Coordinadora de Festivales de Cine de Cataluña en la que me pidieron reflexionar sobre esta idea. También andaban por allí, claro, los Zemos. En algún lugar he metido la presentación, pero básicamente consistía en especular sobre los aspectos de comunidad que supone el conjunto de aficionados a un género o temática y mantener un vínculo permanente y no anual, la capacidad de crear redes de festivales más dinámicas en todo el mundo por las potencialidades de las herramientas de red y cooperación, y la amplificación de los aspectos creativos por la incorporación de creadores y público y la potencia de amplificar que tiene el directo por internet. El caso es que en Zemos este año nos cuentan que han asistido dos mil personas y que han servido cinco mil conexiones de streaming. Una pauta que cada vez se ve más para cualquier tipo de evento: ya no es lo que pasa en la fiesta, sino cuántos más participan. Seguro que se seguirá inventando.
Tengo guardada desde hace varios días esta cita que seguro merecerá la atención de Felipe y Pedro. Dice Nina Jacobson, que fue capitoste de Disney: “Hacíamos juguetes a partir de nuestras películas, ahora hacemos las películas a partir de juguetes”. Y añade: “Solíamos ser generadores de propiedad inelectual, no recicladores de propiedad intelectual”. La mirada pretende poner el dedo en la considerada como crisis de creatividad de Hollywood, preocupadísima por el riesgo enorme de jugarse el dinero con una película (desde luego, el enorme riesgo actual de jugársela sólo a una película). Por tanto, es una mirada triste. Una mirada más cultural, podría decir que no hay nada malo en hacer los flujos a la inversa y reconocer que todo es remezcla permanente. Y que las claves de hacer rentable un negocio son diferentes de la mera creación cultural. Lo que nos lleva al problema: si la cultura es recreación, los límites de la propiedad ponen límites a la creación. Y no era eso lo previsto. ¿Tendrán razón los hackers, “Los buenos programadores saben qué escribir. Los mejores, qué reescribir (y reutilizar)? Mientras, George Lucas ya tiene listo el reciclado de la Guerra de las Galaxias en 3D.