No lo he hecho porque Telecinco presuntamente haga o sea telebasura, ni porque deba retirar una querella porque sí (nadie es nadie para decirle a nadie cómo tiene que defenderse si cree que las leyes se han violado), ni siquiera porque en el origen de la cuestión yo compartiera la argumentación de la protesta (más bien no). Lo he hecho porque la única lectura coherente es que se trata de una venganza por un fracaso comercial y de relaciones públicas (Mediaset asegura que no lo es). Fracaso y venganza que busca un escarmiento y hasta la ruina a quien cuestiona los márgenes de actuación de una organización poseedora de un poder de mercado abrumador, una posición privilegiada fruto de una licencia otorgada por un gobierno y que le conduce a abusar de su posición: boicotear pidiendo a los demás que no consuman tu producto forma parte del juego que permite tener una mínima higiene de mercado donde, en realidad, no hay mercado, sino un oligopolio muy cuestionable. Es esa posición anómala la que permite gastar el dinero de sus accionistas e ignorar el sentimiento de parte de sus espectadores resucitando una cuestión por la que se llegó a pedir perdón en público. La expresión matonismo legal, me parece adecuada al venir de organizaciones donde el riesgo de quiebra fruto de su privilegio regulatorio es verdaderamente una quimera. Es justo que el lector sepa que como, hablo y me río con Pablo de vez en cuando y que estar en su círculo de amistades puede que invalide mi juicio y mi opinión, pero eso queda en la consideración de quien pase por aquí.
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noviembre, 2012
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Recorriendo las calles de Madrid estos días me he encontrado marquesinas con publicidad de Wuaki. Me ha encantado. Porque, si la memoria no me falla, es la primera vez que un servicio de vídeo online es capaz de entrar a luchar por el público de masas generándose marca. Suelo contar como Hulu se apoyó en spots de televisión insertados en las emisiones de las propias compañías propietarias del agregador y lo difícil que ha sido en España para los pioneros del vídeo online entrar en la lista corta de la mente del consumidor promedio. Nunca tuvieron dinero para darse a conocer en condiciones. Repasando mis feeds, veo que lo han explicado en su blog: Madrid, Barcelona, vallas…
El canadiense Mathew Ingram, uno de los bloggers estrella de Giga Om, se hace una pregunta que resulta algo extraña en un escritor de la otra orilla: ¿De verdad seguimos necesitando instituciones financiadas por el estado como BBC? . Supongo que dos intereses concurren para que un autor canadiense en un medio norteamericano se haga una pregunta editorial como esta: que la Reina Isabel de los británicos lo es también de los canadienses y que en Canadá existe un organismo similar. ¿El argumento es la sucesión de escándalos sexuales y de otro tipo que este año le tocan al operador británico? El argumento es otro y que reluce ante la pérdida de prestigio de la institución: si, especialmente en tiempos de crisis, es aceptable el estado como competidor en las noticias frente a multitud de medios privados que tienen que luchar para sobrevivir. Viene a sugerir que si el estado quiere apoyar cierto tipo de periodismo haría mejor en financiar organizaciones sin ánimo de lucro privadas.
La recaudación de una familia que desea operar a su hija en Estados Unidos de una enfermedad y circunstancia que no nos interesan aquí ahora, es denominada por el medio que difunde el reportaje como colecta y cuestación. Sin embargo, en otro medio que refiere una colecta para publicar un libro cuyos beneficios irán destinados a una organización sin ánimo de lucro, se le denomina crowdfunding. Inevitablemente, cuando elegimos en castellano las palabras correctas, tienen un sesgo no esperado: caridad. Aunque el libro destine el dinero que sobrepase los costes de publicar a lo que antes nadie hubiera dudado en llamar caridad, es mucho más atractivo, sobre todo si es cultura, ponerle un nombre acorde con los tiempos. Yo tenía una edición del María Moliner donde líder se definía como mandatario extranjero, lo que me llevaba a pensar que en nuestra cultura no había términos para el tipo de gobierno/seducción de las personas que implicara ausencia de autoritarismo o imposición. Y por eso, supongo, hoy decimos liderazgo. Pero los misterios de las palabras quien los conoce realmente bien es Asunción Álvarez, mejor dejárselo a ella (uno piensa que el uso generalizado de conceptos sin traducción genera un empobrecimiento de reflexión y la incomprensión de lo que realmente quieren decir, como sucede con el famoso engagement). De la comparativa entre las dos acciones, me interesan una serie de elementos que en cierta forma ya he comentado otras veces. Una, no suele hacer falta demasiada gente para financiar cosas con poco mercado o directamente sin mercado (que es la madre del cordero de la creación cultural): en la web de crowdfunding donde el libro citado se financia pueden verse el reducido número de donantes. Los más de cien mil euros del caso de la niña enferma, si se pone en perspectiva, no es tanto. Dos, sigue haciendo falta un esfuerzo para disociar caridad de la cooperación en red de cualquier elemento con mercado o sin él que los particulares quieran poner en marcha y que se base en aportaciones económicas. Para terminar, una posdata para arrimar el ascua a mi sardina: a pesar de no tener incentivo económico o tenerlo muy reducido (véanse las recaudaciones de Libros.org), la gente sigue creando y completando las cuestaciones. No, la cultura no se muere.
Iván Fanego que es, como dice el clásico, compañero y sin embargo amigo, me dedica una entrada alrededor una idea presentada por Edelman: la necesidad de que eso que llamamos genéricamente las marcas hagan contenidos de calidad en un flujo continuo como si fueran medios convencionales ya que Facebook, por ejemplo, no basta (percepción que se extiende ). Iván recuerda acertadamente que la idea de que todas las compañías son compañías de medios ya pertenecía al lejano comienzo de lo que se entiende como dos-punto-cero (siento la muerte de otro gatito): el proceso de desintermediación de los medios es intenso y se acrecienta, y la reducción de los costes de grabar, tratar y reproducir vídeo facilitan el proceso de audiovisualización del mundo. Adicionalmente, publicistas y productores ven en el auge del branded content una vía de cambio y de futuro hacia la financiación de los contenidos y otra publicidad. Llevado a las estructuras sociales, relaciones de poder y cambios en los mercados, démonos cuenta de cómo cuando el Banco Sabadell crea sus Conversaciones sobre el Futuro, recurre primero a los medios pagados para conducirnos a su espacio en propiedad donde visualizamos el contenido íntegro. En lo que pocos reparan, es que los titulares de licencias de televisión también recurren a medios pagados (prensa, radio, internet) para atraer al público a sus contenidos, en lo que parece ser una prueba más de los procesos de convergencia: todo el mundo es de todo. Podemos llegar incluso a plantearnos si la pertinencia de las licencias es una ventaja injusta en un mercado donde todo el mundo puede y hace de todo: las razones tecnológicas parecen superadas.
Pagar a Google no salvará periódicos
Comentarios desactivados en Pagar a Google no salvará periódicosThe Economist explica en un artículo de esta semana tanto la polémica sobre si Google debe pagar por indexar noticias como el número de acciones emprendidas para que lo haga. Primera cuestión interesante, es que lo califica como lo que es: una nueva extensión del copyright. La segunda es que, aunque los periódicos cobraran por ello, el dinero recibido no bastaría para recuperar las caídas de ingresos debidas a la digitalización. Y la tercera y casi más importante, es que no duda en describir este movimiento no como un problema de derechos, sino como el problema de la decadencia de los medios tradicionales. Una y otra vez las evidencias de que el sistema legal de protección de obras e invenciones se configura ante todo como un sistema para impedir la competencia y no en un incentivo para crear o inventar moran por doquier. En la cuestión de las patentes la obscenidad se está volviendo truculenta: uno, dos y tres ejemplos de esta semana.
Me dice Eduardo Prádanos que me esperan como agua de mayo el próximo martes en Unidad Editorial. Me pidió que diera una sesión de su curso “Experto en Televisión Social, Acciones Transmedia y nuevas formas narrativas” y ya está pasando lo que suele suceder: la expresión transmedia genera una doble metadimensión (léase confusión) en las mentes de todos nosotros. La primera, lleva a que la palabra se convierta en una especie de aura que rodea el futuro o, al menos, nuestros mejores deseos de hacer algo con el futuro. Y que alguien te pague la historia. La segunda es que no se encuentra el botón que confirma que esto que veo/leo/oigo/hago es transmedia y que esto otro no lo es. Así que a eso dedicaré el asunto que, por otro lado, está brillantemente explicado en esta cita que tomo de un blog americano: «Transmedia es una técnica narrativa que se desarrolla a través de varias plataformas de modo adecuado a cada plataforma. El contenido se extiende simultáneamente por varios medios. No se trata únicamente de medios digitales, sino de una combinación de varios canales tradicionales o una combinación de ambos, como en el entorno radio, televisión, web, móviles, etc.». ¿La clave?: “técnica narrativa”.